miércoles, 21 de noviembre de 2018

Todas nuestras víctimas, novela de Luis Diaz Viana.


Luis Díaz Viana es un antropólogo de reconocido prestigio, que ha visto recompensada su trayectoria con numerosos y prestigiosos premios. Como investigador del CSIC, son ya clásicos sus trabajos, en los que ha formalizado una sólida teoría sobre la cultura popular a partir del análisis filológico del folklore y una mirada moderna a lo tradicional desde una clave humanista. Un clásico de la especialidad.

Como escritor, es una voz reconocible en la poesía española de los últimos años. Quien quiera comprobarlo puede consultar la recopilación de sus poemarios en Honor de la Quimera (2015), libro ampliado en 2016 con Paganos. Los últimos paganos (Premio de Novela Ciudad de Salamanca, 2010) fue su entrada en la narrativa y el punto de partida de una proyectada trilogía que reflexiona sobre las voz colectiva. Todas nuestras víctimas (Difácil y Páramo, 2018) es la segunda novela de esta trilogía. Tiene en común con la primera el espacio (físico y espiritual) en el que se desarrolla buena parte de la trama y es un acontecimiento editorial en primer lugar, por la categoría del autor; en segundo, por la intención de la obra, que la eleva muy por encima de la novela española actual; en tercer lugar, por tratarse de la primera colaboración de dos editoriales como Difácil y Páramo, que vienen dando muestras de calidad y coherencia en sus catálogos en una época en la que esto no es fácil de mantener en el mundo del libro. Se presentó oficialmente el pasado viernes día 16 en el programa Valladolid Letraherido, que dirijo para el Ayuntamiento de Valladolid.

Inicialmente, Todas nuestras víctimas se extiende desde un presente que coincide con los atentados del 11 de marzo de 2004 hasta un pasado, el de la guerra civil española y sus consecuencias: el hijo de un antiguo franquista espera a su hermana para celebrar el funeral del padre en su pueblo, del que fue alcalde. Los dos hermanos tienen posiciones ideológicas diferentes y también lo son sus recuerdos. Pero la lectura simplista del argumento puede llevar a error a quien se acerque a la novela y entenderla como una saga familiar o como una más de las que se han escrito sobre ambos acontecimientos por separado (no tengo noticia de que antes de esta obra se hubieran sumado). Luis Díaz Viana ha trabajado la estructura de la novela y su intención para que sea mucho más, toda una reflexión sobre la memoria colectiva, algo que le ha preocupado también como investigador (Nada quedaría de todo lo vivido sin la voz continuada de la memoria, dice uno de los personajes). De hecho, es evidente la conexión de alguno de los planteamientos narratológicos de Todas nuestras víctimas con el trabajo de un antropólogo, pero esto sin perjuicio de la lectura, que permite un público muy amplio. La conexión enriquece notablemente a la novela, profundizando su calado y su objetivo e incluso sobre el mismo concepto de la novela como género en el que caben materiales muy diversos.

Distintas voces narradoras se suman para construir el relato en fragmentos que van desde el realismo hasta el lirismo. Estas voces son presentes y pasadas y el lector no sabe bien si corresponden a personajes vivos o muertos hasta que comprende que eso, en realidad, no importa porque lo que interesa es la misma forma de construir ese relato de la memoria a partir del perspectivismo. Es decir, el mismo hecho de la construcción de la memoria colectiva, algo que es una verdadera carencia de la sociedad española, incapaz de trazar un relato consensuado de su historia, en especial en lo que toca a lo acontecido tras la sublevación militar de 1936 y durante la dictadura franquista, que sembraron de víctimas el país, aún lleno de fosas comunes que atañen a cada una de las familias pero también a todos: Carmen era el nudo del relato, pero la historia era suya. Y el libro de su historia no podría cerrarse hasta que apareciera el cuerpo de su padre. Esto es válido también para la memoria individual cuando toca aspectos colectivos en los que se insertan las creencias de quienes hablan: No me apesadumbra demasiado la muerte de mi padre. Lo que me preocupa es dónde colocarlo mentalmente. Precisamente este es uno de los grandes aciertos de esta novela. Otro es la estructura.

La novela se divide en siete capítulos que van ampliando esa memoria tejida de lo individual y lo colectivo a partir de las voces que participan en ella, a los que se añade un Responso en el que autor evidencia su perspectiva ideológica, una Nota aclaratoria sobre la forma en la que se concibió la novela y un Apéndice sobre La misma melodía triste: sobre el pueblo y la memoria de la guerra civil (A modo de breve ensayo histórico). Haría mal el lector en saltarse estas dos últimas partes y entenderlas como ajenas a la novela y, por lo tanto, prescindibles a la hora de la lectura. Luis Díaz Viana ha entendido el género como algo mixto y no leer el ensayo final es cercenar la narración y la novela misma como hecho literario. Por otra parte, esta estructura desvela una forma de trabajar minuciosa, una propuesta en la que están las voces de los personajes y en la que el autor se pone de manifiesto en estos finales que alejan el foco progresivamente de lo particular a lo general, de lo narrado a lo reflexivo, ampliando el significado de Todas nuestras víctimas como novela, llevándola a ser mucho más que una historia sobre la guerra civil española o el 11M y la forma en la que se ha manipulado el relato y la construcción de la memoria. Todo un acierto.

3 comentarios:

Fackel dijo...

Pues habrá que ponerse manos a la obra de la novela de Luis. Salud.

mojadopapel dijo...

Ansiosa por leerla.

andandos dijo...

Gracias, Pedro, como siempre.

Un abrazo