Algunos de los edificios que veo cuando me asomo por las ventanas de esta casa de Béjar tienen la antigüedad suficiente como para haber vivido las epidemias de cólera del siglo XIX, los conflictos sociales, la revolución de 1868 o la guerra civil española de 1936 a 1939. Cargan ahora con las consecuencias de esta epidemia vírica. Entre sus paredes vuelven a vivirse miedos y sueños, también escenas tristes. Me cuenta Carmen Cascón, que no debiera tardar en ser cronista oficial de esta ciudad, que su padre vivió la guerra civil de niño desde el edificio pegado a este en el que me encuentro. En los peores momentos de la guerra, los niños hallaban la manera de escaparse al castañar y correr entre los árboles. Ahora están confinados en las casas, como todos. Parece que en Italia se plantean dejarlos salir algunos minutos a pasear por las calles acompañados de un adulto y supongo que en unas semanas adoptaremos la misma medida. ¿Cómo lo vivirán ellos? ¿Cómo recordarán el año del virus cuando sean mayores?
Amaneció nublado y ahora, al atardecer, el sol ha podido con parte de las nubes y todo tiene la luz de un domingo frío de invierno.
¡Ya es abril! Al arrancar la hoja del calendario de la cocina descubro todo lo que tengo anotado en él para este mes que comienza, todo lo que no haré: viajes profesionales y familiares, un congreso, actividades en la Casa de Zorrilla de Valladolid, colaboraciones con el Instituto de la Lengua de Castilla y León, presentaciones de libros, encuentros con amigos y celebraciones. Estos días iba a estar en Burgos, en Valladolid, en Sevilla, en Ayamonte, en Béjar, en Salamanca... Repaso lo que queda y compruebo que pueda hacerlo en casa, aparte de mis obligaciones como profesor universitario, ahora encaminadas siempre hacia la enseñanza virtual. Un pequeño puñadito de cosas. Junto a ellas añado un puñado más grande: vivir cada día lo que me toque. Asistiré al cambiante color de la sierra, a cielos encapotados y de un azul luminoso, a atardeceres prodigiosos y amaneceres prodigiosos sobre la Covatilla.
En casa hay suficiente número de películas clásicas, de esas que no se encuentran fácilmente en las plataformas de contenidos y que deparan momentos memorables para el recuerdo. He vuelto a ver los ojos azules de Paul Newman enfrentados a la mirada de Orson Wells, la locura de un camarote de barco lleno en el que entraban camareros con huevos duros en las bandejas, dos amantes paseando por Hiroshima, las angustias de un transportista para pagar a tiempo la letra de su motocarro, un largo acercamiento para el beso en un tren. Me quedan tantas escenas que recordar para siempre como noches de confinamiento.
Cada día pienso en los que salen a la calle para que nosotros no tengamos que salir: en los que trabajan en las tiendas de alimentación, los miembros de las fuerzas de seguridad, los trabajadores del mundo sanitario, los científicos que procuran combatir la pandemia, los técnicos que consiguen que el mundo siga funcionando, aquellos que atienden a nuestros ancianos en las residencias, los repartidores... Tantos trabajadores que en condiciones normales no vemos o llegamos a despreciar. Cada día me imagino a uno que conozca en esos trabajos y le dedico mi pequeño esfuerzo de no salir a la calle para salvar vidas y dejarles hacer su trabajo.
Es tiempo de pensar en todos ellos, poner en valor el esfuerzo que hacen mientras algunos se quejan de todo y otros nos sentimos protegidos en nuestra burbuja de cemento. No somos heroes somos solo supervivientes.
ResponderEliminarEl cielo busca el azul y no lo encuentra. La primavera asoma en las hojitas recién nacidas del tilo. Mi madre se ha vuelto a dormir. Mi hermano me dice a distancia que a las tres entra de guardia. Voy a la cocina que está paras arriba. Aquí en la burbuja.
ResponderEliminarEs para pensarnos lo menudos que somos. Toda una vida de ajetreo, planes, proyectos, viajes, compromisos...ese calendario que te llena, que a todos en una medida u otra creemos que nos da sentido, queda reducido a la inexpresión. Nos salva algo: que seguimos vivos.
ResponderEliminarAhora nos estamos dando cuenta de varias cosas, entre ellas lo importantes que son aquellas personas que no veíamos, los/as limpiadores/as por ejemplo, los/as maestros/as, los/as reponedores/as, etc..., ¿seguiremos después teniéndolos en cuenta, o lo olvidaremos?, otra muy importante es ver como de buenas a primeras animales ocupan su espacio, he llegado a ver ardillas junto a casa que nunca había visto y que decir de la claridad, la vista se llena de paisaje que antes no se veía o estaba sucio y hoy es claro y transparente, ¿cuanto durará?.
ResponderEliminarCorren tiempos difíciles Pedro... y esa dificultad nos permite mirar la vida y todo lo que cotidianamente la envuelve desde esta perspectiva interior(de habitación y de meditación)que tal vez nos sirva para reparar en algunas cosas que no percibíamos en la inercia diaria antes del confinamiento...
ResponderEliminarCiertamente, los anales de la historia refieren guerras y catastrofes varias, a las que, desgraciadamente, esta añadirá sus propias víctimas. Triste, muy triste.
Hablas del período de la guerra civil. Mi padre combatió en esa guerra y por ahí tengo un cuadernillo de campo con las cosas que fue escribiendo estando en trincheras, pero no le gustaba nada hablar de ella, creo que huía de los recuerdos que podrían alcanzarle otra vez el alma. Yo a veces le preguntaba, pero no le gustaba nada hablar de ello, me dijo que fue atroz.
Esta coyuntura lleva la propia virulencia incorporada por definición y va a ser dura, y me temo que duradera, aunque quisiera equivocarme y que terminiase ya con las menos víctimas posibles.
Me adhiero y suscribo todo lo que dices en el último parrafo.
Te deseo lo mejor a ti y a los tuyos.
Un abrazo.
El cine, mis estudiantes, los libros, y las voces vivas de los que quiero, la escritura, la poesía, la música, y la belleza de los gestos sencillos y humildes, de los que dan porque sí, de los que están al frente, de ese instante mágico que entre la devastación ilumina nuestra sonrisa...
ResponderEliminarImposible que todo esto quede en el olvido.
Besos, Pedro.