viernes, 6 de enero de 2017

La inocencia necesaria


A los catorce años, aún me sentaba en el suelo para jugar durante horas con soldados de plástico o construir castillos, leía tebeos y salía a la calle a echar carreras a las chapas, sabía poco o nada de sexo y no hablaba con mis padres como si fueran mis colegas ni con mis profesores como si fueran meros trabajadores a mi servicio. A los quince ya no me tiraba en el suelo para jugar, pero no por falta de ganas sino por la presión social que te indicaba que ya te habías hecho mayor. A los niños hay que dejarlos ser inocentes pero cada vez es más difícil. En este mundo occidental, la inocencia ha ido retrocediendo generación a generación. Si fuera posible trasladar al niño que fuimos al momento actual seríamos unos cándidos, víctimas propicias de las burlas de todos. Incluso el más avisado de nosotros.

Hoy, a partir de los cinco años, los niños ya no juegan como niños sino como adolescentes sin serlo. Si practican un deporte, este se ha vuelto tan competitivo y exigente que ha convertido a los niños a edades muy tempranas en atletas o futbolistas de élite. Como si se estuvieran preparando para ir a los próximos mundiales. Los padres acompañan a sus hijos a los partidos y gritan al árbitro, exigen al entrenador, ofenden a la afición contraria y presionan a chavales de seis años hasta extremos que solo quien ha estado en un partido de categorías infantiles conoce. Si cantan no se les potencia esta capacidad para su crecimiento interior sino como una forma de competir a la manera de los programas de televisión. Incluso si son aficionados a la cocina se les adoctrina para que sean chef en miniatura. Como respuesta, comienzan a actuar no como si quisieran ser Cristiano Ronaldo o una cantante popular (todos soñábamos estas cosas) sino como si realmente lo fueran. Cualquier juego que no sea tecnológico queda arrinconado. Los dibujos animados o los programas que ven en la televisión someten sus mentes a tensiones, expresiones y resoluciones de conflictos que no son infantiles. En España se emiten en horarios familiares dibujos animados pensados para adultos. Si eres padre o abuelo sabes que no es posible cortar el acceso a juegos adultos en un ordenador o que un móvil se ha convertido en una ventana de acceso  a contenidos que no deberían estar al alcance de ningún niño. Lo curioso es que este tratamiento del niño como adolescente continúa hasta la juventud bien avanzada y solo tiene la finalidad de hacer de las personas clientes que consumen de forma enfermiza. Estos días los niños españoles han recibido la visita de Papá Noel y los Reyes Magos. No solo es evidente el exceso en el número de juguetes sino su contenido y uso. Echen un vistazo en las casas que conozcan en las que haya niños y vean, de verdad, qué ocurre a partir de esos cinco o seis años, qué tipo de juguetes han aparecido en estos días, qué películas y series de televisión ven (siéntense con ellos a verlas y comprueben cómo hablan los personajes, los temas que tratan, lo que consumen y el tipo de vida que llevan) y qué hacen con el móvil de sus padres, la tableta o el ordenador, qué música escuchan, cómo visten o cómo hablan.

Si a un niño se le roba la infancia con fines comerciales se le roba gran parte de su creatividad presente y futura. Por supuesto, es mucho peor robarle la infancia por pobreza o por las guerras. Hay millones de niños en el mundo que no pueden ser niños porque las sufren y por eso choca más que a quienes pueden serlo se lo neguemos también solo porque nos hemos convertido en consumidores. La inocencia no es mala: el Diccionario de la lengua española la define como candor o sencillez. Quizá sea lo que le pasa a nuestra época, que aún está por descubrirla para reinventar un mundo demasiado artificial y consumista. Perderla demasiado pronto no ayuda. Sobre todo si es para convertirse en un adolescente hasta los cuarenta años.

7 comentarios:

Campurriana dijo...

Sin duda, Pedro, flaco favor se les está haciendo a los pobres niños de hoy. Me alegro de haber nacido en otra época.

Abejita de la Vega dijo...

A los trece jugaba con muñecas y leía tebeos y saltaba a la soga. A los catorce no...porque me daba vergüenza. Pero a los diecisiete se acabó la adolescencia, era mayor y pensaba en mi futuro. Ahora son adolescentes hasta que San Juan baja el dedo y para algunos no lo baja nunca.

Emilio Manuel dijo...

En base a tu entrada y leyendo lo que comenta Campurriana, no se si me alegro de haber nacido en otra época, mi infancia desde luego fue feliz, lo que no me alegra es ver lo que se está viendo, desigualdad, niños muriendo en las playas o por las guerras, incluso por frío y, en tanto ocurre, miramos para otro lado.

Alimontero dijo...


Una de las razones por las que me gusta jugar con Ignacia, mi nieta, es que jugamos aún "inocentemente"...Una bicicleta para cuando esté bien entrenada pueda salirvcon sus padres. En casa le dejó un Lego....;-) sobre el cual hemos estado trabajando y riendo...tiene 4 años.

Gracias Pedro...
beso,

Alicia

Myriam dijo...

De acuerdo contigo; robar la infancia a niños por motivos comerciales,
es una forma de prostituirlos.

En cuanto a pobreza y guerras, por desgracias, eso ha
ocurrido desde que el mundo es mundo excepto
en la época de Bronce, lo que no quiere decir
que que no podamos cambiar la Historia.
Es más, debemos y ¡ya!

Besos

andandos dijo...

Tú lo dices muy bien, un mundo artificial y consumista.

Un abrazo

Paco Cuesta dijo...

¡Qué decir querido Pedro! No hace aún dos horas estaba intentando descifrar (para un niño [pobrecito]) el funcionamiento de un perro con sensores llamado Teksta. Hay obligaciones odiosas.