El pasado lunes hablaba, en en este blog, de una piña. Esta es la foto, que no pude subir por problemas técnicos. Este curso se ha trasladado la Facultad de Humanidades y Comunicación de la Universidad de Burgos, en la que imparto mi docencia, a las antiguas dependencias del Hospital Militar (levantado a finales del siglo XIX, fecha también de la plantación de los árboles más imponentes de la zona, pinos y cedros, sobre todo). Los diferentes edificios del complejo no pueden esconder su antiguo uso y para lo que fueron concebidos, pero eso no es malo, pienso que todo lo contrario. La mayor parte de ellos están cerrados, como el edificio central (la antigua capilla y residencia de las monjas de la caridad). Los barracones se han reformado como aularios y los bloques en los que se pasaba consulta desde los años sesenta se dedican a espacios administrativos, despachos de los profesores y lugares de reunión. Se proyecta que el resto se destine a fines culturales y de extensión universitaria. Algunos compañeros se han quejado de las molestias del traslado con las obras sin terminar y las dificultades del inicio de curso, pero de todo eso nos olvidaremos en unas pocas semanas. La Facultad ha ganado en espacios y en posibilidades futuras.
He dedicado varias horas de estos primeros días de clase a pasear por todo el entorno, que ya conocía bien pero sin el interés que posee ahora para mí. Cruzando el río Arlanzón se llega en tres minutos a San Pedro de la Fuente, un barrio que, a pesar de su crecimiento reciente, aún conserva gran parte de su trazado antiguo y sentido de vida tradicional, aunque en peligro por las nuevas superficies comerciales y la aparición de edificios modernos con el tipo de vida actual, anónima y estresante. He buscado en él cafeterías, quioscos, pequeños restaurantes de menú diario, tiendas de toda la vida o que, al menos, lo parezcan. De hecho, en una de las cafeterías de este barrio ya me ponen en la barra el café cortado con vaso de agua de las nueve de la mañana sin pedirlo. También allí se encuentra la biblioteca pública Miguel de Cervantes, que cumple ahora diez años de funcionamiento. Un edificio agradable y muy adecuado para esta función, con personal atento y profesional y una capacidad de organización de actividades que hay que reseñar. A cinco minutos tengo uno de mis espacios favoritos de la ciudad, el barrio de las Huelgas, con esa maravilla monumental que es el monasterio cisterciense. Justo enfrente del monasterio me tomo mi segundo café de la mañana y suelo comer a mediodía.
Lo que más me gusta de la nueva ubicación de la Facultad es la naturaleza que la rodea. El espacio central es un jardín al que le viene bien cierto descuido, sobre todo ahora que caminamos hacia el otoño. Exhibe aspecto de otros tiempos -no se hacen ahora jardines así- y un aire entre rural y bucólico. Los bancos más antiguos tienen verdín que supongo desaparecerá -lamentablemente- con las obras de adecuación. Los rosales aún tienen rosas en septiembre, que llegarán a octubre a poco que el clima ayude. El jardín cuenta con grandes castaños de indias, pinos reseñables por su altura y porte, algún magnolio y plantas típicas del monte bajo mediterráneo. Justo enfrente del acceso se encuentra el parque del Parral, un gran espacio natural de Burgos no siempre bien usado y cuidado. Al otro lado del río, el Parque de la Isla, con su aire burgués y centroeuropeo. Y el río, el Arlanzón, ajardinado en sus márgenes hasta esta zona. Lo cruzo por el puente de Malatos, todo un hito identificador del paso del Camino de Santiago por la ciudad. Creo que durante los próximos cursos pasearé mucho más, para despejarme, meditar o, simplemente, observar el cambio de las estaciones.
Ha sido todo un acierto recuperar este espacio y habilitarlo para funciones docentes. Yo, por lo menos, me siento en gran medida privilegiado. No sé si esto mejorará o no mi docencia, pero sí la calidad del tiempo que paso en mi trabajo. Por suerte -soy afortunado, lo reconozco-, mi trabajo es también mi vocación. He terminado ya de abrir las cajas de la mudanza y colocado mi despacho, puesto en marcha el ordenador con la ayuda de los técnicos del servicio de informática y comenzado mis clases. Sigamos.
Qué buen lugar, Pedro. Qué suerte. Un abrazo
ResponderEliminarMucha envidia por todo. Siempre me han gustado los espacios históricos para recibir enseñanzas, o para compartir lo poco que uno sabe.
ResponderEliminarVisito más de lo que me gustaría el hospital militar de Madrid y me resulta agradabilísimo los pocos pinos que a la entrada forman un parquecillo.
De tus paseos matutinos por Burgos, mejor no hablamos, porque eso ya supera mis cotas de resistencia a estas horas de la mañana.
Buen curso.
Yo que soy muy de piña piñonera, disfruté tu entrada del otro día, y esta última (bueno, disfrutar, las disfruto todas). Imagino el entorno. Y las piñas, y los piñones...
ResponderEliminarBueno, y que como yo ya no sé si me ando ausente de mí misma o qué, pues que me acerco a reportar y a darle a usted, don profe la bienvenida de nuevo.
Te llevo leyendo desde el primer día que volviste a fluir por La Acequia. Encantada.
Y nada, que te deseo un buen y provechoso curso. Yo en ello estoy también, descubriendo nuevos valores, ya sabes...
¡Hala, besos y aplausos! ¡Ah, y mucha mierda!
;)
Conozco muy bien ese entorno. Tu máquina de fotos y tus palabras le sacan colores aún más hermosos. Es buena idea adentrarse en Fuentecillas, un barrio que conserva su personalidad.
ResponderEliminarLa piña tan guapa.
Lo que comentas parecen ser las costumbres de alguien habituado a crear espacios amigables allá donde vaya. Suelen ser costumbres de personas que han estado mucho fuera de casa y, a la fuerza, han tenido que acostumbrarse a hacer suyos espacios que no lo eran, grandes o pequeños. Conozco esa sensación, claro. Pero quizás me equivoco en este caso.
ResponderEliminarUn abrazo
Enhorabuena por ese estreno y las sensaciones positivas que te ha provocado.
ResponderEliminarJ.L. RÍOS: No, no te equivocas.
ResponderEliminarEstuve en Burgos en el mes de mayo, ya la conocía de otra vez,y me gusta mucho la ciudad, sobre todo su zona de tapeo que es una magnífica forma de entender una ciudad, tal como mi mente pragmática me informa.
ResponderEliminarLo que me resulta divertido, si me permites una digresión, es que tenga un nombre tan rimbombante y épico un río que parece chico y menor, con toda mi consideración para sus 115 km de vida fluyente.
Un abrazo
Me alegra que hagas amigables tus hábitats....son los mejores compañeros de trabajo.
ResponderEliminarLo eres sin duda, ese gran privilegiado.
ResponderEliminarBesos, Pedro.
¡¡Felicidades y fructífera docencia
ResponderEliminaren este nuevo emplazamiento!!
Besos y abrazos