domingo, 7 de junio de 2015

La belleza del modernismo


Que la explosión del modernismo peninsular llegó primero por extensión y profundidad a Cataluña que al resto de España es algo que ya señaló Rubén Darío. Hoy muchos pensarán en el gran Darío solo como poeta, pero es mucho más. Su legado intelectual y artístico aún está presente en la literatura hispanoamericana y en él ocupan una parte central las crónicas que escribió de sus viajes, singularmente las que tratan sobre España, que habría que revisitar de vez en cuando para comprender mejor lo que sucedía en el país por aquel tiempo del hundimiento del sueño imperial y los esfuerzos de unos pocos por modernizarlo.

En su primer viaje a España, con motivo del cuarto centenario de la llegada de Colón a América, tuvo la ocasión Rubén Darío de conocer el panorama de un país en plena época de la Restauración, acallada la época revolucionaria que trajo y se llevó la I República. Supo apreciar a los intelectuales de entonces, un tiempo en el que se cruzaban las generaciones y en la que aún no pudo tratar en profundidad el impulso de los más jóvenes. Es mucho más interesante lo que nos cuenta en su segundo viaje. El 22 de diciembre de 1898 llega a Barcelona aprovechando un encargo de La Nación para redactar un puñado de crónicas que revelaran de primera mano el estado de España tras la derrota en la guerra con los Estados Unidos. El lugar de desembarco le brindó una nueva perspectiva de España. Andaba Cataluña por aquella época en pleno fervor regionalista: el renacimiento catalán cruzaba sus tradiciones con un alto grado de modernidad europeizadora como no sucedía en ninguna otra parte del país. Saltar desde allí a Madrid le dio la oportunidad de comprobar el movimiento desarmónico que se manifestaba por aquel entonces entre las dos ciudades y que tardaría unos años en equilibrarse. Un tiempo después recogía todas estas impresiones en un artículo fundamental para comprender el estado cultural de las dos capitales: El Modernismo, fechado el 28 de noviembre de 1899. Para entonces, Darío ya se encontraba en la seguridad plena del triunfo de la nueva estética que él iniciara para la América hispana y en su posición central en la historia cultural no solo del ámbito americano sino de toda la cultura en español.

Por lo tanto, a diferencia de lo que le ocurriera en el primer viaje -cuando aún era un joven que prometía a partir del éxito de Azul...- , en este segundo viaje quería comprobar no solo el estado moral y económico del país después del desastre militar sino también los avances culturales de la novedad modernista. Por eso mismo publica El Modernismo: un artículo intencionadamente polémico que señala no solo su posición en el origen de esta estética en el ámbito hispánico sino sobre todo la preocupante falta de empuje de las nuevas generaciones españolas para acogerlo. Evidentemente, Darío juega con las cartas marcadas: quiere ser polémico para molestar, para provocar una reacción de esos mismos jóvenes a los que retrata con cierta dureza.

La exposición La belleza del Modernismo. Obras del Museo del Modernismo de Barcelona, comisariada por Charo Sanjuán (Sala Municipal de Exposicones del Museo de la Pasión, Valladolid, hasta el 11 de junio), recoge una muestra de aquel modernismo catalán que pudo ver Darío. La exposición no lo vincula a su figura, por supuesto, no es ese su objetivo sino el de mostrar una más que oportuna selección de las piezas del Museo del Modernismo. Todas son magníficos ejemplos del variado abanico de posibilidades de esta estética: pintura, dibujo, escultura, pero también mobiliario, cartelería, vitrales, marquetería, etc. Los autores son imprescindibles para comprender la época: desde Riquer hasta Gaudí, pasando por Ramón Casas, Mir, Serra, etc. Aquí puede apreciarse la suavidad de las formas, la búsqueda de la curva que predomina sobre las rectas, los colores suaves, el tratamiento del paisaje difuminado, la huida del dibujo clásico, el tratamiento de la madera, la nueva visión de la belleza femenina como parte central de la obra artística, el simbolismo, etc. Cada una de las piezas merece la atención del visitante porque la exposición no está saturada de objetos ni pretende abrumar. No quisiera que pasara desapercibida un pequeña joya, el cartel que Riquer hiciera para la Tercera Exposición de Bellas Artes e Industrias Artísticas (Barcelona, 1896), considerado como el primer cartel del modernismo español.

Una exposición más que recomendable.


7 comentarios:

Luis Antonio dijo...

Me encanta el arte modernista y es de justicia apreciar y tener presente el mérito de Rubén Darío.

Joselu dijo...

La modernidad de Cataluña es clara y notoria en la transición de siglo. Confluyen en ella, su propia cultura en lengua catalana pero también la aportación de los movimientos obreros nada obsecuentes con la burguesía catalana. Así los anarquistas son clave para entender ese cruce de dialécticas. Antiburgueses, proletarios, rompedores, denostadores de los "Jocs florals" de una burguesía acomodada que tenía buenos artistas como Gaudí para hacerles sus parques, palacios y edificios. Cataluña es interesante como cruce de tendencias. Dejada a su inercia nacionalista, surge un país bobo, pueblerino, atontado, patético... Solo en confrontación con otras visiones más amplias surge una cultura viva, y en ella ocupa un lugar singular lo español, o el castellano como lengua de cultura. Por eso durante la transición del franquismo a la democracia, Barcelona fue apasionante, mucho más rica y estimulante que cualquier otra ciudad española. Todos admirábamos Cataluña. Es el nacionalismo pujolista el que se apoderó de todo. En el Modernismo es así. Modernismo y bombas que servían como acicate y terror de la burguesía. La Cataluña tonta nacionalista necesita el fervor rompedor de los anarquistas, de los españolistas, de los obreros, de los disidentes, para paliar esa tendencia tan catalana de derivar a los Jocs florals y el sentimiento de autosatisfacción de haberse conocido, de catalanocentrismo, de creerse los mejores del mundo mundial, ese espíritu de irredentismo que solo llevará a la más pura ñoñería montserratina. A mí no me gustan los altares ni el incienso, así que las esteladas y toda la parafernalia patriótica me huele a convento donde proliferan las monjas y los capellanes de la CUP.

São dijo...

Obrigada por me dares a conhecer Dario.

Peço desculpa das minhas ausências, que se devem tão só a problemas sérios de saúde.

Besos, querido amigo mio, e feliz semana

lichazul dijo...

sin duda lo tuyo es traspasar lo aprendido Pedro

bss

andandos dijo...

Para mi sorpresa, a menos de diez kilómetros de aquí hay restos modernistas. Un blog me ayudó a verlos, porque a mí me parecía fuera de lugar, de sitio, que el modernismo hubiera dejado restos aquí. Un modernismo más popular que el de Barcelona, claro, más pueblerino. Viendo todo esto, ¿cómo hemos llegado a donde estamos, donde la cultura artística es, prácticamente, nula?

Un abrazo

Myriam dijo...

¡Qué importante es la contextualización de las obras de arte -incluida la literatura- en la historia de las sociedades y también en la trayectoria personal e integral de un artista!

Gracias por esta joya.

Besos

Myriam dijo...

Aclaro: Joya, la tuya.
Además de la maravilla de Riquer