jueves, 31 de mayo de 2007

Edificio vacío con palomas.


Este edificio, como un gran navío varado, aguarda a que el precio del solar compense su derribo. Cuando lo abandonaron, los fantasmas dejaron abiertos hacia la noche los grandes balcones y el edificio vacío mostró sus entrañas al viento y la lluvia. Al amanecer, la rabia del sol agrietó sus paredes y desencajó las mandíbulas de las habitaciones asoladas. Sus moradores, espantados, debieron sentir el vértigo del derrumbe y dejaron tendida la última colada en los frágiles tendederos. En los huecos de las escaleras aun resuenan sus apresurados pasos en fuga.
Cuando he pasado junto a él, esta mañana, sentí desde sus vanos la fijación de cientos de miradas y un zureo de ratas, que me recordaban mi propio destino. La perspectiva me hizo verlo hidrópico, como embarazado por la descomposición de los restos de conversaciones que han quedado impregnadas en sus paredes. Sin embargo, en su decrepitud, tiene cierto empaque sereno. Es como si aceptara con estoicismo su propia muerte y con señorío quisiera dignificar el abandono.
¿Cuántas vidas ocurrieron en esas habitaciones? ¿Cuántas esperanzas y pequeños dramas? El aire guarda aun moléculas del perfume de aquella dama de hace un siglo que haldeó huyendo de su prefijado futuro para arrojarse en los brazos de su amante. Y los barrotes de esa ventana conservan las huellas duras del padre que veía desesperado la agonía del hijo en la cama de la alcoba atendido por la mano temblorosa de la madre. Quizá se oyen los murmullos relajados en el descanso de un baile de sociedad. O nada de eso. Y lo cotidiano ha acontecido, como milagro, en este edificio que refleja, en los desconchados de su fachada, los cambios de nuestras ciudades, tan sometidas, siempre, a la barbarie de la especulación y la contradicción de su función urbana. Y esos ojos alados, que no dejan de mirarme, me interrogan sobre mi condición de testigo y personaje de la historia de estas ventanas.

miércoles, 30 de mayo de 2007

Nuevo concepto del mañana.


Desde el último cambio de hora, además de dormir peor de lo habitual y buscar los minutos perdidos, recibo misteriosos correos en mi dirección electrónica que el programa no archiva en las casillas correspondientes ("Hoy", "Ayer", "Lunes", "La semana pasada", etc.) sino en una extraña y novedosa titulada "Mañana". Como sucede a partir de las once de la noche, supongo que vienen generados desde listas de correo que no han actualizado su reloj al horario de verano. Ocurre que puedo recibir a la vez un mensaje que se archiva en "Hoy" y otro que se clasifica en "Mañana". O que el de "Mañana" llegue antes que el de "Hoy".

Recuerdo mi estupor la primera vez que constaté este hecho. Además de alabar la previsión de los programadores informáticos que ya establecieron esta opción vaya usted a saber la razón, pensé qué hacer con los mensajes recibidos durante esa hora, la última del día. Como los más frecuentes corresponden a servicios de información y periódicos digitales, recordé una regularcilla serie de televisión en la que el protagonista obtenía el periódico del día siguiente y tenía unas horas para cambiar el futuro a partir del conocimiento de lo que iba a ocurrir. Si lo lograba, el periódico modificaba la portada con la nueva realidad.

La pregunta es qué puedo hacer yo con esa hora en la que un periódico me remite las noticias de "Mañana". Lo que sucede es que a esas horas reconozco que ya no estoy para nada y el traje de superhéroe lo tengo en la lavadora. Así que me quedo perplejo, delante de la pantalla, decidiendo el exacto entendimiento de ese mañana inusitado. A las doce de la noche todo se regulariza, y el presente alcanza al futuro. ¿He perdido la oportunidad de evitar un atentado, una guerra, un robo, una irregularidad urbanística? Alguien me está regalando una hora, y tengo el presentimiento de que no sé aprovecharla suficientemente.

martes, 29 de mayo de 2007

Jehanian (Pakistán)

Una corte tribal de la pequeña localidad de Jehanian (Pakistán) ha condenado a Rafiq Naunari a la pena de que su mujer sea violada por el padre de la niña de ocho años de la que él había abusado tras secuestrarla cuando iba camino del colegio. La mujer ha huido y la policía, en cumplimiento de la ley pakistaní que prohíbe estas costumbres tribales, ha intervenido practicando las diligencias oportunas, incluidas, claro está, las que conduzcan al esclarecimiento del abuso de la niña. El padre de la pequeña acudió a estos jueces tribales y ellos actuaron de acuerdo con sus normas y según su forma de entender la vida.
He buscado Jehanian en un mapa, y no la he encontrado (quizá por estar mal trascrito el nombre). Sí la ciudad más importante cercana, Multan. Incluso la he sobrevolado en Google Earth. Os invito a hacerlo, y contemplar sus calles, la organización de su vida urbana, y los alrededores en donde ha sucedido esta cadena de dramas cuyo origen quizá sea tan lejano en el tiempo que no podamos nunca conocer la primera acción. O quizá todo tenga una explicación sencilla y desoladora.
No quiero prejuzgar. Sé que las autoridades han reaccionado como debían. Sé que el padre de la niña violada ha actuado según sus costumbres y que los que dictaminaron esa sentencia, también. Sé que yo vivo en un occidente en el que recubrimos el tribalismo de modernidad. Sé que, desde tan lejos, sólo me llega la noticia como han querido que me llegue los medios de comunicación.
Sé que hoy, como nunca, el ser humano es capaz de las mayores atrocidades prehistóricas y los mayores crímenes postmodernos, al mismo tiempo.
Pero, a veces, hay un extraño nudo que te coge las tripas.

Harto de Windows

Perdón por el desahogo, que no es del estilo de este pobre blog, pero ¡estoy harto de Windows! Ya me pasó cuando nos empujaron a cambiar del 98 al XP. De nuevo, cuando nos quieren hacer saltar al nuevo sistema, las actualizaciones que se instalan de forma confiada en nuestro equipo me dan problemas continuos. Llevo desde el domingo peleándome con mi ordenador. Uno, que a su edad le pide a la vida cosas facilitas en lo técnico, se desespera. ¿Tendrá algo que ver con el pasado domingo día 27?
En fin.

lunes, 28 de mayo de 2007

A los que han ganado: pregúntense por qué han ganado. Gobiernen. Recuerden que también tienen la obligación de ser generosos. No miren hacia sí mismos. Apliquen proyectos y no vayan a empellones.
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A los que han perdido: pregúntense por qué han perdido. Ayuden a mejorar la acción de gobierno. Recuerden que tienen la obligación de ser generosos. No miren hacia sí mismos. Vigilen la aplicación de los proyectos de los gobernantes y no vayan a empellones.
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A todos: aunque no está de moda, la cultura da más dividendos que el ladrillo. [Actualización de las 21:00. A este respecto, véase aclaración en los comentarios a la inteligente intervención de Caelio.]
Suerte para todos. Y, por favor, contribuyamos a limpiar un poco el patio que, al final, las aguas desaguan en la acequia, y va turbia.

viernes, 25 de mayo de 2007

Vote usted, aunque no se lo merezcan.
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[Lo haga o no, aproveche el domingo para (re)leer
Ensayo sobre la lucidez, de Saramago, pasará un buen rato
y se preguntará cosas útiles que a los políticos profesionales les dan miedo.]

jueves, 24 de mayo de 2007

NOTA SOBRE LA CAMPAÑA ELECTORAL

A pesar de que las aguas aun bajan revueltas por las últimas lluvias, salgo de mi refugio circunstancial (y más con las últimas tormentas eléctricas) y doy una oportunidad más a los partidos políticos que se presentan a estas elecciones del domingo para que intenten decir cosas por encima del ruido y de lo adivinable y sin remitirme a sus programas, que ya he leído y no me han aclarado gran cosa más que sueñan unas ciudades y una autonomía que no son las que yo paseo habitualmente. Ya saben que La Acequia tiene vocación cultural, así que deseo contenidos explícitos al respecto. Y si mi aclaran, a mayores, qué se quiere para Burgos 2016, mejor. Y, por favor, traten en exclusiva cuestiones locales y regionales y de futuro.
Admito comentarios, correos electrónicos, intervenciones en los medios de comunicación y hasta atriles en parques públicos. Y no desespero.

miércoles, 23 de mayo de 2007

Insomnes.


No dormir es morir de forma consciente. A veces, en la noche, el sueño no llega y a través de los pasillos del tiempo se percibe una fiera que nos busca muy adentro. Qué quietud del espacio alrededor del insomne. Asomado a la ventana, comprueba que la ciudad descansa. La primera noche pensó en que no debería haber tomado aquel café de media tarde. La segunda, que tenía que cambiar de vida y huir de las preocupaciones. A partir de la tercera se desesperó. Hubo una, no sabe bien cuándo, en la que decidió aprovechar, como si fuera un don, ese nuevo tiempo. Dejó de abrazar el cuerpo de su pareja y se levantó de la cama para emplear las horas descubiertas en afanes no cotidianos. En alguna ocasión, salió a pasear nocturno, envuelto en el frío de la madrugada y el sabor de las farolas. Finalmente, tras tantas noches iguales, desistió de todo, y el cansancio le alejó incluso de sí mismo. El insomne de años se reconoce en el sabor del café recién hecho del desayuno, y en la forma mecánica de manejar la maquinilla de afeitar. Se queda mirando el espejo, que le devuelve algo que no acierta a comprender, y sale a la calle, en busca de tentaciones de cansancio. Pero llega la noche. Una noche de noches. Y el insomne quisiera que la ciudad compartiera parte de su vigilia porque se cansa de ser centinela de los durmientes, llevar su carga, y desearía entrar en sus casas a desgarrar tanto silencio. Pero se queda en esa ventana, mirando de nuevo otra noche.

martes, 22 de mayo de 2007

Paseo entre árboles.



Sigue lloviendo, y las aguas bajan turbias como desde hace días. Por eso, en un momento de tranquilidad, me he refugiado junto al río, entre los árboles, en este paisaje que he visto cambiar según las estaciones del año. Desde aquí le doy la razón al agua de limo y espuma y me pregunto por la causa de que se pierda de tal manera la oportunidad de hablar de las cosas reales en este campaña electoral. El domingo debo ir a votar y aun no sé bien qué me quieren decir, entre tanto ruido. ¿Se responde, se debate de verdad sin el libro de consignas a mano, los programas van más allá de lo políticamente correcto y adivinable? La Acequia, por su origen, se fija sobre todo en los aspectos culturales. Y miro con atención, pero, quizá por estar ahora en este refugio, los árboles no me dejan ver el bosque.

lunes, 21 de mayo de 2007

Aguas revueltas.

Hoy, las aguas del río bajaban turbias y rápidas, atravesando la ciudad casi sin mirarla, como un cuchillo. Las tormentas de estos días han revuelto el cauce, y el color del agua es de limo y espuma. La Acequia, en su humildad, no comprende bien la braveza de estos hechos, pero el tiempo se empecina en llamar la atención del paseante, que se queda observando el vigor del cauce. ¿A dónde corren estas aguas y por qué no miran a la ciudad de las agujas como suelen? Quizá están molestas por el escaso fuste de los debates de quienes pasean sus puentes con intención de rebañar votos en sus orillas. Quizá se remueven pensando en el retraimiento ciudadano de los moradores de estas calles antiguas. Quizá sólo ignoran estos tiempos grises y buscan su natural discurso hacia la vida.

domingo, 20 de mayo de 2007

La ciudad como espectáculo.

Parece que necesitamos llenar las calles de nuestras ciudades y convertirlas en espectáculo permanente. Una semana toca volverlas al pasado, con puestos de venta que lo mismo sirven para la Edad Media, el Renacimiento o el Barroco. Otra nos da por congregar en ellas a todas las estatuas humanas de Europa o grupos de teatro de calle, bululús y feriantes. También festivales del pincho gastronómico, ferias de la cerámica, del libro, mercadillos. A veces las ocupamos con instalaciones de arte postmoderno. Semana Santa, Navidad, ferias locales, manifestaciones varias, encierros de toros y puestos electorales. La calle, en efecto, es de todos. Dentro de poco, habrá tanta ocupación de la calle como días internacionales en recuerdo de algo. Pero siempre faltará el día de la ciudad: la ciudad misma como espacio de expresión libre de unión de sus habitantes; la ciudad como lugar de encuentro y no de combate contra la vida misma; la ciudad, en suma, habitable.
¿Hemos dejado de definirnos como ciudadanos para ser espectadores de esta nueva ciudad llena de trampantojos que nos ocultan la ciudad misma y quienes la gobiernan?

sábado, 19 de mayo de 2007

meme pictórico (segunda parte)



Mi hija Elena, de cuyas aficiones artísticas ya he hablado aquí, colabora en el meme ampliando mi entrada anterior con su propio cuadro. Lo pintó hace tres años, cuando tenía seis, en un taller de pintura vanguardista. Y yo lo creo una obra maestra.

Al fin, Kandinsky (y meme).


Siguiendo el meme convocado por Blogófago a partir de mi decisión de colgar un Kandinsky en la cabecera de mi cama y de mi frustración por no tenerlo todavía, hoy os comunico con gran alegría que ya tengo mi Kandinsky. Espero que Esther y Marcos ya no vuelvan a decir que mi vida necesita un giro de color. He de reconocer que me ha salido un poco más barato que los 54 millones de euros del Rothko, pero que, aunque la fotografía no le haga suficiente mérito, cumple de sobra con su objetivo.
Al colgarlo (creía que las paredes de mi casa estaban más rectas), me acordé de la parodia de Miró que hacían en una obra de Els Joglars, Olympic Man Movement (1981), que yo vi en aquel año en un sitio muy apropiado: el Polideportivo de la Huerta del Rey de Valladolid. Como veréis en el enlace, se trata de la "Escena Miró", en la que un grupo de jugadores de fútbol americano-patinadores pintan un Miró. Aquella escena provocaba sonrisas entre el público más "entendido", aunque dudo de que fueran las mismas que buscaba Boadella. A Miró no creo que le molestara la escena en el sentido en que esas sonrisas parecían querer comprender. Esa escena me sirvió durante mucho tiempo para reflexionar con mis alumnos sobre las características del arte moderno/postmoderno. No sólo la pintura o el teatro, sino sobre la cultura contemporánea. Hoy debo recurrir al enlace a Internet, porque la obra ya está fuera del imaginario de mis alumnos, puesto que la mayoría han nacido después de la fecha en la que se representó.
También me ha servido para reflexionar sobre mi propia evolución posterior. En aquellos tiempos de movida y juventud, hubiera puesto este Kandinsky o algo similar, pocos años después, no. Hoy he vuelto a optar por él. Bueno, no sólo yo, puesto que se encuentra en muchas tiendas de decoración. ¿Será verdad que se descumplen años a partir de los cuarenta y tantos?

viernes, 18 de mayo de 2007

Todavía no tengo mi Kandinsky.



Como todavía no tengo mi Kandinsky, he decidido comprar dos jarrones. Así, además, querido Blogófago, tapo un poco el naranja, no vaya a ser esa la causa de mi insomnio. Como alguien me ha dicho que el cabecero de mi cama es demasiado masculino, incorporo en la pared contraria dos gatos cuya elección se debe a mi hija Elena. Aun debo decidir los libros de esa estantería.


Además, he colgado una chica japonesa con pluma y cremas en otra parte de la casa...

Como verán los amigos que me solicitaron un giro de color, lo he dado radicalmente. Pero prometo no convertir ahora La Acequia en una guía de decoración.

Lamentablemente, en estos días no tengo demasiado tiempo para hacer entradas largas y, como ya sabéis, este blog no quiere entrar en la campaña electoral hasta que esta no se eleve un poco.
[Tengo una montaña de cosas pendientes que me roban el tiempo, pero prometo entrada más a tono. Considerad esto como las antiguas cartas de ajuste.]


jueves, 17 de mayo de 2007

Me voy a comprar un Kandinsky.


Mis amigos Esther y Marcos insisten en que mis últimas entradas son un tanto melancólicas y me avisan de la posible pérdida de lectores. Como muestra de que estoy dispuesto a llenar mi vida de color (y más hoy por una razón que me callo), he decidido que me voy a comprar un Kandinsky para ponerlo en el cabecero de mi cama. A ello, no lo oculto, contribuye lo asequible que se ha puesto el arte abstracto. Qué demonios, quién no tiene 54 millones de euros a mano... Seguiré informando.
[Prometo entrada más larga. Acabo de llegar a casa después de un largo día.]

miércoles, 16 de mayo de 2007

Centro Blanco y el valor del arte.


Este cuadro ha sido vendido en una subasta de la Galería Sotheby’s. Se trata de Centro Blanco, de Mark Rothko, pintado en 1950. En la puja ha llegado al precio de 54 millones de euros, nunca alcanzado por una obra de arte contemporánea. Rothko, pintor de origen ruso pero nacionalidad estadounidense, se suicidó en 1970 a la edad de 66 años, dejando tras de sí una de las producciones claves para comprender el expresionismo abstracto del siglo XX.
Sé que muchas personas no comprenden este tipo de obras y, aunque el diseño actual las haya impuesto en nuestras ropas y utensilios hasta convertirlas en arte cotidiano, afirman que no les gusta. A mí sí. Pero esa no es la discusión de hoy. Da lo mismo pagar 54 millones de euros por un Rothko, por un Picasso o por un Velázquez. Gran parte de esos 54 millones no pagan la calidad artística, sino el afán del coleccionista y el valor de mercado.
Es irónico, pero tenemos montada la vida cultural así: hoy, en cualquier parte del mundo, hay un pintor al que casi desconocemos, que no sabe llegar a fin de mes y al que apremian los pagos de las deudas, pero cuyas obras batirán ese precio de Centro Blanco a los pocos años de su muerte. Sin demagogias.

martes, 15 de mayo de 2007

Chapuzas.



Hoy no me pidáis mucho.
Esta tarde comencé por rematar algunas cosas de esas que siempre quedan pendientes tras una mudanza o después de que te traigan un mueble nuevo. Y me encontré arreglando pequeñas chapucillas a las que había aparcado para un momento mejor.
Me planteaba, según colocaba un cuadro, relacionar este estado en permanente traslado, con lo que ha sido mi vida en los últimos años: un ejercicio constante de cambio sin un destino cierto final. Y reflexionaba sobre cómo he llegado a esto. Me sonreía al pensar cómo algunas personas me creen estable y seguro. Quizá lo sea, pero, como todos, fundamentalmente soy un superviviente al que, de vez en cuando, le toca hacer arreglos en las cosas que ha ido dejando para luego. Hoy lo expreso centrando esa puerta de los muebles de la cocina o colgando ese paisaje apoyado en una pared durante meses. Mi vida seguirá en permanente cambio y yo me iré adaptando a ellos. Algunos se me impondrán, por otros o por las circunstancias y el sentido de la responsabilidad, aunque renuncie al camino recto hacia lo que deseo. ¿Tendré algún día ese lugar en el que decir: "ya estoy aquí"? Mientras tanto, voy haciendo estas reformas.

lunes, 14 de mayo de 2007

Cabeza de hombre angustiado.

Esta cabeza de hombre angustiado (o asqueado, enfermo o torturado, según las épocas), me acompaña desde 1987 en todas las mudanzas que he hecho. Y son muchas. La modeló en arcilla Helena, la única mujer de los cuatro compañeros que alquilamos un piso-estudio por la subida a San Isidro. La aventura duró poco, y hace muchos años que no he vuelto a ver a ninguno de ellos. Sin embargo, de aquellos meses guardo esta cabeza que me reclama justo ahora, veinte años después. En ocasiones, ha estado medio oculta en un rincón de una estantería, quizá el más oscuro. Ahora la tengo encima de la mesa de trabajo, justo enfrente de mí. Si levanto la cabeza de las teclas del ordenador, es lo primero que veo. Me he inspirado en ella para algún poema. De vez en cuando me quedo observándola. Cabeza de hombre angustiado, cabeza de hombre asqueado, cabeza de hombre enfermo, cabeza de hombre torturado. ¿Qué tiene de mí para que haya seguido conmigo después de tantos cambios? Si los objetos van adquiriendo el alma de su propietario, ¿esta cabeza ha sufrido mis mismos cambios? Y si es así, ¿qué significa ahora esa mueca de los labios?

domingo, 13 de mayo de 2007

Afirmación urbana y ciudades inhóspitas.

Varias entradas de estos últimas días y algunos comentarios en ellas, me han hecho reflexionar sobre mi actitud ante la ciudad como espacio vital. Dejo sentada, como premisa, mi condición de amante de la ciudad. Aunque reconozco las buenas cosas que tienen los pueblos y soy capaz de pasar en ellos unos días gustando de su tranquilidad y de que el tiempo dé para todo, prefiero salir a la calle y encontrarme cafeterías, librerías, cines y gente desconocida y variopinta. La posición intermedia de aquellos que viven en el mundo rural -o en su falsificación: las urbanizaciones que rodean las ciudades- pero para todo dependen de la ciudad, me parece un tanto hipócrita, puesto que quieren disfrutar de la vida del pueblo sin renunciar al automóvil y a la destrucción sistemática de eso que dicen apreciar, puesto que, en el fondo, invaden agresivamente esa vida tranquila por la que apuestan.
Pero no me gusta el desarrollo de nuestras ciudades, tan sometidas a los empujones de la especulación urbanística. En el desarrollismo de los años sesenta y setenta del siglo XX se construyeron barrios masificados, con pobreza de materiales, sin tener en cuenta las necesidades sanitarias, de educación o esparcimiento de sus habitantes. Sólo la pelea cotidiana de sus moradores les hace habitables y en esa pelea se encuentra lo mejor de ellos. Antes, en muchas de las ciudades españolas que conozco aparecieron en los años cuarenta y cincuenta, casi de la noche a la mañana, barrios enteros de casas molineras en lugares marginales. En aquellas viviendas no había agua corriente, no había luz eléctrica, ni siquiera había títulos de propiedad. Sus calles no estaban urbanizadas ni tenían alcantarillado. Luego vinieron los barrios obreros, necesarios para acoger en pocos años a miles de personas que abandonaban la dura vida del campo por otra que, sin duda alguna, era mejor, dadas las penurias de aquella España. En esta última fase de construcción que todavía vivimos, se ha edificado sin tener en cuenta un plan general racional: macrobarrios aparecen en uno o dos años, sin pensar que allí debería hacerse al mismo tiempo, y no años después, un colegio, un instituto de secundaria, un centro de salud, vías de salida y entrada. A veces, estas colmenas se encuentran a quilómetros del núcleo urbano, o en una de sus zonas tradicionalmente abandonadas por alguna de las razones que se ponen de manifiesto nada más comenzar a vivir en ellas.
Las ciudades se han contaminado: su aire, su ruido, su luz -los pájaros cantan a medianoche-. Los ciudadanos se han hecho incívicos: ponen sus necesidades individuales por encima de todo lo demás. Cada familia tiene uno o más coches y exige poder usarlos en cualquier momento y acceder a cualquier lugar con ellos, ya sea el centro de la ciudad ya el más remoto de los paisajes naturales. Cada juerguista quiere disfrutar de su noche sin tener en cuenta el descanso de los demás. Cada especulador quiere tener derecho a su metro cuadrado con el que enriquecerse.
Yo no tengo coche. Quiero moverme andando por las ciudades o en buenos medios de transporte públicos: rápidos y asequibles en precio, con trayectos racionales y tiempos de espera lógicos. Deseo que mi ciudad sepa apostar por igual por la modernidad y la vida en buenas condiciones. Deseo que mis representantes políticos sepan contemplar de verdad todas las necesidades del habitante de la ciudad sin que su primera condición sea la financiación con el suelo público -cuyo precio debe dar de sí para todo- que repercutirá finalmente en el precio de la vivienda. Deseo que se pueda apostar de una vez por la ciudad a medida humana y no de los intereses económicos.
Y así me muevo, con mi necesidad urbana y mi vivencia de la ciudad como entidad inhóspita.

sábado, 12 de mayo de 2007

Dos mujeres para un monstruo. Apuntes para una novela.


De la piqueta destructiva se salvan algunos edificios no se sabe muy bien por qué, puesto que ni siquiera es garantía de conservación su importancia histórica o artística. El Palacio del Marqués de Valverde es uno de ellos. Un palacio construido a finales del siglo XVI siguiendo el estilo italianizante que dominaba el entorno, como el vecino del banquero Fabio Nelli. En este del Marqués resalta una ventana en ángulo, sobre la que se encuentran dos figuras femeninas. Justo en la parte superior del ángulo, se exhibe un extraño monstruo, que saca la lengua con un secreto significado. La leyenda popular hace de estas dos figuras femeninas la mujer y la amante del Marqués, pero ya se sabe cómo son estas cosas de las malas lenguas. Si fuera así, al Marqués no le hizo falta ir a un programa televisivo del corazón para proclamarlo, como hoy se estila: se lo dijo al arquitecto, que para eso pagaba, y dejó el mensaje grabado en piedra. No desvelaré por ahora a quién hace la leyenda mujer y a quién amante. Curiosamente, el Marqués se hizo rico con la nieve del Espigüete, que los habitantes de Valverde de la Sierra (León) supieron trabajar como forma de vida hasta el siglo XIX. Desde la montaña, primero en costales y luego en carros tapados con lonas, llevaban la nieve a Palencia y Valladolid, en donde servía sobre todo como objeto de lujo para la aristocracia.




Sobre su historia escribí una narración en la que había amor, celos, intrigas palaciegas y muerte. La nieve, lentamente, se iba deshaciendo y acababa en los dedos húmedos de la traicionera Esgueva que, en la época en la que trascurría la historia, se había desbordado. Si la reescribiera ahora no sabría muy bien si tratarla como historia trágica o vodevil. Al menos, del Marqués ha quedado este hermoso palacio, que ha sobrevivido a las reformas del XVIII y, sobre todo, a la agresiva remodelación que lo trasformó en el siglo XX en apartamentos y comercios.
[Actualización del 13 de mayo: Ante las dudas de un amigo mío experto en arte, aclaro. Las figuras de las dos mujeres bien pueden ser debidas a la reforma de 1763. Cuando escribí mi narración hice algunas indagaciones en los archivos locales, pero poco se puede constatar sobre si esos elementos de la fachada tienen su origen en el siglo XVI en su forma actual, y deberíamos adjudicarlos mejor a la reforma manierista del XVIII. Ahora bien, mi Marqués pagó la obra original del XVI y, con otro nombre, la reforma del XVIII. Es más, en el presente de la historia era un acomodado miembro de la aristocracia comercial del XIX. El señor de las nieves perpetuas del Espigüete tenía ese don, y alguno más.]

viernes, 11 de mayo de 2007

Fuente y memoria


Hoy me he parado a mirar el surtidor de agua sagrada de esta humilde fuente. Cuando ni yo mismo recordaba cuánto rato hacía que estaba parado ahí y mi sombra se confundía con su rumor leve, un pequeño gorrión se apoyó en el borde y bebió de ella. Aun recuerdo el sabor de esa agua en la infancia. Venía yo preocupado y azorado por mis cosas de hoy y la memoria me llamó insistente.

jueves, 10 de mayo de 2007

Las Hurdes, tierra sin pan

Ayer mostré a mis alumnos, y a quien quiso acompañarnos, el documental Las Hurdes, tierra sin pan (1933), de Luis Buñuel. Hace unas semanas había hecho lo mismo con Un perro andaluz (1929).
La idea inicial era ilustrar la evolución que los miembros de la "Generación del 27" tuvieron de la vanguardia al compromiso. Con esa finalidad, comenté los recursos narrativos del documental -sobre todo el montaje de la secuencia del arroyo, desde que una mujer lava unas hojas de lechuga hasta que unas niñas comen pan mojándolo en el agua de la que, según se nos muestra, han bebido antes un cerdo y una persona y en la que una mujer ha fregado unos cacharros; también la forma en la que nos conduce a la explicación de las enfermedades endémicas en la zona como el bocio y el paludismo-, y la utilización de técnicas que hoy mismo nos parecen muy modernas, como los movimientos de cámara y el mismo montaje final. Hablé sobre cómo gira el documental de un testimonio costumbrista y antropológico a la denuncia del atraso de Las Hurdes. Comenté también su contenidos sociales y políticos, aumentados con la sonorización al francés y el uso propagandístico durante la Guerra Civil, con el añadido del texto final.
El impacto del documental, del que habla tanta gente sin haberlo visto, es siempre el mismo. Mis alumnos lo vieron al principio con cierto rumor chistoso que produce lo antiguo, hasta que las imágenes, por sí solas, se les impusieron y reclamaron silencio. Aquellas gentes, aun dramatizadas por Buñuel, existieron. Esos rostros somos nosotros hace poco, e incluso están dentro de nuestros rostros. España ha cambiado, y mucho, pero están tan próximos que conmueven y alarman.
Finalmente, Las Hurdes, tierra sin pan es, sobre todo, cine. Una obra maestra del cine.

miércoles, 9 de mayo de 2007

La calle



Si la acequia guarda el misterio de mi infancia, la calle retrata la adolescencia. Aquellas calles grises de mi descubrimiento urbano, cerradas y abiertas, oscuras y luminosas. Hay un momento en el que nos lanzamos a conocer la calle. Salimos del reducto de juego que supone nuestro barrio y nos aventuramos, con la pandilla o solos, por territorios desconocidos que nos asombran. Recuerdo la sensación de temor y aventura, de gestos dramáticamente exagerados y miradas casi infantiles aun pero que pretendían ser muy adultas. Ir al centro. O bajar a la ciudad, como se decía en mi barrio, sintiéndonos extraños y fronterizos. Atreverse a doblar por una esquina y apartarnos del camino conocido para descubrir rincones nuevos con la sensación de no saber si seremos capaces de volver a encontrar una calle ya paseada que nos oriente. La ciudad, entonces, se convierte en un laberinto. En un laberinto de nosotros mismos. Encontrar la salida depende, casi siempre, de un azar del destino. A veces, por la noche, me despierto agitado tras haber soñado que aun sigo dando vueltas por aquel laberinto en el que todas las calles terminan en un callejón sin salida.

martes, 8 de mayo de 2007

Edificio vaciado (II)

A veces es difícil salir del hueco negro en el que nos metimos porque nos negamos a ver la mano tendida, y nuestro vacío se intensifica hasta que nos llena, como la sombra que se extiende por el interior de estos edificios tabicados que esperan aun con los restos de una vida ya extinguida. El huésped de las nieblas que Alberti grabó en Sobre los ángeles nos conduce hacia esa negrura:
Llevaba una ciudad dentro.
La perdió.
Le perdieron.
El mundo entero se ha convertido en lugar de desorientación y la soledad nos arrebata hasta la quietud más muerta de las estatuas:
Solo, en el filo del mundo,
clavado ya, de yeso.
Y así quedamos, tan alejados incluso de nosotros mismos, cegados por nuestro vacío, como esas ciudades asoladas en las que no se oyen los cantos de los pájaros:
No es un hombre, es un boquete
de humedad, negro,
por el que no se ve nada.
Grito.
¡Nada!
Un boquete, sin eco.
De pronto, alguien deja abierta una ventana y un ruido, cuando ya hasta de nosotros estábamos olvidados, nos hace levantar la mirada y ver el rostro que tenemos enfrente, y su mirada, como en El ángel bueno del mismo poemario de Alberti:
Un año, ya dormido,
alguien que no esperaba
se paró en mi ventana.
-¡Levántate! Y mis ojos
vieron plumas y espadas.
Atrás, montes y mares,
nubes, picos y alas,
los ocasos, las albas.
Vuelve el paisaje, vuelve el otro, ya vemos esa mano que, quizá, siempre estuvo allí, pero no la sentíamos, tan sumidos como estábamos en en nuestro dolor:
-¡Mírala ahí! Su sueño,
pendiente de la nada.
¿Estamos ya preparados para habitarnos y llenar otra vez de ruido nuestra casa, cerrar el hueco y el desgarro y ver de nuevo más allá de nuestra noche?
Alguien dijo: ¡Levántate!
Y me encontré en tu estancia.

lunes, 7 de mayo de 2007

Edificio vaciado


A veces el cuerpo se nos queda vacío de todo. Alguien, algo, nos arranca todas las vísceras de cuajo, o así lo sentimos. Somos entonces como aquellos edificios que un día tuvieron vida intensa, ruidos de pasos y algarabía de niños -como el colegio de la fotografía- pero que el paso del tiempo y la especulación vaciaron por completo. Y vino el silencio. Luego, una mano aleve arrojó la primera piedra contra una ventana y el ruido de los cristales rotos animó a una segunda y a una tercera. No importa que la causa esté más en nuestro interior que en lo que nos rodea, no importa que a nuestro lado tengamos a quien nos ama y sufre viéndonos así y más aun porque ni lo vemos. No miramos más que nuestros pasillos solitarios, las señales del hurto de nuestra alma y los destrozos cometidos en el saqueo. No admitimos nada, no queremos más que oír el eco de nuestro dolor en nuestro cuerpo despojado, como el eco de las voces de los niños en las escaleras abandonadas.
Rafael Alberti contó con precisión una parte de ese sufrimiento en un poemario espléndido de vanguardia: Sobre los ángeles (1927-1928). ¡Qué poca poesía leemos cuando es el verso quien mejor nos retrata! En este libro hay un capítulo, Huésped de las nieblas y dentro de él un apartado, El cuerpo deshabitado, que nos cuenta nuestra propia tragedia. Aunque Alberti relataba una crisis espiritual de otro tipo, hoy me va a ser válido apropiármelo:
Yo te arrojé de mi cuerpo,
yo, con un carbón ardiendo.
-Vete.
El uso de la imagen bíblica, en la que coinciden ahora la voz poética con el ángel de la espada llameante, se hace urbana:
Madrugada.
La luz, muerta en las esquinas
y en las casas.
Los hombres y las mujeres ya no estaban.
-Vete.
¡Qué sencilla expresión de la soledad más terrible: Los hombres y las mujeres ya no estaban! Y la brutalidad de la sensación en la que el ser humano se cosifica:
Quedó mi cuerpo vacío,
negro saco, a la ventana.
Y la angustia por la expulsión de nuestro ser más íntimo, desterrado del paraíso más profundo:
Se fue.
Se fue, doblando las calles.
Mi cuerpo anduvo, sin nadie.
Qué sensación de no tenernos a nosotros mismos, de rotura interior, de frío de madrugada. ¿Cuándo perdimos la mano que tenemos ahí mismo, al lado, sin verla? ¿Cuándo se rompió todo? Mientras tanto, nuestro cuerpo ha quedado expuesto al viento, en la ventana, como esa ropa de cama que la gente orea y que parecen las lenguas muertas de nuestro interior. O, peor aun, camina sin nosotros mismos, como un autómata sin sentido.

Ramón y las crecidas



Me indica Ramón, amigo de kilómetros y conversaciones, que, con razón, un árbol no es el mejor sitio para clavar un letrero con una señal indicando una crecida, como se veía aquí en una entrada anterior. Año tras año el árbol crecerá y la señal estará cada vez más alta, con lo que se perderá la referencia. De hecho, la señal de aquella entrada indicaba una crecida del año 2001, así que ya no es correcta. Ramón, que es científico y como tal piensa, tiene razón. O no. Quizá olvida que, como yo decía en aquella entrada, la señal de crecida puede simbolizar la gota que desborda el vaso: "hasta aquí aguanto". Por eso, la ocurrencia puede deberse a algún concejal, con la intención de que cada año debamos aguantar un poco más. Sin darnos cuenta, no llegamos hasta el nivel de indignación permitido. Quién sabe.
Por si acaso, sustitúyase aquella foto por ésta de hoy, con una cruz bien clavada en los muros del convento de carmelitas fundado por Teresa de Ávila en 1568 (su cuarta fundación). La lápida recoge la histórica crecida del Pisuerga en 1636. Aunque la cruz es de madera, no hay riesgo de que crezca como el árbol. Sólo la piqueta de la especulación podría acabar con ella.

domingo, 6 de mayo de 2007

Insomnio y libros

Un amor perdido, una enfermedad, una tragedia familiar, una contrariedad económica, puede conducirnos al insomnio. O un café tomado a deshora. Esta noche me desperté, como me pasa con cierta frecuencia en las últimas semanas, después del primer sueño profundo. Como la mente giraba alrededor de los mismos temas, después de desesperarme dando vueltas en la cama y tratar de aburrirme con la televisión nocturna, me asomé al balcón de casa y el frescor de la noche acabó por desvelarme. Volví a la habitación y tomé entre mis manos el libro redescubierto ayer, que estará a la vista durante semanas, hasta que un nuevo impulso misterioso me conduzca al encuentro de otro volumen. Dionisio Ridruejo fue un hombre con biografía, mucho más de lo que se puede decir de la mayoría de nosotros. No sé si le tocará o no el rescate de la memoria, como dice en un comentario generoso Francisco, el autor de Caminando en el desierto. ¡Cómo se disfruta leyendo los textos de sus Materiales para una biografía! Por ahora, sin saber muy bien por qué, el azar me ha conducido, de nuevo, a sus páginas. Ayer abrí el volumen en un poema de Primer libro de amor (1935-1949), hoy hojeo los Cuadernos de Rusia (1941-1942), que escribiera durante su estancia como miembro de la tan apasionante como equivocada División Azul, que tanto supuso en la evolución de muchos de los que participaron en aquella intervención. Y me encuentro con ese olor a naturaleza viva del romance:
Anteayer dormí en el prado
sobre el olor de la hierba,
ayer entre los pinares,
hoy en la tranquila selva,
mañana, raso con raso,
solo entre el cielo y la tierra.
Doy un salto, tan enérgico casi como el suyo, y me planto décadas después, en su deslumbrante Casi en prosa (1968-1970), en las páginas de Cuadernos de Madison:
Hoy el silencio es blando. Todavía
cae la nieve en la nieve
con muelle de vaguedad. El horizonte
es sólo una sutura en la campana
del entresueño. La materia sorda
y ofuscada de luz vacía el mundo
al llenar el espacio. De repente
el bulto vivo con su fuerza umbría
de piedra y concreción brota en la nada (...)
Y el arranque de Heme aquí ya, profesor, que tanto me dice ahora, más que la primera vez, hace veinte años:
Me levanto temprano, casi al tiempo
que el raro cargador de mi osamenta
arrastrada con médula de sueño (...)
que versos después se hace casi cotidianeidad de prosa irónica:
La tarde será larga y sin hastío.
Mañana leeremos a Gustavo
Adolfo que comprende el mundo
como el verso final de la Comedia
pero siendo infeliz. Y por la tarde
sonsacaremos a Baroja -bueno,
si se deja- algún tema discursivo
de Seminario. Con los libros viejos
y amigos ya, las horas pasan fáciles (...)
Es lo que me pasa a mí con este viejo libro mío, que lleva mis huellas de joven, anotaciones y señales de tanto que bebí en él. Pero qué poco podía comprender entonces, y cuánto comprendo esta noche... Anoto ahora, como entonces. Y termino con unas exclamaciones ante la belleza y rotundidad de Cementerio:
Negar la muerte es imposible. Viene
por todas partes. Como hielo crudo
que desdora el otoño y como rayo
que raja el tronco de la primavera.
Con qué sencillez Ridruejo retrata nuestra condición de mortales:
(...) La llevamos
en las horas contadas o nos tiende
su trampa en el descuido. (...)
Parece sentarse sobre una lápida a anotar los versos, en un mayo como éste, mientras cae la tarde, percibiendo aquello que nos espera, que indudablemente nos iguala:
Los hermosos jardines de la muerte
sobreentendida, entre los hitos pulcros
sin patetismo, chicos como el ara
de alguna ninfa, donde queda impresa
la cruz, la estrella, el nombre, como un llanto
de manantial sin énfasis que enjuga
la pidadosa alegría de las flores.
Esta noche de insomnio de hoy, qué productiva.

sábado, 5 de mayo de 2007

Libros



Algunos de mis libros me han acompañado en un largo viaje durante todos estos años. Se han ido acomodando a los espacios hasta que en las dos últimas mudanzas han reclamado su protagonismo. De hecho, en la última, las más de doscientas cajas que ocuparon llamaban la atención por contraste con lo escaso del resto de mis bienes. Han ido encontrando su hueco en esta casa, la que hace el número nueve de mi vida. Aunque últimamente puedo resolver gran parte de mis dudas sin levantarme de la silla, con las manos sobre el teclado, e incluso puedo acceder a textos rigurosamente editados, sigo comprando libros y buscando su lugar más adecuado en las estanterías. Hay gente que no lo entiende, y yo ya no lo explico como aquella vez que tuve que decirle a alguien -tan cerrado- que eran para mí como el tractor que le ayudaba a arar sus tierras. Ahora, quizá me baste como justificación el recuerdo de una silueta enmarcada por una parte de mi biblioteca...
Me levanto, al azar:
Nace tu voz y se abren tus oídos,
las palabras se alumbran de repente;
ya son verdad las que tan tristemente
abandonan todos mis sentidos.
Crean en nuestros labios. Los vagidos
del ayer son ya nombres del presente.
Las cosas y los seres, dócilmente,
van brotando al amor recién nacidos.
Árbol, hoguera, arroyo, césped, ave:
son mundos que te doy y que me entregas
y puentes que en el alma nos tendemos.
Estoy en ti como un respiro suave.
Estás en mí como te nombro, en alas.
Ya somos y es verdad y lo sabemos.
No sé por qué me he levantado y mi brazo me ha conducido a este volumen de 1979 en el que se recoge una selección de las poesías de Dionisio Ridruejo (Poesía, selección de Luis Felipe Vivanco, introducción e Marià Manent, Madrid, Alianza Editorial, 2ª ed., 1979), que quizá no leo desde hace veinte años, pero que ahora, en la mesa, reclama mi atención y acabará en mi mesilla de noche como el día en el que lo compré. Y se repite, como eco, ese verso: Estoy en ti como un respiro suave.
Cómo me expresa, ahora, la palabra de Ridurejo: ... somos.. es verdad y lo sabemos. Aunque se caigan las palabras, los labios repiten: lo sabemos, es verdad que somos y lo sabemos. Libros.

viernes, 4 de mayo de 2007

Cuarteles militares


En todas las ciudades hay edificios como éste de Valladolid, que fue el Acuartelamiento General Monasterio. De ellos, unos veían emanar las esencias patrias y la defensa del orden. Otros sentían el terror y la imposición de la fuerza. El general de Caballería José Monasterio Ituarte, que le da el nombre, fue también jefe de las Milicias de la Falange Española Tradicionalista. En 1943 fue uno de los oficiales firmantes de una carta en la que se pedía a Franco la vuelta de la monarquía, lo que le ocasionaría caer en desgracia.
De niño, yo pasaba silencioso ante las puertas de estos cuarteles. Había tantos en los lugares de mi infancia, que aun hoy puedo cerrar los ojos y recordarlos con nitidez, como aquellas filas de los convoyes militares. El tiempo, que ha transformado nuestra sociedad, ha sido implacable también con estos lugares. La piqueta espera en la esquina, dispuesta para demolerlos y construir sobre el solar casas para civiles que deberán atarse a la hipoteca de un banco casi de por vida.
Miro este viejo caserón con las puertas tapiadas, los cristales reventados a pedradas, los hierbajos comiéndose los caminos, y la oxidada barrera de entrada ya inútil, y lo veo como un buque fantasma del pasado. No sale en la foto, pero de una pequeña apertura del edificio en ruinas surgió un mendigo de los que lo habitan ahora, hablando por un teléfono móvil.

jueves, 3 de mayo de 2007

El exceso: "La maldición de la flor dorada"



El exceso, como todo, tiene su momento. Y su dosis. La maldición de la flor dorada es una película que dará buenas entradas en los cines, pero inevitablemente tendrá malas críticas. No es una película para la gran historia del cine, sino para el espectador medio. De ella no saldrá nada nuevo (quizá alguna parodia), pero el público que guste de las grandes películas de acción con temática histórica, a la manera de los largometrajes que se hicieron hasta principio de los años sesenta, encontrará momentos de placer en la contemplación de este film de Zhang Yimou.
Al contar una intriga palaciega de la China imperial del siglo X, el director ha optado por el exceso. Especialmente en lo visual. El lujo del palacio, todo cubierto de oro, de los vestidos y los adornos de las mujeres, de las armaduras de los guerreros, el fuerte contraste de los colores, incluso el de la sangre. ¡Qué desbordada escena la aparición de los diez mil soldados del crisantemo -flor que da origen al título y que simboliza la rebelión- con sus armaduras doradas!
Por lo demás, el argumento también es excesivo, como los dramones decimonónicos, de los que no se escatima ningún elemento: intrigas, amores contrariados, ocultamiento de identidad, veneno, incesto, venganza, honor, etc.
A mí la película no me gustó, pero me arrastró en muchas escenas. No puedo evitarlo: sigo disfrutando de este cine, aunque ya me sepa los trucos.
Y Gong Li, una de las mujeres más bellas del mundo, que me sedujo para siempre en su papel (tan clásico, extraído con bisturí del cine en blanco y negro) de La caja china (1997), en la que tan bien supo dar la réplica a Jeremy Irons.
No la aconsejo. No la desaconsejo.

miércoles, 2 de mayo de 2007

Burgosfera 2.0



Hoy anunciamos el nacimiento oficial de Burgosfera 2.0, en donde los interesados encontrarán las novedades de algunos weblogs de temática burgalesa o relacionados con Burgos de alguna manera. Es una de las ideas de la reunión que tuvimos el sábado pasado, y un instrumento de acceso rápido a la información y novedades de los blogs vinculados en ella. Hasta ahora: A vista de cerdo, Blogófago, Caminando en el desierto, Código de Barras, La Acequia y Quinta Essentia. También colabora Neoburgos. Nace sin afán monopolizador ni excluyente, así que admite incorporaciones. Y acoge, con agradecimiento previo, todas las sugerencias y aportaciones.

martes, 1 de mayo de 2007

La gota que desborda el vaso



Estas marcas indican crecidas históricas de los ríos Arlanzón y Pisuerga a su paso por Burgos y Valladolid. Las hay similares en todas las ciudades con río. Siempre que me encuentro con ellas, es como si señalaran un límite: el de la gota que desborda el vaso. "Hasta aquí", decimos a veces, y nos desbordamos. En ocasiones coincide nuestra indignación con la de otros muchos y parecemos riadas en manifestación, en rebeldía o en duelo. En otros casos sólo nos atañe a nosotros: "basta ya de todo esto, no me volverá a pasar". Póngase un cartel en el que se diga el último límite que sobrepasaste.

La mirada cercana


La condición de los miradores es la de ser ignorados. Todos se asoman en ellos al paisaje que les han enmarcado, como si alguien recortara una postal de cielo y tierra y nos la pegara delante. Hoy he subido a éste, con fatiga de años y recuerdos, y no he visto nada más allá de la barrera. ¿Cuántas fotografías familiares se habrán hecho en este espacio? A mi derecha, hombre y mujer se abrazan y besan, deteniendo las horas y las nubes de tormenta con sus mordiscos y caricias. Las manos, ardientes, se ocultan bajo la ropa, y el pelo de ella apresa la cara de él en un abrazo favorecido por el viento. Me llevé la mano al rostro, porque una vaga sensación de tiempo me había rozado y temí de nuevo su brutal herida.
No quise mirar la postal forzosa de esta ciudad, que aparecía como abismo al fondo. Ya la he visto, tantas veces, que hoy sólo quería estar más cerca. Quizá en el centro de esta rosa de los vientos, intentando buscar la dirección correcta.