La marea dejó sobre la arena de la playa una botella lacrada. La tomó entre sus manos y la alzó a la altura de los ojos. A la vista, no contenía nada dentro, ni siquiera el esperado papel escrito con mano torpe por un náufrago. Se la llevó a casa y la puso sobre la mesa. Durante horas se preguntó las razones por las que una persona arrojara al mar una botella así, sin mensaje. Por la noche, había llegado a obsesionarse.
- Ábrela, tonto.
- ¿Seguro?
- Seguro.
Quitó el lacre. Nada más sacar el corcho, comprendió que alguien se había molestado en conservar dentro de la botella todos los silencios necesarios en el mundo. Demasiado tarde, se habían perdido para siempre.
De la botella salió el demonio.
ResponderEliminarY alguien destapó otra botella con las palabras hirientes
ResponderEliminarA veces el silencio es tan necesario como las palabras.
ResponderEliminarPrecioso.
Un fuerte abrazo, Pedro.
Tal vez es que alguien o algo pretendió que los silencios también dijeran (y lo que dijeran lo ceden a la imaginación del receptor de la botella)
ResponderEliminarSeguro que al abrirla, salió el genio. Claro que no todos pueden verlo...
ResponderEliminarBesos
Pues habrá que recoger los silencios, sé que en las caracolas también se resguardan, y cuando hablan desde allí suenan a susurro del mar.
ResponderEliminarUn placer leer tu escrito.
Saludos.
Hay que encontrar con premura al genio de los silencios que salió de la botella, el ruido se ha hecho insoportable.
ResponderEliminarY se necesita tanto el silencio últimamente...
ResponderEliminarSaludos,
J.
A curiosidade matou o gato...
ResponderEliminarBeso e bom resto de domingo, amigo mio :)
Los silencios están poco valorados hoy en día.
ResponderEliminarMuy poco.
Una verdadera lástima.