Antonio Tocornal (San Fernando, Cádiz, 1964) obtuvo el XIX Premio de novela corta de la Diputación de Córdoba en 2018 con Bajamares (Editorial Insólitas, 2020), que ahora ve la luz en medio de una pandemia que quizá le reste la difusión que debería alcanzar. Cuenta con un oportunísimo prólogo del crítico literario Josep Maria Nadal Suau. Ganador de decenas de premios de relatos breves, algunos de los cuales merecen una reedición conjunta como volumen de cuentos porque sostienen unidad indiscutible en estrategias literarias (no es el autor de los que amoldan su estilo a lo que parecen buscar los jurados), publicó su primera novela en 2013 (La ley de los similares, Dauro). Ganó el XXII Premio de novela Vargas Llosa con una obra muy personal, La noche en que pude haber visto tocar a Dizzy Gillespie (Aguaclara, 2018).
El personaje protagonista de la historia lleva sesenta años viviendo en soledad sin salir de Roque Espino, un pequeño islote a cuatro millas náuticas de la localidad de Malamuerte, cuidando el faro que evita que naufraguen las embarcaciones que se acercan por la zona. Su única misión allí es encender la luz del faro por la noche y apagarla al amanecer, tomando también los datos de una estación meteorológica. No tiene más comunicación con el exterior que las noticias que un barquero le trae cada quince días, junto a los suministros. El punto de partida de la novela es apasionante, puesto que nos enfrenta con la soledad y la existencia de alguien que vive completa y voluntariamente alejado de la sociedad y supone un reto para el escritor puesto que no es nada fácil mantener el interés de la narración a lo largo de la historia como se consigue en Bajamares. Por esta razón, Tocornal pone en juego varias voces narrativas: la del propio farero, la del barquero y la de la madre, junto a un narrador externo y una suma de capítulos con la traslación de documentos que informan al lector de hechos puntuales. Toda esta suma de perspectivas contribuyen a aclarar la extraña personalidad del protagonista, su vida real en el islote y las circunstancias que lo llevaron a aceptar un trabajo tan peculiar en el que ninguno de sus predecesores había resistido más allá de unos días.
Durante esos sesenta años, el farero ha construido su propio mundo en Roque Espino sin dejar de cumplir con la obligación diaria de atender el faro. Una vida llena de rutinas, pero con una gran complejidad interior. De hecho, el contraste entre esas rutinas (subir a la linterna dos veces al día, comer, evacuar, pensar en la lista de la compra, acudir cada quince días al encuentro con el barquero, resolver sus apetencias sexuales) y el mundo interior del farero plagado de renuncias y abierto a la reflexión, a lo fantástico y a la ensoñación, es una de las razones que hace más interesante esta novela. Algunos de sus comportamientos son vistos como extravagancias por lo demás, pero tolerados porque su trabajo no es solo necesario sino también eficaz, puesto que desde que desempeña su cargo, no se ha vuelto a producir ningún incidente marítimo en la zona. Unos entran en el sistema convencional de la sociedad, aunque nadie se hubiera tomado la molestia antes de ese trabajo, como adecentar el cementerio en donde fueron enterrados los ahogados aparecidos en la isla no reclamados por nadie sobre los que hubiera sospecha de no ser católicos o cuidar de la higuera nacida junto a la casa en la que vive. En cambio, a lo largo de la novela descubrimos otras formas de actuar que no parecen encajar en ninguna convención social, como el desinterés por su sueldo y el abandono de los billetes con los que se le pagaba hasta convertirlos en una pasta irreconocible. Hay muchas otras: tallar obsesivamente una ballena de madera cada día para dejarla ir con las mareas, renunciar a cualquier regreso a la sociedad o relacionarse con nadie más que con el barquero, dejarse acompañar por cientos de lagartos allá donde vaya, etc.
El autor matiza magníficamente la evolución psicológica del personaje, su pérdida progresiva de las palabras o de la noción del tiempo, la relación que establece con un islote árido en el que otros no podrían sobrevivir unos días, la radical defensa de su soledad. El farero vive en algo parecido a un abandono de su propia memoria que significativamente le permite conocer las razones de su vida mejor que si no viviera en esa renuncia. De hecho, el gran tema de la novela es la búsqueda del sentido de la vida y del camino que conduce del nacimiento a la muerte, la razón de una vida en concreto que es también la de todos. El farero, una vez aposentado en ese microcosmos que es el islote, procura vivir sin tomar grandes decisiones que le aparten de la posibilidad de ser cualquier otra cosa o de ser varias cosas a la vez poniendo en juego la duplicidad de planos o el tema tan literario del doble. Como la vida cotidiana en Roque Espino no puede tener más distracciones que las que ofrece el vivir de cada día, todo está abierto, todo es posible dentro de su mundo interior y de sus reflexiones. Es una vida en continua expectativa de encontrar la razón de ser, sin las renuncias a las que lleva cualquier elección ni la distracción que supone la sociedad. La rutina diaria es parte de ese camino de descubrimiento porque no entorpece el hallazgo futuro. El farero se ha convertido en un ermitaño en busca de la razón de su propia vida, de la explicación última de las circunstancias que le impulsaron a aceptar un trabajo que nadie quería. Disponer de todo el tiempo le lleva a una dimensión más allá del tiempo en la que puede indagar en busca de las razones extraordinarias de la vida más corriente que otros explicarían desde la vulgaridad del azar o de la mala suerte.
En contra de lo que podría parecer, no hay monotonía en esta narración de la vida del farero, que hace sesenta años que no se mueve de un islote minúsculo. No la hay gracias al estilo brillante y eficaz del autor que, sin embargo, no empuja al lector a dejar de leer la novela. Tocornal consigue trabajar el estilo de una manera muy superior a lo que acostumbra la narrativa actual sin perjuicio de lo que se cuenta. La polifonía de voces narradoras lo evita, pero también todas las circunstancias de la vida en Roque Espino y el mundo interior del protagonista, conducido por la observación y la meditación constante hasta que consigue que los sueños le muestren el camino correcto para encontrarse. Antonio Tocornal mide con inteligencia la aportación de los datos que informan al lector, el tiempo y la variedad narrativa, que oscila desde el documento administrativo al microrrelato, del hilo temático de los sueños a la utilización del humor, de la descripción escatológica a pasajes líricos, de la dureza de la circunstancia de algunas muertes a un sentimiento del paisaje como parte de la historia del mundo. Conseguido todo con esa magistral mezcla entre lo más cotidiano y el pensamiento del farero, el lector queda atrapado por el mundo interior del protagonista, al que acompaña en esa búsqueda extraordinaria del sentido de lo que ocurre entre el nacimiento y la muerte, que permita cerrar el círculo.
Siempre me ha intrigado la opción de soledad del farero. En buenas manos será interesante.
ResponderEliminarMe gusta mucho lo que has escrito acerca del autor y del libro, es ilustrativo... y el tema de la búsqueda del sentido de la vida me interesa sobremanera...
ResponderEliminarEl farero es un tenedor de luz exterior que necesitan los barcos para no extraviarse o encallar... pero la luz interior es otra cosa... la soledad lla ma a reflexión, otras a desasosiego... pero no sé dónde se encontrará mejor la explicación a la razón de la existencia, de la vida, si desde la soledad y el aislamiento o entre la entre la gente que conforma la sociedad... yo me inclino más por la segunda, pero supongo que cada cual tendrá sus preferencias y sus resultados...
Abrazo
Siempre me ha parecido muy interesante esa vida de los fareros, tan llenos de soledad. Es una atracción y a la vez, algo que pienso, yo no lo podría soportar. Pero es interesante el estar,prácticamente todo el tiempo una persona, consigo misma.
ResponderEliminarParece muy atractiva la novela y no conocía a este autor, pero por lo que escribes, habrá que tenerlo en cuenta y leer a Antonio Tocornal.
Besos
Yo también he leído con atención lo que escribes y me interesa, muchas gracias.
ResponderEliminarUn abrazo