Hartos de los falsos anuncios, en la ciudad de Amiclas se prohibió por ley avisar de la llegada de los enemigos. Cuando los enemigos llegaron, nadie se atrevió a gritar por temor a infringir la norma. Teme tu propio temor. Teme al fabricante de mentiras del que te haces cómplice sin quererlo propagando sus falsedades intencionadas, porque él es el verdadero enemigo. Lo abrazarás, pensando que él tenía razón cuando lo que hacía era construir con esas mentiras el tiempo en el que ya estamos para que pensaras que no era tu enemigo, que este eran otros.
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En un grafito de Pompeya se lee: ¡Vengan aquí todos los enamorados! Voy a romperle las costillas a Venus a bastonazos y le dejaré la espalda baldada. Si ella es capaz de atravesar mi débil corazón, ¿por qué no voy a romperle la cabeza a golpes? Más allá, un anuncio: Felición es quien [mejor] hace agujeros en Pompeya. En la pared de una habitación: Vibio Restituto durmió solo aquí. Echaba de menos a su amada Urbina. Alguien añadió con otra letra: Urbina no pasó frío esa noche.
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La odio porque ama a otro después de haberme dejado probar sus labios en las largas noches de otoño, en las acogedoras tardes del invierno al lado de la chimenea, en los atardeceres rojizos de la primavera y en las dulces mañanas del verano. Otra mano escribió debajo: Quien odia, ama.
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Resulta que los dos se amaban, pero cambiaron de calle.
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He dejado mi corazón en el mercado, ya me lo gastaron.
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Ama siempre y cuando no puedas amar, ama. Me corono de hojas de roble, es otoño. Tejo con ellas un escudo frágil en mi pecho. Es tiempo de acerolas, de mi boca a tu boca, acerolas carne y rojas. Con las castañas juego cíclope sobre tu cuerpo, recorro con mis manos tu piel, muerdo tu cuello como la vez primera, lamo tus pezones hasta que te sacies. Beso tus labios rayuela primero con los ojos, luego con la punta de mis dedos, con la lengua, con los labios. Tu saliva de mujer de otoño. Beso tus ojos luego. Uno y otro, varias veces. Es otoño y, agotados, dormiremos mi pecho contra tu espalda hasta que el sol nos despierte. Vendrán las nieblas, vendrán las lluvias y las primeras nieves. Ama siempre y cuando no puedas amar, ama.
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Dicen que las últimas palabras de Goethe, cuando se sintió morir, fueron: Luz, más luz. Yo la reclamo ahora para leer los poros de tu cuerpo.
Y el amor se rindió en tu bellísima prosa. Siete entregas que alientan a volver a leerlas y, más se disfrutan. Las últimas dos simplemente maravillosas.
ResponderEliminarAbrazos Pedro
Los grafitos ¡cuánto cuentan!
ResponderEliminarMe he quedado de un aire con ese grafitero pompeyano dispuesto a romper la crisma a la diosa del amor. Y el de los agujeros ni te cuento.
ResponderEliminarQue no nos falte la luz del amor. Pobre Goethe.
Los escritos espontáneos en las paredes de Pompeya son más sabrosos que los que hemos visto en La Luna o el Penicilino, por citar espacios desaparecidos que conocemos. Los había también políticos.
ResponderEliminarEs una delicia, por asociación de ideas lo digo, leer a Catulo. Supongo que no se te ha pasado desapercibido. Yo la gozo con sus escritos.
Lo de Goethe...no sé, tiendo a desconfiar de expresiones que pasan a la historia y que luego se repiten neciamente. Probablemente él solo pronunciara un nombre, como todos los que van a dejar de estar: Madre. Seguramente ¡Madre! ¡Mamá! Yo lo he presenciado.
Interesantes y profundos pensamientos. Muy sugerentes
ResponderEliminarNo soy de sorpresa fácil, tú y ese romano de Pompeya lo habéis conseguido.
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