Desde aquel puesto de lectura de verano en el parque de mi barrio en el que pasaba horas de esas tardes lentas de agosto de mi infancia hasta hoy, siempre me han atraído las bibliotecas. Las bibliotecas privadas y las públicas. Cuando entro en una casa busco los libros con la mirada. Pocos o muchos, no importa. Limpios o polvorientos, nuevos o viejos. No juzgo por la cantidad: conozco grandes lectores que por cuestiones económicas no pudieron hacerse nunca con una biblioteca personal; otros que después de tres o cuatro mudanzas desisitieron de mover los libros. Yo mismo he tenido muchas mudanzas en la vida y cada vez ha crecido el número de las cajas de libros, con todo lo que eso supone en el incremento de la factura y en la necesidad de comprar estanterías, por eso acepto que alguien quiera renunciar a cargar con esos libros si tiene una vida no muy estable. Tuve un profesor de bachillerato (el mejor profesor que he tenido) que llegó al límite de la capacidad de almacenamiento de su casa y cada año seleccionaba un buen puñado de sus libros y nos los regalaba a los alumnos que consideraba que podíamos apreciarlo mejor. Curiosamente, son libros que jamás he querido prestar ni regalar porque los considero una especie de legado. No soy un exquisito con los libros -tampoco me lo podría permitir- y mi biblioteca personal no contiene joyas bibliográficas, sino libros para colonizar con un lápiz, casi todos ya anotados en los márgenes y subrayados. Son herramientas de trabajo, de placer y de aprendizaje. Un libro es todo un espacio y un tiempo, pero también es un arma. De ahí la metáfora visual en Un perro andaluz, en la que dos libros se convertían en revólveres con los que asesinar al maestro disciplinador y figura paterna autoritaria.
Basta un libro para que haya una biblioteca. Aunque ahora leo más en la pantalla que en papel -no solo por modernidad sino fundamentalmente por razones de mi trabajo- y he escrito sobre las virtudes que supone Internet y el libro digital que abren un universo maravillosamente amplio, no logro concebir una biblioteca más que como algo físico que ocupa un rincón en una casa. Supongo que ya estoy mayor para cambiar esto.
Noticias de nuestras lecturas
Luz del Olmo nos cuenta con nostalgia, ternura y firmeza su biografía lectora desde que aprendiera a leer hasta ahora, que compagina papel y pantalla.
Pamisola nos regala el recuerdo de su infancia, en la que la voz de la madre llevaba a la oralidad, la primera puerta abierta a la lectura. Todo lo demás viene, necesariamente, detrás.
Myriam describe de forma muy interesante los motivos de su selección lectora, desde las bibliotecas a su alcance hasta sus razones ideológicas.
El próximo jueves será el último de esta serie sobre El placer de la lectura. Inmediatamente después comenzaremos con el comentario del nuevo título propuesto, La busca, de Pío Baroja.
Entiendo lo de no guardar los libros que se acumulan; especialmente en las mudanzas se hace muy cuesta arriba... Pero yo los sigo teniendo casi todos porque me cuesta deshacerme de ellos. Besotes sin mas, M.
ResponderEliminarteniendo en cuenta todo lo que me he movido en mi vida, mi biblioteca es "considerable", hoy consta de 35 estantes: 80 cajas de libros, más unas 10 cajas de revistas e informes. Y esta es mi capacidad máxima, que por razones de espacio, no puedo sobrepasar.
ResponderEliminarTambién suelo observar las bibliotecas en las casas que visito, me dicen mucho de sus habitantes.
Entiendo perfectamente lo que ese legado de tu profesor significa y la huella indeleble que dejó en tu alma.
Con respecto al "Perro andaluz", no recordaba la escena de los libros que se transforman en armas, si la del ojo que me asqueó ¡pobre vaca!. Y pobre Lorca que sufrió por ese título, aunque Buñuel nunca lo haya reconocido, a veces el inconsciente nos traiciona.
Besos
Los buenos libros nos acompañan siempre, aunque los hayamos prestado y no nos los hayan devuelto, aunque se hayan perdido en alguna mudanza, están ahí, forman parte de nosotros.
ResponderEliminarMi biblioteca es un desastre, un día de estos la ordeno, palabrita del niño Jesús.
Me da la impresión de que esos exquisitos poseedores de valiosas joyas bibliográficas...leen más bien poco. Me encantaría echar un vistazo por dentro a alguno de tus libros, con sus anotaciones y subrayados, glosas escuderienses y acequianas.
Tuve que hacer un precipitado y triste viaje, por eso he andado retrasadilla con la entrada que suelo escribir cada semana. Esta vez he tratado del placer de la lectura, también en clase. Pero se me ha cruzado la competitividad wertiana.
Me voy a compartir con Luz, Pamisola y Miriam sus lecturas.
Besos
Buenos días, profesor Ojeda:
ResponderEliminarConservo todos mis libros. Desde hace años no me gusta prestarlos, y no lo hago. En mi juventud, los dejaba porque sabía que iban a leerlos y devolvérmelos; y todo el mundo andábamos con ganas de lecturas y escasos de dinero.
El libro digital está muy bien, porque permite tener una biblioteca en un pequeño objeto, pero prefiero el de papel, tenerlo entre las manos, pasar las hojas, abrirlo y cerrarlo...
Antes subrayaba y escribía a veces, ahora suelo proveerme de algún folio cuando inicio una lectura, y anoto las páginas y lo que me llama la atención.
En alguna época, hacía mis prácticas de taquigrafía, con el texto de alguno de mis libros favoritos. Por cierto, una de las cosas que me llamó la atención en el libro de Almudena Grandes: 'El lector de Julio Verne', es el tiempo record en Nino para conseguir el título de mecanografia.
Entre mis últimas lecturas, está ‘La vida en el abismo’ de Ferran Torrent. A ver si puedo preparar una entrada.
Abrazos.
¡Ay los libros!
ResponderEliminarYo he tenido que llegar a ponerlos en dos filas en cada estantería, así que los que quedan relegados al fondo, pues viven como exiliados. Y luego están los que ya no caben en casa, los del destierro del trastero. Los que se desarman porque fueron encuadernados de aquella manera. Los que te prestaron y jamás devolviste porque se sintieron ofendidos. Los que siempre están ahí cuando les buscan y los que se esconden. Los caros, los baratos, los de letra diminuta, los de "santos"...
Pero todos ellos, nos ayudan a ser más libres.
El espacio es relativo, las mudanzas muchas y los libros imprescindibles parte de nosotros, piel. Bienvenidas bibliotecas públicas, a saco entro en ellas, aunque también las recortan, están en ello, sobra la cultura, les da repelús, miedo, uf ¿desde cuándo? desde el poder eterno.
ResponderEliminarPor favor amigo Pedro, soy un desastre, si, lo asumo, he perdido tu mail, te ruego me mades uno, tengo que decirte algo:
ferran.natalia@andorra.ad
Los libros son caros si vas a la librería a comprar las novedades que las editoriales con su publicidad y marketing, además de los escaparates y expositores del supermercado te meten por los ojos. Yo hace tiempo que no hago caso de eso, aunque alguno sí compro. En la feria del libro de ocasión vendían por un Euro obras expurgadas de bibliotecas, ya clásicos que siempre había querido leer. Sólo había que tener paciencia de buscar en el montón ¿Qué importa si ya han pasado por las manos y ojos de cientos de lectores antes? Después los donaré para que a quién le interese pueda hacer lo mismo. Los libros y los años se van acumulando casi sin darse uno cuenta. Lo bueno sería que fuera tan fácil deshacerse de los años como de los libros, pero no hay manera.
ResponderEliminarAndo escribiendo algo sobre la lectura, pero no me resulta fácil. Enseguida lo dejo y me voy a otras cosas. Hay veces que escribir es más trabajoso que cavar a pico y pala.
¡Muy bueno Pancho!
ResponderEliminarA mí también me gusta mirar los libros que hay en las casas, repaso, si se puede claro, los títulos por si conozco alguno, me atraen y los tengo que mirar.
ResponderEliminar-Basta un libro para que haya una biblioteca-,interesante observación.
Agradecida por el comentario, y el acogimiento en esta sección de tu blog.
Desde hace unos pocos años, por razones económicas no puedo comprarme libros. Últimamente, con los recortes de la Ley de Dependencia, ni siquiera libros de viejo. O apenas. Sin embargo, no por eso me privo de leer ¡Ni muchísimo menos! Saqueo contenedodres de papel en los que olfatee libros dejados cuidadosamente, casi siempre, en cajas de cartón o bolsas de todo tipo. Arraso, y siento casi como si estuviera cometiendo una fechoría porque sólo está permitido llevarse uno o dos ejemplares, con todo libro interesante que veo en los mostradores de las bibliotecas públicas destinadas a los libros de donación (también es verdad que yo siempre dejo al menos uno mío en donación). Mi familia ya tiene mi cumplida lista de títulos para regalarme cada vez que se acerca mi cumpleaños, Reyes y cosas así. En fin, cualquier treta es válida. Los libros me son necesarios. No podría vivir sin una buena historia y sin su compañía. Los libros son como un envoltorio que protege y alumbra la vida.
ResponderEliminarMi mediana biblioteca se juntó, cuando nos casamos, con la de mi mujer, pero ahora, mis hijos, poco a poco, van cogiendo libros de allí y algunos ya no vuelven, esa es la verdad, pero tampoco nos importa.
ResponderEliminarUn abrazo
Yo soy de biblioteca pública, la mayoría de mis lecturas vienen de ahí. Quizá con el electrónico la cosa cambie...
ResponderEliminarSoy del caso del que se desprende de libros en la mudanza. Una tarea ingrata la de la selección de los que no van a continuar contigo.
ResponderEliminarPor cierto, yo también soy incapaz de no fijarme en los libros cuando entro en una casa. Y si tengo la suficiente confianza y el tiempo para ello, me gusta acercarme a las estanterías para comentar algo con el dueño de los libros.
yo también me fijo en los libros (si los hay) cuando entro en una casa... y también los atesoro cual si fueran diamantes...
ResponderEliminarojalá tuviera dinero y espacio para atesorar muchos más.
biquiños,