sábado, 4 de febrero de 2017

Los artistas, sean del tipo que sean, están solos siempre


Leer las cartas que se cruzaron en la intimidad personas que ya no están con nosotros siempre me ha producido cierto pudor. Aunque no las conozca ni sepa quiénes son. Recuerdo una carta que cayó en mis manos de forma accidental en la esquina de una nave en una finca abandonada, junto a otras cosas que alguien arrojó allí para desprenderse de ellas, quizá para olvidarse de un pasado que le molestaba o dolía, quizá solo por desinterés o estupidez. Era una carta de amor que un emigrante español en Alemania enviaba a su novia en los años cincuenta del pasado siglo. Una relación formal en la que solo se hablaba de trabajo, del tiempo y de ahorrar para casarse al regreso. Le mandaba un beso a ella pero también muchos recuerdos para toda su familia y un encargo para que procurara aliviar el luto que vestían la madre de quien escribía. Por profesión, he leído muchas cartas personales en mis trabajos académicos sobre escritores. En la mayoría de ellas, los escritores escribían como tales, con una alta conciencia de serlo y no se permitían nada que pudiera rebajar esa condición que en tan alta estima tenían. Era, sin duda, retórica aprendida. La mayor parte de las cartas íntimas de los escritores han desaparecido o no se han publicado porque se tenía la precaución de hacerlas desaparecer o los herederos no han considerado que deba romperse la intimidad que las produjo. Cuando aparecen algunas -así la correspondencia entre Emilia Pardo Bázán y Benito Pérez Galdós- nos sorprenden por su forma de expresarse, como si no les permitiéramos ser seres normales.

De vez en cuando se publican libros con cartas de personas comunes para dar cuenta de cómo se comportaba una sociedad, sus usos y costumbres. También para apreciar cómo una guerra, un atentado o cualquier otra circunstancia grave puede alterar la vida de las personas. Hoy, que no escribimos cartas, se hacen públicas las voces de quienes realizan una llamada a través de un teléfono móvil antes de morir en un accidente para despedirse de sus seres queridos y solo encuentran un contestador automático. Ya no escribimos cartas sino millones de correos electrónicos que desaparecerán y cuya inmediatez y banalidad les resta ese trabajo minucioso de la carta manuscrita.

Soy lector asiduo de los libros que publican cartas de escritores famosos. Me digo a mí mismo que por mi profesión pero quizá también haya algo que me incite a buscar en ellos la voz humana más allá de la pose como escritores, querer encontrar razones que me expliquen las sensaciones que siento al leer sus obras. Cuando traspasa esto no dejo de sentir cierto desasosiego por asomar a una intimidad que va más allá de la vida pública de cualquier escritor al que no preguntaron si quería deshacerse de esas cartas.

Ayer, El Cultural daba cuenta de la aparición del libro De corazón y alma, en el que se recogen las 46 cartas encontradas de la correspondencia que mantuvieron Elena Fortún (pseudónimo con el que firmaba Encarnación Aragoneses de Urquijo) y Carmen Laforet entre 1947 y 1952. El libro viene de la mano de las hijas de esta, Cristina y Silvia Cerezales, prologado por Nuria Capdevila-Argüelles. Lo leeré, claro, con la sensación de violentar su intimidad pero con la conciencia de que debo leerlo por mi profesión y porque puede aportarme datos para comprender la obra de ambas y, sobre todo, su posición como escritoras en la sociedad de su tiempo. Me ha bastado el anticipo que lanza la revista para darme cuenta de su importancia. En primer lugar, porque ambas son dos grandes escritoras a las que la vida no les fue especialmente favorable. Representan dos épocas y dos estilos diferentes pero unidas por algunas circunstancias. Elena Fortún, mayor, después de haber sido muy célebre con sus novelas protagonizadas por su personaje Celia, marchó al exilio y vio cómo su obra era proscrita, censurada y olvidada en España. Regresó un tiempo después del suicidio de su marido. Carmen Laforet, joven, puesta en la primera línea de la literatura española tras obtener el Premio Nadal con Nada, esa extraordinaria novela que aún mantiene toda su vigencia. A eso alude Fortún en su carta fechada en Buenos Aires el 1 de febrero de 1947 (pronto pasarían al tuteo):

Su divina humildad diciendo (¡usted que es en estos momentos la primera escritora española!) que aprendió a escribir de mí...

En las cartas publicadas hay varias referencias a la conciencia que tenían ambas de ser escritoras, es decir, a su condición de mujeres en un mundo predominantemente marcado por los hombres y por eso citan a Vicki Baum, Carmen Conde, Santa Teresa... o una mirada especial que Fortún ve en la escritura de mujer:

Creo que nosotras las mujeres escribimos mejor lo que es un poco autobiográfico.

Quizá por eso considere tan necesaria la soledad del artista incluso frente a la familia y los hijos, en especial en esa España en la que ella no está aún pero Laforet sí (de hecho, le recomendará vivamente marchar a América en donde percibirá mejor la libertad):

Mi marido vive conmigo ¡Toda una vida matrimonial sin casi recuerdo de haber sido soltera alguna vez! Por eso hablo con conocimiento. Los artistas, sean del tipo que sean, están solos siempre y no debería ser permitido que invadieran el hogar... Pero usted tiene razón, no puede vencerse esa gran fuerza de la vida que nos arrastra en la juventud..., sobre todo en España, donde se ha parado el tiempo y lo que no es legal es pecado.

La última carta que publica El Cultural en su reseña tiene una gran relevancia. Está fechada en el Sanatorio Puig de Olena en Barcelona, el 21 de diciembre de 1951. Elena Fortún se sabe morir y lo dice sin rodeos para dar cuenta a su intelocutora de quién es la depositaria de sus cartas:

Cuando me muera pídele a Carolina [Carolina Regidor] tus cartas, que guardo todas en un sobre, para que las rompas tú y nadie más las lea. Adiós, querida mía, no puedo escribir más. Que seas siempre feliz como lo eres ahora porque esa es la única felicidad, que quieras a tu marido con la ternura de ahora y a tus hijitas, y que Dios no consienta que estés sola el último día.

Esta intimidad nos llega porque Laforet no rompió aquellas cartas y porque quien ha podido darlas a conocer las ha publicado en su totalidad o en parte. Elena Fortún dejó claro que quería que se rompieran y que nadie más que ellas dos las leyeran.¿Es importante conocer la intimidad de los artistas? No alteran sus obras, pero quizá expliquen mejor el contexto en el que se realizaron.

Lo que menos me gusta es el título de la portada de este suplemento cultural, uno de los mejores de España, el subtítulo, sobre todo: Laforet inédita. Cartas de amor y literatura con Elena Fortún, ¿necesario? No, no lo es. ¿Debemos titular así para llamar la atención? Aunque existiera esa relación a la que se alude, con todo la tensión que provocaría en ambas en aquella España miserable y gris, oprimida bajo una moral hipócrita. Ya pasó algo parecido Elena Fortún en los años treinta y lo reflejó en algunas obras que dejó inéditas. Mejor el del interior: Correspondencia inédita. Carmen Laforet y Elena Fortún.

10 comentarios:

Abejita de la Vega dijo...

No sólo el artista está solo y pongo la tilde a pesar de la RAE. Condición humana es la soledad.
Se cruzaron dos soledades. A Elena Fortún le debemos muy buenos ratos las niñas del siglo pasado. Era Celia una niña muy sola. Con Carmen Laforet, compartimos las soledades de Andrea la de Nada. Soledad de soledades y todo es soledad.
Celia en la revolución sería una buena lectura colectiva.
Feliz domingo Pedro.

La seña Carmen dijo...

Por mi Comunión (1960), unas primas, que trabajaban en una editorial, me regalaron un libro de Celia y otro de Matonkiki, que como suele ocurrir hace tiempo que se perdieron.

Matonkiki me encantaba.

Nunca tuve la sensación, y menos la conciencia, de que estuviéramos ante libros "prohibidos".

Pedro Ojeda Escudero dijo...

CARMEN: Durante un tiempo, los libros de Celia fueron proscritos. Era un modelo de niña no homologable para el régimen franquista. No es que fueran retirados del mercado: se les retiró, por ejemplo, de los colegios. Los nuevos tuvieron que pasar una censura muy meticulosa. En las cartas que publicó el viernes El Cultural, la misma Elena Fortún cuenta sus avatares con la censura.

La seña Carmen dijo...

Si entenderlo lo he entendido y no es la primera vez que alguien lo comenta, pero que aunque fuera en el tardofranquismo y en una familia muy de derechas, como era la mía, el que a mí me regalaran esos libros como lo más natural no deja de sorprenderme ahora.

Matonkiki me parecía excepcional, Celia pelín redicha.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Era ya 1960, CARMEN. Había pasado el aperturismo y la aceptación del régimen franquista por las potencias occidentales y este tenía que hacer concesiones. Era la época, también, en la que se permitió regresar -con la condición de que no hicieran ruido- a muchos intelectuales exiliados. Y Fortún ya se había muerto y sus novelas de Celia no dejaban de tener un público infantil. Ella misma se autocensuró en las últimas para evitarse problemas. Quizá tu familia ni supiera nada del pasado de Elena Fortún, su condición de exiliada republicana, y se limitó a regalarte un libro recomendado para jóvenes. Cuando tú te acercaste a las novelas de Celia quizá a estas ya comenzaba a pasárselas su tiempo.

andandos dijo...

No sabía que esta revista fuera buena, pero me fío de ti, claro. La mentira en el subtítulo ya es algo normal, hoy día, algo que los de cierta edad sabemos pero los más jóvenes creo que no tanto. A partir de cierta edad y compromiso con el arte, en alguna de sus facetas, la soledad parece que es lo normal, aunque peligrosa también .

Un abrazo

Marina dijo...

Las cartas son el reflejo del alma en un instante, de un alma solo para un lector; para EL LECTOR. Es una intimidad bien entendida por quien escribe y quien lee, seguramente, el resto estemos de más, seamos simples espectadores en una boda para la que no tenemos invitación.

No sé si llamarlo pudor o rebeldía.

Yo entiendo que por tu profesión... pero tbn entiendo que, quizá, lo dices demasiadas veces ;)

Besos perillán.

Ele Bergón dijo...

Las obras de Elena Frotún, las conocí bastante tarde. En los años 60 estaba interna en un colegio de monjas y aunque la profesora de literatura, también monja, era bastante buena, nunca nos habló de ella. Sin embargo, yo pasaba los fines de semana con mi tía Cayetana, que era la cocinera de un militar franquista y en su gran biblioteca a la que me dejaban tener acceso, me encontré a Celia y a su hermano Cuchifritín.

Es verdad que da pudor leer la correspondencia de personas que han muerto, pero creo que siempre aportan datos importantes, no solo sobre la vida de la persona sino también de la obra. Acabo de leer "Cartas a Milena de Kafka" donde refleja muy bien su personalidad, introvertida y triste, su enfermedad, su insomnio que influyen en su obra. Y menos mal que su amigo Max Brod no le hizo caso y no quemó sus escritos como él quería, gracias a ello, podemos leer su grandes obras.

Gracias por la entrada.

Besos

dafd dijo...

Pues emocionante el contenido del epistolario.

Sara dijo...

Lo que no entiendo es por qué se respeta la voluntad del artista hasta que se muere. Siempre ando en ese debate: entre la curiosidad de saber y la mala conciencia.
Sobre la soledad, no tengo dudas. Tiene que ser así.