A lo lejos, la morera, llamea amarilla. A este punto he llegado fatigado por la caminata. Salí pronto de casa, pero a esta hora -avanzada la mañana- aprieta algo el sol de este noviembre que he conseguido pausar a tiempo. El ir y venir por los campos me ha traído hasta aquí, en busca ya de la ciudad para tomar una cerveza antes de regresar al hogar. Esta morera negra está a la entrada de una antigua finca por la Cañada de Puente Duero, pero de la finca ya no queda nada -dos altos pilares de ladrillo son la huella de lo que debió ser la entrada enrejada-. Siempre que veo un frutal en un baldío me pregunto quién lo plantó. Todo era útil y bello, más hermoso si cabe por esa condición práctica. Moras para comer en su tiempo, hojas para los gusanos de seda que los niños guardábamos en cajas de zapatos. Su leña en la chimenea procura un olor dulce y agradable que se expande por la casa como un ambientador natural. Me siento a descansar a su sombra y tomo algunas notas de la mañana. Dan lluvias para la semana. No tenía este plan al despertarme, pero después de desayunarme salió el sol. Al campo, entonces, mochila y termo. Anoto esto y también algunas otras cosas: la otoñada está hermosa, el campo en sosiego. Aprovechando que la acequia baja seca, pasé la vía por debajo, por el túnel en el que debería correr el agua. Anoto también: A lo lejos, llamea la morera. Ya está todo en orden. Guardo la libreta en la mochila y me levanto, camino del primer bar abierto. Después de reponer el espíritu -que buena falta me hacía-, reponer el cuerpo.
La belleza de las cosas simples. La utilidad de un árbol que ofrece buena sombra, alimento y buena leña para calentarse con el frío. Nada como reponer el cuerpo con la naturaleza como aliada.
ResponderEliminarAbrazos Pedro
Da la sensación que has salido de casa a batirte en duelo contigo mismo y que a medida que se ha ido agotando tu cuerpo por el esfuerzo de la caminata, tu mente, entre nota y nota, acariciada por cada una de las maravillas mágicas que te has encontrado en el camino, se ha ido serenando de lo que sea que bullera en ella y la intranquilizara...ojalá! ese espíritu tuyo repuesto, se mantenga así.
ResponderEliminarUn placer leerte!
Gracias por dejarnos ver en tus palabras, lo que han visto tus ojos.
Madrugar mereció la pena. Los colores de la naturaleza, la belleza de lo útil y el aire de otoño son buenos compañeros de viaje.
ResponderEliminarSaludos
Francesc Cornadó
Ya he realizado el deporte matutino, he llegado a la morera y no me he parado en ningun bar ni cafeteria, directo a casa, hacer deporte leido ¿es hacer deporte mental?, creo que si. Saludos
ResponderEliminarSalió el sol y la morera te esperaba con bandera de otoño un poquito avanzado. Cargaste espíritu en el surtidor de paisajes vividos. A por los días, después de tan buen repostaje.
ResponderEliminarRecoger el fruto del recuerdo siempre es satisfactorio; también es cuerpo.
ResponderEliminarSí, las moreras ya amarillean, y confieren al campo, y a los caminos, una dulce melancolía.
ResponderEliminarEl cuerpo también se alimenta el alma con su resabio otoñal entre aromas, sabores y recuerdos a cada paso.
ResponderEliminarBesos, Pedro.
¡jajajajajajaja! Buenísimo final para un recorrido tan bucólico y espiritual. También el cuerpo necesita lo suyo. Y qué mejor que en un bar-resto ¿Verdad?.
ResponderEliminarBesos
¡Qué bien sienta un paseo por el campo solitario y en soledad! Es la propia naturaleza, que en sus paisajes, nos llena de energía para seguir "batallando" con la vida.
ResponderEliminarBesos