El Quijote siempre sorprende. En cada nueva lectura: hay pasajes que yo juraría que no estaban ahí las veces anteriores que lo he leído, expresiones que algún editor juguetón o un duende de imprenta ha introducido la noche anterior en el volumen que abro por la mañana, emociones que los personajes han vivido de otra manera en los meses que hace desde la última vez leí este o aquel capítulo. Me ha ocurrido, de nuevo, esta mañana, cuando terminaba mis clases teóricas sobre la literatura barroca y me quedé colgando de una frase durante unos minutos. Y eso que el primer capítulo me lo sé de memoria, pero ahí estaba la frase: Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años. Cuántas veces la habré leído sin advertirla. Me dio la impresión de que don Miguel se había levantado antes que yo esta mañana -y mira que yo madrugo- para escribírmela, entre burlón y removedor de conciencia, y que se proyectara en la pantalla de clase tras encender el ordenador y el cañón.
En agosto de este año cumplo cincuenta años. Tengo, por lo tanto, la edad de Alonso Quijano, el hidalgo de ese pueblo manchego de cuyo nombre no le da la gana de acordarse al narrador ni al principio ni al final de la historia. Sé que los cincuenta años de los inicios del siglo XVII no se corresponden con los cincuenta años del comienzo del XXI, pero no importa. Importa lo que hay detrás de esa frase: aquel hidalgo se niega a aceptar el destino lógico de su vida: quedarse en su aldea, viviendo de las rentas, junto al ama y la sobrina y charlando a diario con el cura y el barbero mientras espera que pase la vida hasta la fecha de la muerte. Se niega a que las cosas sean como deben ser, como alguien ha dicho que deben ser. No es cierto que la realidad siempre termine imponiéndose. Sabemos que al final de la historia nadie podrá ser de nuevo el mismo que antes de conocer a don Quijote. Si conseguimos fabricar un objetivo vital con la suficiente fuerza para sacarnos de casa, para salir al camino y recorrer el mundo, el mundo terminará trasformándose. O no, pero lo habremos intentado: al menos Sancho habrá visto el mar en Barcelona.
Só cinquenta anos, meu amnigo? És muito jovem ainda.
ResponderEliminarQuanto aos bons livros e filmes , assim é: descobrimos sempre algo novo.O mesmo se passa quando viajas a um lugar mais do que uma vez...
Um abraço forte.
La intención...que nunca falte!!!.
ResponderEliminarQue emocionante, la peseta. Y cuántas veces la habremos sobado, sin reparar en ese Quijote, casi anciano.
ResponderEliminarLos libros tienen esa facultad, que siempre se descubre algo nuevo, o entiendes algo de forma diferente.
Cómo la vida, o, D. Quijote, mismo.
abrazos
¡Y con lo linda que es la Barceloneta!
ResponderEliminarBienvenido al club de los sin-cuenta, lo que cuenta es la actitud, frisada o rizada, o como bien dices, el objetivo vital.
Besos
don Quijote y Sancho siguen haciendo este milagro secular de reunirnos a mujeres y a hombres a escuchar o a leer o interpretar su propia y libres palabras nuestras
ResponderEliminarmedio siglo, eso es harto tiempo y experiencia
ResponderEliminarentonces que sirva de mucho para vivir lo que resta y a lanzarse sin miedos a lo que venga
besitos
Buenas noches, profesor Ojeda:
ResponderEliminarPensaba que lo que dice de encontrar cosas nuevas y diferentes en cada lectura de El Quijote solamente me ocurría a mí.
Hoy medio siglo es nada.
El mar que descubrió Cervantes, le compensó de todas las derrotas.
Le dejo el poema de Juan Ramón Jiménez convertido en canción:
Alegra titiritero, en una interpretación en su Ciudad.
Saludos
Dentro de un orden, las cosas son como uno pretende que sean. Han de utilizarse los recursos adecuados para fabricar el "objetivo vital". Incluso con más de cincuenta es perfectamente posible.
ResponderEliminarUn abrazo
QUé bueno. Me imagino al autor repasando y retocando tu libro en la mesilla, en la estantería, ... y animaándonos a vivir la vida, otra vida diferente a la prevista. Nunca le estaremos lo suficientemente agradecidos.
ResponderEliminarSaludos!
Hay libros que nunca se deben dejar de leer, porque en ellos habitan los duendes o las hadas, capaces de cambiarlos una y otra vez. El Quijote es uno de ellos, sus duendes nos traen la tentación de volver a él, a través de una peseta de papel.
ResponderEliminarMe sonrío porque ya tropecé ahí, en mi momento, en ese párrafo, justo a los cincuenta. La frase cervantina me dio qué pensar, como a ti. En otra lectura anterior, me fijé en el ama que pasaba de los cuarenta. Y, ay, fui la sobrina que no llegaba a los veinte, aunque entonces no leía el Quijote.
ResponderEliminarNo hay personajes del Quijote de cincuenta y seis ¿verdad? Si es así, que ronde mi ordenador. Hablaremos.
Besos
Profeso tal veneración por El Quijote que lo tengo hasta en el "Play Books" del móvil...
ResponderEliminarsi volviésemos a leerlo de nuevo, descubriríamos muchas frases, ¡seguro"
ResponderEliminarUn abrazo de una toboseña
Que el tiempo nunca falta a su cita es una de las pocas certezas que tenemos. Y dentro de poco verás a DQ como un jovenzuelo de cincuenta... y los demás que lo veamos, eso es buena señal.
ResponderEliminarJovencito, a ver si es verdad y haces como mi Quijo y te lanzas a descubrir el mundo :) Besotes quijotescos de nuevo, M.
ResponderEliminarBueno, algunos tenemos más de cincuenta pero seguimos fabricándonos objetivos vitales, como tantos otros.
ResponderEliminarUn abrazo
Es notable cuando pasan esas cosas. No ver antes lo que allí estaba, para luego hacerte reflexionar en el momento oportuno.
ResponderEliminar¡Qué buena sensación!
=)
Felicidades, Profe!!! La Vida empieza después de los cincuenta y Dn Quijote lo sabía.
ResponderEliminarPetons, Profe
/Codecola
Es cierto que el Quijote siempre sorprende. Esa es una prueba irrefutable de su calidad.
ResponderEliminarY bien, a mi siempre me sorprendió esa situación: la de un hombre que tenía que estar de vuelta, pero que se rebela e inicia nuevas correrías. Así que ahora, que cabalgo lentamente hacía la cincuentena, más pausadamente que tú, pues el Quijote me sirve nuevamente de inspiración.
Nunca mejor dicho. Por más que el puñetero mago se empeñe, tendrá que reflexionar sobre esto: que S"ancho habrá visto el mar en Barcelona". Y esta es la piedra con que Frestón habrá de tropezar siempre cada vez que ría la derrota en Barcelona del león manchego. Nunca podrá cambiar el hecho de que Sancho ha cambiado, de que el paso de Alonso no ha sido en balde, y de que los intentos de cambiar que fracasan no se quedan en un fracaso completo, sino parcial. Puede que don Quijote no venza, pero es innegable que Frestón tampoco obtiene un triunfo absoluto.
ResponderEliminar