En la vida, la rutina salva y la rutina mata. Entre esos opuestos vivimos. Cuando todo parece estar hecho, necesitamos un cambio; cuando vivimos en el caos, añoramos los hábitos cotidianos que no podemos mantener ya. Echamos de menos aquel bar que nos acogía en el café de media mañana hasta que lo cerraron o cambiamos de barrio. A veces lo cotidiano ahoga y nos deja sin aire; a veces pasamos por los lugares percibiendo el vacío de lo que ya no está y se nos encoge el estómago.
Las serpientes mudan la piel cada cierto tiempo. La piel vieja, que las protege, les impide vivir. Los seres humanos también cambiamos de piel cada mes, pero sin darnos cuenta. De hecho, lo que creemos polvo en el suelo de nuestra casa tiene un alto porcentaje de nosotros: piel, cabello, sueños, decisiones no tomadas.
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Hay dos momentos que me gustan especialmente en el Quijote, como les he comentado a mis alumnos hoy. No me refiero ahora a lo que ocurre en esos episodios, sino a la razón literaria por la que ocurren.
En la primera parte, cuando don Quijote libera a los galeotes (1, XXII). Por mucha que fuera la variedad de asuntos tratados antes en la novela, estos se resumían en que don Quijote demostrara su comportamiento ante diferentes testigos y cómo reaccionaban estos. Ya los sabemos: don Quijote arremete contra los molinos diciendo que son gigantes y Sancho le dice que son molinos. La realidad se termina imponiendo siempre, pero al hidalgo aún le restan fuerzas para seguir en el juego en el que, poco a poco, se va implicando el labrador por una mezcla de interés, lealtad -que se trasformará en amistad en la segunda parte- y deseo de vivir una aventura radicalmente opuesta a su existencia cotidiana. Con más o menos éxito para don Quijote, la novela ha consistido sobre todo en eso y Cervantes percibe que puede agotarse el ánimo del lector con la repetición de la estrategia. De ahí la importancia del episodio de los galeotes, que cambia todo lo que viene después: don Quijote comete un grave delito -libera a unos presos que son propiedad del rey-. Es tan importante el cambio, que saca al hidalgo y al escudero del Camino Real y lo lleva a la sierra para refugiarse. Todo lo que ocurre a partir de ahí es diferente. La novela se ha trasformado definitivamente.
En la segunda parte, cuando Cervantes introduce en la novela el personaje de Roque Guinart (2, LX). Con la intensidad de lo ocurrido en el palacio de los Duques, toda la trama sobre la parodia de las caballerías necesita refrescarse. Ya lo sabemos, allí se ha producido la culminación de ella: don Quijote y Sancho Panza reciben su recompensa, lo que inicialmente parece un premio. El primero, es tratado como verdadero caballero y el segundo es nombrado gobernador, pero todo sucede con un coste muy alto: pierden el control de la ficción en la que quieren vivir y son tratados como bufones (de ahí el elogio a la libertad que don Quijote pronuncia nada más salir del palacio). La novela necesita un giro radical y este se produce cuando aparece la aventura real, la que procede del mundo real. De ahí que Cervantes eche mano de un nuevo personaje (Roque Guinart era el popular bandolero Perot Rocaguinarda, acogido a un indulto y vivo aún cuando se publicó la novela, que pudo leer). De su mano viene la primera muerte en la novela. Cervantes abre definitivamente el portillo de la realidad y esta se impone necesariamente a don Quijote, cada vez más desconcertado y cansado. El autor es consciente de que no podía seguir exprimiendo el juego caballeresco del hidalgo sin agotarlo y empobrecerlo y decide confrontarlo con esa realidad, con la historia de su tiempo (los bandoleros de Barcelona, la aventura marítima, el final del episodio del morisco Ricote). Don Quijote sale perdiendo: lo sabemos los lectores y lo sabe el personaje.
La genialidad de Cervantes se mide por muchas cosas, por este instinto de conocer cuándo la historia debe dar un giro, también, para que no vuelva a ser la misma.
El tedio nos acompaña, quizá sea la única compañía íntima que está con nosotros en la soledad.
ResponderEliminarEl recuerdo de algunos momentos fugaces puede llegar a salvarnos. Ahora lo cotidiano es la memoria. Cerraron los bares, bajaron las persianas, pero podemos recordar el aroma de los cafés.
La nueva piel que nos ha de cubrir está hecha de momentos vividos.
Saludos.
Hacía tiempo que no leía el Quijote, leo a Galdós que no puede ser más quijotesco.
ResponderEliminarLa cinta me llevó esta mañana a una Sanchica que corre y brinca, el sueño imposible de un giro en su sencilla vida.
Sí, Cervantes da volantazos geniales, qué bien nos lo explicas, cómo añoro aquella lectura colectiva e inolvidable de La Acequia.
Se impone la señora realidad, no nos empachemos de ficción, no hay más cera que la que arde. Qué choque cuando Don Quijote llega a tierras catalanas y de los árboles cuelgan ahorcados como fruta madura.
La vida real de Cervantes, la ficticia de don Quijote, la de cada uno de nosotros, contiene giros y puntos de inflexión.
Si has de girar, que sea para mejor. Un abrazo, Pedro.
Hay que buscar la huida en lo cotidiano, algunos lo hacemos sin necesidad de desplazarnos, se trata tan solo de obviar lo cotidiano, y ahí leer o comentar con alguien con quien se pueda hablar con sinceridad ya oxigena. Pero sí, suele ser más cómodo ir a otra ciudad o marco geográfico, aunque no lo parezca.
ResponderEliminarTodo lo referente al Quijote me interesa porque siempre hay hallazgos novedosos. De pocos libros se pueden destacar esas virtudes...
ResponderEliminarCuando toda tu vida ha sido un cambio continuo, llega un momento que encuentras un lugar del que no te quieres mover, de eso se da cuenta uno con los años y mirando atrás.
ResponderEliminarCuidado con los dragones.
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ResponderEliminar..y aunque no quieras, la vida te saca de tu zona, sea la que sea, por lo mismo. La sabiduría de Cervantes es la que nos convence del cambio a realizar. Nos guste o no, de lo contrario, la vida se encargará.
Saludos querido Pedro,
Ali
Preciosa entrada. Te leo y mi cabeza me trae a la conciencia que quizá el mejor cambio venga de dejar que se imponga la realidad y pactar, desde el deseo, un jugoso futuro con ella.
ResponderEliminarUn saludo agradecido.
Susana.
¿La realidad o el deseo? ¿Quién puede más?
ResponderEliminarEn esa franja nos encontramos la mayoría de las veces en nuestro vivir y solo los genios como Cervantes, ya hace tiempo que nos lo dijeron de una forma clara , contundente y sin embargo, ahí seguimos en LA REALIDAD Y EL DESEO, que también apunta Luis Cernuda, por citar al autor que ahora estoy leyendo.
Parte de realidad y parte de deseo, tendremos que ir equilibrando.
Besos
Piel, cabello, sueños, decisiones no tomadas... O tomadas a destiempo.
ResponderEliminarNecesitamos giros a veces. Y nos vienen giros también sin ser llamados.
La vida es continuo cambio aunque seamos reacios a este en innumerables ocasiones. Al menos, yo. Que el cambio, a pesar de haber sido necesitado y buscado, me ofrece cierto vértigo. Un vértigo absoluto.
Pedro, me ha encantado esta entrada. Leerte y comprender tanto.