En doscientos palominos estimaba el escudero del Lazarillo de Tormes el rendimiento anual del palomar del que era propietario. También tenía un buen solar de casas y otras cosas que se callaba. De vez en cuando se quedaba pensando en todo lo que poseía desde que naciera en la calle de la Costanilla de Valladolid. Se recordaba, de chico, bajar la calle desde la colina del centro de la villa hacia la plaza del mercado, parándose un momento en el puentecillo que pasaba la Esgueva. Si cerraba los ojos, le venía hasta Toledo el recuerdo del sabor del pastel relleno de aquellos palominos los domingos. Hace tanto ya, que quizá ni existieron.
Cuánta vida así, en nuestras ruinas, sobre las que el tiempo ha labrado el silencio. En su adobe, pronto, las amapolas, las lagartijas, las hormigas, la avena silvestre y el zumbido del abejorro. De lo desaparecido nace el futuro.
En aquello que parece acabado siempre está el potencial de algo nuevo
ResponderEliminarEl adobe caerá, pero el verde nacerá nuevo cada año, bien nutrido de vida pasada. Menos palominos, más lagartijas. Más "compost".
ResponderEliminarEl hoy siempre viene del ayer.
ResponderEliminarY no obstante, todo tan bello, todo tan libre de nosotros.
ResponderEliminarEl silencio de las ruinas es elocuente, comprenderlo es indispensable para adaptarnos al futuro.
ResponderEliminarSaludos.
Bello
ResponderEliminarComo esos de la foto están varios palomares de mi pueblo... También no pocas bodegas...
ResponderEliminarLa huella del tiempo y el abandono han cambiado su silueta dentro del paisaje...
Sobre los palomares de España escriben mucho y seguido aquí:
ResponderEliminarhttp://www.lautopiadeldiaadia.com/
Saludos,
J.
Me gusta y me hace pensar la última frase de tu entrada: "De lo desaparecido nace el futuro"
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