Los lobbies -grupos de presión organizados para influir en la toma de decisiones de los políticos- son aceptados en las democracias modernas como parte del sistema. Desde el inicio mismo de las democracias parlamentarias, se constituyeron estos grupos cuya finalidad es que la toma de decisiones de la administración pública y las medidas legisladoras votadas en los Parlamentos favorezcan sus intereses. Estos, casi siempre son producto de la actividad económica de grandes sectores empresariales o financieros pero también pueden responder a parámetros ideológicos o de confesiones religiosas. En las democracias anglosajonas estos grupos no solo son legales sino que se presentan públicamente como tales. En las democracias latinas, aunque son también legales, su actividad ha sido menos pública y reconocida tanto por los mismos promotores como por los políticos. En ambos casos, su existencia es inevitable: toda actividad política genera unos intereses de grupo, sean los que sean: filantrópicos o interesadamente económicos; sectoriales o generales; de grandes empresas industriales o de equipos de fútbol; de empresarios de la comunicación o del sector ganadero. Una de las pruebas de la consistencia y modernidad de una democracia es, precisamente, la publicidad de la actividad de estos grupos de presión, que sus reuniones con los políticos sean conocidas y reconocidas y que se haya favorecido, incluso con ayudas públicas, la existencia de grupos de presión de intereses ciudadanos que no representen actividad económica alguna y que busquen su campo de acción en la ecología, la defensa del sector público o de los grandes asuntos integrados en el conocido como estado del bienestar. Esta es una de las carencias de la democracia actual. No es fácil que los grupos de ciudadanos con intereses no económicos puedan organizarse en una estructura de lobby. Se necesita tiempo y dinero para divulgar su actividad en la opinión pública y organizar reuniones con los políticos, además de articular toda una asesoría legal que esté en la base de sus propuestas. Esta función la cumplían los grandes sindicatos de clase, pero el descrédito en el que han caído por su propia burocratización interna, algunos errores cometidos al convertirse en grandes organizaciones sin controles internos y una interesada campaña de desprestigio organizada desde los sectores más conservadores que ha tenido indudable éxito, les ha restado fuerza, aunque todavía sean escuchados por los políticos -entre otras cosas porque es una condición exigida por la ley y la jurisprudencia al legislador- y tendrían mucho que decir si fueran capaces de salir de las inercias que les han conducido a la situación actual y adoptaran unas dinámicas apropiadas para los nuevos tiempos que se nos avecinan.
La mayoría de los políticos se sienten cómodos reuniéndose con los lobbies organizados de forma tradicional: banqueros, empresarios, sindicatos, representantes de la industria farmacéutica, etc. Pero son pocos los que se sienten igual ante los grupos de presión ciudadana, a los que rápidamente cuestionan su representatividad. Es frecuente que se les desprecie o incluso se les descalifique. Nuestros políticos deberían comenzar a tomar conciencia de que los ciudadanos, en estos inicios del siglo XXI, demandan cada vez más una mayor presencia en la toma de las decisiones y que han comenzado a articularse en grupos de presión (grupos de afectados por las hipotecas, por la venta de las preferentes, jubilados en acción, etc.) y no solo en las plazas públicas y que este fenómeno irá en aumento gracias a que la extensión de las nuevas herramientas de comunicación e información facilitan el contacto entre personas que, hasta ahora, estaban aisladas y no tenían más opción que la militancia en un partido político o en un sindicato. Estas nuevas formas de comunicación reúnen a los que antiguamente se podían adscribir a la figura de los intelectuales con profesionales cualificados, expertos en varios campos y ciudadanos anónimos.
Seguir despreciándolos como lo hacen es un error que pone a las democracias occidentales en una situación de ruptura de las normas de juego puesto que lo que se permite a los grandes intereses financieros o industriales no puede negarse a los ciudadanos. A costa, claro está, de echarles a las calles porque sus políticos no les hacen caso más que cuando se abren los períodos electorales.
Seguir despreciándolos como lo hacen es un error que pone a las democracias occidentales en una situación de ruptura de las normas de juego puesto que lo que se permite a los grandes intereses financieros o industriales no puede negarse a los ciudadanos. A costa, claro está, de echarles a las calles porque sus políticos no les hacen caso más que cuando se abren los períodos electorales.
los lobbies son algo común y corriente en todos lados, ningún país se salva
ResponderEliminardonde existan intereses político-económicos de por medio, allí estarán quienes usufructúan de tal práctica negociadora.
nosotros poco y nada podemos hacer
salvo denunciar o supervisar que las negociaciones estén dentro de los marcos legales y vigentes
besos
pd... en todo caso es una práctica antigua, nada nuevo bajo el sol
ResponderEliminardesde siempre ha existido, si uno comienza a indagar en la historia, los lobbies han existido desde siempre en la conducta humana partidista y voluntaria.
Quien tiene el dinero tiene el poder y, efectivamente, los que mandan de verdad no son nuestros políticos sino los que están moviendo los hilos detrás de ellos.
ResponderEliminarEs difícil moverse en este mundo de interesados e intereses mezquinos. El egoísmo nos lleva a formar parte de una sociedad vacía en muchísimos sentidos. Sólo unos pocos vivirán bien...
Y somos tan fácilmente manipulables, en cuanto a información se refiere, que con todo esto de las redes sociales hablamos aún más de lo que quieren que hablemos, opinamos según opinan. Creo que debemos pararnos a meditar un momento. Sólo un momento. Al final, las verdades sólo están delante de nuestros ojos.
La verdad es que lo veo muy negro, Pedro. Ojalá "sintiese" otro sentir.
Pienso que tenemos, es cierto, lo que merecemos.
Tienes muchísima razón cuando dices que nuestros políticos tienen que empezar a tomar conciencia de que los ciudadanos ahora demandan cada vez mayor presencia en la toma de decisiones. La articulación ciudadana es vital en el proceso y la utilización de las redes sociales lo hace plenamente factible, no solo para su organización, también para el debate entre distinta gente, pero con el mismo deseo de vivir en una democracia real en la que se oye, respeta y valora al ciudadano.
ResponderEliminarNi necesito decir lo útiles que son estos análisis tuyos para ésto.¡Los ciudadanos comunes también tenemos derecho a nuestro lobby!. Pero para que suceda, primero hay que creérselo. Y Luego, zapatear con fuerza.
Un abrazo
Es curioso como una "palabreja" que comienza a ser conocida por la gente ahora, encierra realmente algo superconocido: grandes corporaciones que crean productos que nadie comprende y muchos poseen o pretenden poseer.
ResponderEliminarMe dan miedo.
ResponderEliminarTambién coincido con Abejita, me dan miedo... Y es que da miedo pensar que no somos más que peones en un tablero.
ResponderEliminarbiquiños,
Lo que los ciudadanos tenemos que lograr es que cada vez estemos más unidos y luchemos por nuestros intereses. Nos deberíamos unir TODOS: Médicos, profesores, anti-desahucios, científicos, pensionistas..., en un, gran, gran lobby, no dispersos como estamos ahora. Besotes, M.
ResponderEliminarpasa un precioso fin de semana PEdro
ResponderEliminarbesitos y energías
mil gracias por tus huellas
el amor siempre nos trae y nos lleva a su antojo
El poder de dinero, es y será siempre determinante, en las decisiones de los políticos. pensar lo contrario es engañarse sí mismo. ¿Que no debería?, estoy de acuerdo. pero tu sabes que todos los gobiernos del mundo, inclusive les comunistas, se dejan querer, los estos lobbys. El gran capital, reina siempre. Y decide.
ResponderEliminarSaludos cordiales, profesor.
El poder de los poderosos aumenta en detrimento del resto, llámese lobbies ahora.
ResponderEliminarEn definitiva la Edad Media no anda lejos.
Besos
Interesante idea que activaría a colectivos ciudadanos y les daría un recorrido institucional mayor.
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