sábado, 26 de noviembre de 2016

¿A qué vuelta se acuesta un perro?


Mi padre contaba reiteradamente uno de esos chistes tradicionales que no tienen gracia pero que le acaban acompañando a uno toda la vida:

- ¿A qué vuelta se acuesta un perro?

De niño me fijaba en esa costumbre de los perros de dar vueltas antes de echarse. E intentaba contarlas para poder responder a mi padre la siguiente vez que me contara el chiste. Pero nunca me salían las cuentas. Él insistía:

- ¿A qué vuelta se acuesta un perro?

También contaba repetidamente otro de perros, igual de malo e inocente (¿Sabes por qué hacen las plazas de toros redondas?... Para que no se meen los perros en las esquinas). Eran chistes aprendidos en la infancia que contó a lo largo de toda su vida. A él le hacían mucha gracia y yo me imaginaba su infancia, en una ciudad sin calles asfaltadas, con adoquín en otras, con solares en las calles en los que crecía la maleza y con tiempo para contarse chistes repetidos, previsibles, reconocibles, sabidos mil veces. En esa época en la que había perros en las calles. Perros que podían o no ser de alguien pero que todo el mundo conocía en el barrio. He conocido alguno de esos, de los que ya no hay. Recuerdo uno al que su amo -ya mayor y con poca movilidad- abría la puerta de su piso. El perro bajaba solo hasta el portal y esperaba a que un vecino le abriera la puerta de la calle. Daba vueltas a la manzana sin cruzar nunca a la acera de enfrente. A su manera, saludaba a todos los conocidos que se encontraba: al frutero, al del bar, a los vecinos más amables, a los niños cuando volvían del colegio, incluso al policía de barrio. Cuando había paseado lo suficiente, volvía a su portal. Esperaba hasta que un vecino le abriera la puerta y subía hasta el piso en el que vivía. Hoy ya no hay perros en la calle. Perros como aquellos a los que me refiero, claro. No estoy seguro de que sea solo por razones sanitarias, que comprendo, claro, sino porque en nuestra vida todo está gobernado por el automóvil y la desperzonalización. Ni siquiera nosotros nos encontramos bien en la calle de nuestras ciudades, cada vez menos. Hoy un perro en la calle no es nadie, nadie sabe quién es su amo e inspira temor. Tan lejos estamos de la naturaleza.

¿Que a qué vuelta se acuesta un perro? Como me decía mi padre, a la última.

12 comentarios:

mojadopapel dijo...

Este pobre a ninguna, encementada su doble faz para divertimento humano, y para dar motivo a unos recuerdos tan entrañables.

La seña Carmen dijo...

A mí más que ahora todos los perros tengan chip y mantita, me da pena que ya nadie cuente chistes como esos. Estamos perdiendo el patrimonio inmaterial literario a chorros.

pancho dijo...

Como aquel perro que se hacía sangre al comer las moras, perro vegano y de moda, que ahora es lo que mola. Ya no hay perros como aquellos, que todo el mundo conocía y todo el mundo le decía algo porque era conocido de la colectividad, era uno más.
Magnífico texto, ajustado a lo cotidiano que vivimos.

Abejita de la Vega dijo...

Ahora esos chistes cortos y tontos están en Internet.
Y acabo de enterarme de que los perros dan vueltas antes de acostarse porque heredaron la costumbre de los lobos de comprobar la ausencia de enemigos.
También dan vueltas antes de defecar pero es porque son brujulas vivientes y buscan el eje norte sur..
En fin que hay ciencia para to.Y chistes cortos pa to. Estos últimos hacen la delicia de mi sobrina nieta móvil en mano. Todo cambia y todo permanece.

Emilio Manuel dijo...

No se la causa, tu entrada me ha recordado el libro de Ayala "muerte de perro".

impersonem dijo...

El texto me ha tirado del alma hacia el recuerdo, a hacer memoria, a recordar, a volver a sentir bromas, risas y algarabías de la infancia...

Mi padre (lo he perdido hace unos días y ando un poco tocado) también me hacía esas preguntas... y algunas bromas más... como decirte que la mula o la yegua tenía hurgo... evidentemente le seguía una inocente pregunta: ¿qué es hurgo? y la respuesta servía para unas risas, aunque no la voy a poner aquí, pues resulta un poco escatológica...

Sí Pedro, se han perdido muchas cosas; yo soy de pueblo y además me gusta serlo; y recuerdo muchas cosas, casi todas, de esa infancia y junventud de pueblo, de plaza y barro, de eras con cánticos, de vendimias con olor a lagar... de veranos al fresco en tertulia vecinal... y de muchos perros por la calle que todo el mundo sabía de quién eran...

En fin, Pedro, me llevaste a mis recuerdos y algunas lágrimas brotaron de mis emociones...

Me ha encantado el texto... he leído lo que has ido escribiendo en este tiempo que he estado un tanto ausente, y me parecen unos textos magníficos... el del mar, los de los asnos... todos... me han ilustrado y me han hecho pensar...

Gracias por compartir unos conocimientos tan eruditos a la vez que tan humanos...

Abrazo

Ele Bergón dijo...

Pues en Pardilla, aunque ya están las calles asfaltadas, todos sabemos de quién es cada perro, porque casi ninguno lleva correa, todos sueltos. A veces esto también supone un pequeño enfrentamiento entre los vecinos, porque algunos, son perros-lobos y en fin, imponen su respeto. El que más me gusta es Pancho, porque anda por las calles,así tan pancho como su nombre, sin inmutarse y el Miki, que corre a los gatos y me pide comida o se come la propia comida de los gatos callejeros que también abundan, pero mi favorita es Linda, que vino un día al pueblo perdida y tuerta, pero unos vecinos la recogieron y ahora vive feliz con una de sus hijas, pues en una camada se lió con el Pancho y ahí siguen en su descendencia.

Muy bueno el chiste de tu padre. Lo observaré con Haru y Shiro que tienen mis hijos.

Besos

Edurne dijo...

Mi padre también tenía cosas de esas, repetitivas, que a él le hacían una gracia tremenda, y que los demás, al final, asumíamos como parte inherente a él mismo...
¡Cómo lo echo en falta, a él y a sus cosas!

Ése del perro no lo conocía, pero fíjate qué lógica, ¡eh!

Y los perros en las calles, sueltos, libres, sin collar, sin amo, sin obligaciones, sin ná de ná... Tienes razón, antes había mogollón por las calles, ahora, ¡ni uno!

¡En fin! Está claro que son otros tiempos.

Besos.
;)

José A. García dijo...

Al final todos nos acostamos para ya no levantarnos.
La nostalgia siempre ataca en los peores momentos.

Saludos,

J.

andandos dijo...

Bueno, en los pueblos todavía se ven alguno, o algunos. Pero en otros sitios hay no muchos, sino muchísimos. Supongo que seguimos, como sociedad, un modelo en el que los perros viven, no importa su tamaño ni necesidades, en lugares más bien pequeños. En fin, nunca he tenido un perro, también es verdad.

Un abrazo

Myriam dijo...

¡Cuántos recuerdos y añoranzas con pinceladas de humor!

Carmen Turrientes dijo...

hola Pedro. Perdona. Estoy probando