El 5 de febrero de 1977, en el teatro Bellas Artes de Madrid se estrenó Los hijos de Kennedy de Robert Patrick en traducción y versión de José María Pou, dirigida por Ángel María Moreno. En aquella ocasión, la obra fue interpretada por María Luisa Merlo, Pedro Civera, Marisa de Leza, Francisco Valladares, Gemma Cuervo y Amadeo Sans. Las reseñas del estreno recogen la oportunidad ideológica de la obra, su acierto interpretativo y las novedades teatrales que presentaba el texto del dramaturgo norteamericano, uno de los autores básicos de aquellos años en el teatro urdenground. Por razones de edad no pude ver aquel montaje. En esta ocasión, José María Pou se ha puesto al frente de la dirección de su propia versión, estrenada en el mes de septiembre pasado en el teatro Arriaga de Bilbao. Además del cambio de reparto -ahora Emma Suárez, Fernando Cayo, Ariadna Gil, Álex García y Maribel Verdú-, ha introducido algunas modificaciones en el montaje y la modernización tecnológica de los efectos de imagen, luz y sonido.
La pregunta que me hice al salir del espectáculo -vi la obra en el teatro Calderón de Valladolid el pasado 23 de febrero- es por qué Pou ha sentido la necesidad de reponer la obra. Y no encontré respuesta. Nada en ellla, tal y como se nos presenta, es actual: ni los personajes, ni el mensaje que se trasmite, ni la propuesta escénica. Ni siquiera funciona como referente clásico. Lo que en 1975, cuando se estrenó en Broadway (la fue escrita en 1973, aquí puede consultarse el texto original), pudo resultar interesante y oportuno y en 1977 en Madrid rompedor y llamativo, ha quedado francamente anticuado. Los hijos de Kennedy nos cuenta cinco monólogos paralelos -con una mínima interacción- en los que otros tantos personajes muestran cómo recuerdan los hechos vividos en Estados Unidos en los años sesenta, que cambiaron el mundo y a ellos les convirtieron en seres tocados por aquellos acontecimientos: la ruptura con la sociedad tradicional, el surgimiento y asesinato de Kennedy con su trasformación en icono histórico y cultural -además del referente generacional al que hace referencia el título de la obra-, la lucha por los derechos civiles, el desarrollo del conflicto de Vietnam, la aparición de la contracultura y los movimientos de vanguardia escénicos, la muerte de Marilyn Monroe, etc.
Vista hoy la obra tal y como la propone Pou es innecesaria: todo lo que aparece en ella ha sido mostrado cientos de veces en la literatura, en el cine y en otra artes, lo que dicen y piensan los personajes suena ya a tópico desfasado y se ha encarnado mucho mejor en obras posteriores. Ni siquiera la propuesta escénica -los cinco monólogos en paralelo, la interlocución con los espectadores, la proyección del famoso vídeo casero que recoge el momento del magnicidio, los otros efectos dramáticos, etc.- son ya, tal y como aparecen, más que recursos de baúl cien veces vistos. Pero lo peor es que, ideológicamente, la obra ya no dice nada. Estos seres afectados por los años sesenta ya no son nuestros y tampoco nos dicen nada universal ni permanente tal y como lo dicen. Y tampoco sirven para testimoniar ni combatir situaciones similares de la actualidad. Todo en la obra es correcto sin sobresalir nada: la dirección, la actuación, la escenografía, la iluminación, el vestuario, etc. Y para qué este esfuerzo que se podría haber destinado a otros empeños más actuales.
No conozco esta obra ni la escenificación de Pou, no creo tampoco que después de su crítica si tuviera la ocasión de asistir a su representación lo hiciera. La pregunta que se hace está completamente justificada y su desconcierto me ha animado a echar un vistazo a los enlaces adjuntos. Uno de ellos, el pase gráfico de la obra, me ha llamado especialmente la atención; José María Pou, después de introducir el tema de la obra, sus personajes y los motivos por los que a él le ha resultado interesante su reposición ("una revisitación de los años sesenta), de pronto refiere que durante su introducción han caído palabras como "réquiem", "ceremonia", o "conmemoración" y se apresura a dejar bien claro que no se trata de un drama que la obra es muy divertida y graciosa, que incluso han intentado que suene mucha música de los sesenta, muy buena música, con muchas imágenes etc., en ese momento he pensado que a Pou le ha dado reparo, miedo, que con tanta crítica y drama "aparente" el público se quede en casa en lugar de venir a la función, y con esto, me ha parecido que con esta obra no han querido en ningún momento arriesgarse, que sólo ha pretendido "descongelar" cierta nostalgia con "el calor del público", sí el calor del público, es decir, con esta reposición sólo han pretendido entretener, nada más. Este temor de José María Pou me ha hecho al mismo tiempo preguntarme por el público, sí el papel del público, qué clase de público somos? Estamos dispuestos nosotros a arriesgar nuestro bolsillo a "otros empeños más actuales"?. Usted señor Ojeda está claro que sí, y la mayoría, también lo está?
ResponderEliminarUna pena, con todas las obras consistentes que crearse...
ResponderEliminarque podrían crearse, digo
ResponderEliminarBesos
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