Los gestos aprendidos del deseo.

El deseo se hace visible en gestos que nos delatan, aunque queramos guardarlo oculto como si nos avergonzáramos de sentirlo. Estos gestos suelen refinarse con la educación sentimental de cada época, puesto que no parece aceptable la reacción más primaria y animal de nuestros impulsos. Se parecen y difieren de los que hacían nuestros antepasados. Ayer fueron las novelas las que enseñaron a mirar y a desmayarse, hoy es el cine o la fotografía. Siempre, la forma en que vemos a otros expresarse. Así aprendemos a mirar con deseo, a hablar insinuándolo, a abrazar, besar o morder. En ocasiones no los manejamos bien y resultan impostados o ridículos.

Pero, por mucha estética mimetizada que le echemos al asunto, la sensación de una mano que abraza firme o recorre la espalda en una caricia expresa consigue un efecto físico que llega a recorrernos, como un chispazo eléctrico, todo el cuerpo. No lo olvidemos: hemos refinado las relaciones pero siempre debemos llegar a la piel para recorrer su geografía y perdernos en ella. Aunque sea, tan solo, en un inesperado beso en la mejilla que nos llega, fugaz y por sorpresa, a la comisura de los labios y nos revela el deseo del otro o la otra y el nuestro mismo.