jueves, 23 de abril de 2015

El desplazado en Sefarad de Antonio Muñoz Molina y noticias de nuestras lecturas.


El lector entra en Sefarad y, de pronto, se encuentra en un territorio conocido, como si todo lo que se narrara en esta obra le contara su propia historia. Excepto aquellos que nunca hayan tenido que cambiar de lugar, los afortunados cuya vida no haya mudado apenas nada desde la infancia, los que no hayan sentido el pellizco de la añoranza y no logren comprender esa niebla tan húmeda y penetrante que es la nostalgia. Tampoco aquellos que no sientan como propia la historia del eterno exilio que es la historia humana.

Sefarad nos cuenta los relatos de los desplazados, de los exiliados, de los perdedores, de las víctimas de la historia como si fuera el nuestro. Aquel que no logre comprender este relato y emocionarse con él debería preocuparse (como el que asiste impasible ahora a la muerte de cientos de personas en el Mediterráneo cuando buscan una oportunidad para sus vidas). Una de las aportaciones perdurables de la época llamada postmodernidad en sus primeras décadas -que es la clave ideológica desde la que debemos abordar esta obra- es la de comprender el mundo desde otro ángulo: las grandes ideologías y creencias han arrasado millones de biografías al implicarse con los órganos del poder, al controlarlos de forma exclusiva. Religiones, capitalismo, colonialismo, nacionalismos, comunismo, fascismos, etc. Todas estas ideologías depredadoras se juntaron en el siglo XX para culminar la historia vista como Historia única. Debían triunfar sobre las otras formas, dominar la sociedad y organizar las vidas de los individuos sin dejar que estos tuvieran más que una aparente libertad. El resultado fue la muerte de millones de personas, la destrucción de las biografías de tantos como sobrevivieron pero apenas pudieron rehacer sus vidas. El mundo entero se llenó de desplazados a causa de la guerra, de personas que murieron en los campos de batallas, en campos de concentración, de hambre o enfermedades, de otros que no murieron pero sus vidas quedaron para siempre afectadas.

Pero Muñoz Molina no entra en este relato de relatos describiendo directamente esa tragedia por la que atravesó la humanidad en el siglo XX y que parece que ahora hemos olvidado o queremos olvidar como si solo fuera un capítulo más en un libro de historia de bachillerato del que extraer pocas consecuencias, quizá como si nos hablaran de la guerra de los Cien años. Muñoz Molina entra en la tragedia de la humanidad por la biografía concreta de individuos, describiendo sus emociones y sensaciones, convirtiendo al narrador en su portavoz emocionalmente implicado. Esta sensación de verdad llega al lector y este decide, desde la primera página, si quiere implicarse en ella o no.

Fiel a su estilo, Muñoz Molina entra en Sefarad convocando su propia memoria y nostalgia (en el tono narrativo, en los temas, en los personajes, en el estilo) y la de varias generaciones de lectores que ahora están por encima de los cuarenta años, a los que apela. El primer relato con el que se enfrenta el lector es la historia de toda una España de los años sesenta y setenta: los desplazados por motivos económicos. Millones de personas que tuvieron que emigrar desde sus pueblos o pequeñas ciudades provincianas a Madrid o a otra gran capital para buscar aquello que les prometía un futuro mejor. Hay un fuerte sentido de desarraigo: la gran ciudad -el capitalismo que ha construido el mundo actual- no les ha dado aquello que les prometía, lo que impulsó su primer gran viaje biográfico en busca de la felicidad y cuando regresan a su tierra natal esta se ha trasformado tanto que ya no es la suya. Están condenados, por lo tanto, a vivir en el mundo de los recuerdos, ese mundo de la infancia y la primera juventud en el que todo era más amable y los ritmos más humanos y que ya es imposible recuperar. Es significativo que en una obra con un mensaje tan universal y tan globalizador como Sefarad se comience por la propia experiencia biográfica de unas generaciones de españoles, relatada con ciertos tonos costumbristas y revelando el mundo personal del autor. Significativo y apropiado porque nos hace saltar con él de lo local a lo global. Todos pertenecemos a esa tipología de los desplazados.

Ese es el primer viaje en el que se reconocerán gran parte de los lectores porque bien ellos o bien sus familias tomaron aquellos trenes para instalarse para siempre en el mundo de los desplazados por muy lejano que se halle aquel día en el que iniciaron el viaje. Incluso aunque no se hayan movido de su ciudad han realizado este viaje: basta con cerrar los ojos y recordar la infancia. Hay un momento, como en todo relato nostálgico, en el que el paraíso de la infancia o la juventud se rompe, se instala en la memoria porque ya es imposible recuperarlo. Y en muchos casos esta ruptura no se debe a la evolución normal de una biografía que todos estamos en condiciones de aceptar sino a la intervención de elementos que un individuo no puede controlar: la industrialización despiadada de un país que decide los flujos migratorios en beneficio de un desarrollo cuestionable e insostenible, una guerra motivada por nacionalismos fabricados a partir de las emociones más elementales y groseras, la intervención del poder sobre las vidas de los seres humanos. Y se inicia, entonces, un largo viaje que parece no terminar nunca.

Noticias de nuestras lecturas

Mª Ángeles Merino recupera dos comentaristas de sus entradas sobre Todo lo que era sólido para comentar Sefarad. Y hace bien, porque en ese diálogo que establecen entre ellas todo fluye y se comprende: Sefarad, como algo que nos hace, que nos impulsa.

Mª del Carmen Ugarte sigue su comentario de la novela con el acertado sentimiento de regreso: la vuelta, a tantas cosas, que preside buena parte de esta obra de Muñoz Molina.

Myriam Goldenberg entra en Sefarad de una manera que nos aproxima a la recepción de esta novela de novelas, que puede incorporar también nuestro propio relato de vida. Lectura apasionante.


Pancho se centra en algunos pasajes sustanciales que nos ayudan a comprender a Natalia, la única persona que será capaz de salvarse de ese círculo pequeño de la ciudad de provincias. Nos os perdáis las fotografías de esta entrada.

Recojo en estas noticias las entradas que se hayan publicado hasta el miércoles anterior. Si me he olvidado de alguna, os agradezco que me lo comuniquéis. Podéis consultar el listado con los títulos del presente curso y las condiciones de participación en este enlace.

11 comentarios:

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Si las guerras y las grandes tragedias no son narradas desde el punto de vista humano, individual, quizás los hechos terminen inevitablemente convirtiéndose solo en incidentes de la historia, y no es así. Son mucho más. Inconmensurable, terrible e intransferible quizás en su dolor y su significado.

Un fuerte abrazo

andandos dijo...

Me falta un poco para acabar el de Vargas Llosa, y seguir con el de Muñoz Molina. Somos de la misma generación, así que existen los sobreentendidos. Supongo que uno de los criterios para valorar a un escritor, o a un cantautor, puestos por caso, es el de mirar cuántas de sus inquietudes son generacionales, o sea, si conecta con algo universal de su generación. Muñoz Molina lo suele hacer, al menos conmigo, y es uno de mis referentes, aunque no siempre me convence como novelista. No importa demasiado, ninguno de nosotros somos perfectos y la valoración de nuestras obras, artísticas o no, se verá dentro de algunos años. En cierta manera, vista la indiferencia con la que se reciben muchas obras artísticas, su valor, el de esas obras, se verá dentro de algunos años, así que se puede decir que se escribe para la posteridad, más que para la actualidad.
Bueno, que espero acabar el libro de Vargas Llosa este fin de semana, a pesar de algunos compromisos más que agradables que tengo.

Un abrazo

la seña Carmen dijo...

Mero detalle, pero lo mío no era el inicio, sino el punto y seguido.

http://lunesgalbana.blogspot.com.es/2015/04/numero-69-sefarad-una-novela-de-novelas.html

Y en ello sigo :-)

Abejita de la Vega dijo...

Conozco la nostalgia y esa voz desasosegada de la novela también me habla a mí. Nos habla a casi todos, menos a esos afortunados que dices.
Cada relato sería una excelente novela. Pero el autor ha querido integrar en la misma sinfonía al mendigo del barrio de Chueca, a la estalinista aburguesada, al zapatero mujeriego de su pueblo, a la enferma terminal, al perseguido de los nazis o de Stalin...increíble.

Gracia y Justina me ayudarán con los comentarios, les gusta la implicación que pide Muñoz Molina a sus lectores.

Leo un capítulo y otro...y mi asombro va creciendo.

Besos, Pedro.

impersonem dijo...

Aplaudo tu artículo, me ha gustado mucho. Gracias. Tengo que leerlo.

Abrazo

pancho dijo...

No hay manera de que el lugar del que procedes caiga en el pozo seco del olvido. De una manera u otra siempre regresas a los cimientos que permitieron alzar tu biografía. Sea la que sea.
Siempre he querido leer esta novela. De ahora no pasa, y menos después de leer esta entrada tan extraordinaria. Pero primero tendré que comprarlo y después contar el tiempo que escasea, sobre todo ahora que llega mayo y los estudiantes se querrán examinar.
Me fijo en las fotos tuyas, las de aquí de La acequia. La cámara de andar por casa entrará en estado de desasosiego por los piropos de las ilustraciones.
Un abrazo.

Myriam dijo...

Este libro de Antonio Muñoz Molina, merecería más de un mes de lectura de tan bueno y profundo que es. Esta segunda lectura me está siendo muy grata y provechosa. Suscribo al comentario de Neogéminis.

¡Qué nefastas han sido, y siguen siendo sus coletazos, todas las ideologías totalitarias del Siglo XX!.

A veces leo como historiadores tratan de disminuir las cifras de muertos de un lado como si fuera importante que 50 o 500 o 1000 seres humanos menos hubieran sido arrasados.

Hace un tiempo leí un enorme libro de 1.052 páginas incluidas las referencias y bibibliografía de un Profesor de Historia chino en la Universidad de Oxford, Immanuel Hsu, se llama y su libro "The rise of modern China", bueno, en su libro, en la página 691 escribí una observación: El autor no dice nada, absolutamente nada, de la Gran hambruna de 1958-61 en la que aprox. murieron 36.000.000 millones de chinos, en la que mucho del Gran Salto para adelante maoista tuvo que ver (aunque el autor, cierto, es crítico en cifras de política y producción).

En fin,
Un abrazo

Ele Bergón dijo...

Me está encantando leer Sefarad, creo que es un gran libro que no deja indiferente a quién lo lee, aunque quizá cada persona, con el bagaje de vida que lleva dentro, se identifique más con unos capítulos que con otros.

Publiqué mi entrada el miércoles, antes de tu recogida, pero no salió y no sé el porqué, hasta más tarde y quizá por eso no la hayas visto .

Besos


Myriam dijo...

En el tercer párrafo quise decir: como si esa disminución que buscan los historiadores s
sirviera para disminuir el horror.

Con la moderación de comentarios, no puedo ver si lo que escribo queda bien redactado hasta que lo públicas.

Besos

LA ZARZAMORA dijo...

Os sigo muy de cerca en esta lectura, para mí una de las primordiales.

Besos, Pedro.

Paco Cuesta dijo...

Me pregunto si seríamos capaces de vivir lejos de la gran ciudad, sin industrialización y todo eso que llamamos calidad de vida.
Un abrazo