sábado, 7 de febrero de 2015

El Don Juan Tenorio de Blanca Portillo y Juan Mayorga


Continúa sus representaciones en el Teatro Pavón de Madrid la versión de Don Juan Tenorio de José Zorrilla realizada por Juan Mayorga y dirigida por Blanca Portillo que yo pude ver, en la semana de su estreno en el Teatro Calderón de Valladolid, el pasado 16 de noviembre.

Con el Don Juan de Zorrilla, la obra de mayor éxito de público de la historia del teatro español, suele ocurrir que aquellos que la desprecian no pueden evitar quedar cautivados por su gran efecto escénico a poco que relajen la guardia. La larga lista de ataques contra el drama tiene como uno de sus primeros baluartes las palabras del propio autor, que llegó a escribir una versión como zarzuela para refutarlo, con música de Nicolás Manent (1877), habló y escribió sobre esto en varias ocasiones (especialmente en sus Recuerdos del tiempo viejo, unas deliciosas memorias de recomendable lectura), amenazó con redactar un libro entero sobre la cuestión (Don Juan Tenorio ante la conciencia de su autor) y dejó esbozadas dos recreaciones más (fragmentos de una novela, El Tenorio bordelés, y el inconcluso poema La leyenda de Don Juan Tenorio). Todos estos desencuentros han generado una voluminosa y apasionada bibliografía que suele olvidar la razón primera por la que Zorrilla atacara su producción: no cobraba los derechos de autor, lo que era esencial para alguien como Zorrilla, acuciado por la falta de recursos económicos en sus últimas décadas de vida. Tras el éxito regular en su estreno (1844), el drama cobró verdadera relevancia años después hasta convertirse en una obra de obligada representación en el mes de noviembre en casi todos los teatros españoles y muchos hispanoamericanos. Verlo representado año tras año llenando los locales, popularizando cada uno de los versos hasta el punto de que se los sabían de memoria incluso los que no iban al teatro, haciendo ganar dinero al propietario de los derechos de autor (que no los había adquirido precisamente baratos en los márgenes de la época) y a las compañías que la representaban, desesperó siempre a Zorrilla. Fue él el primero en indicar cada uno de sus defectos. Pero no le sirvió de nada: durante siglo y medio, el Don Juan Tenorio ha sido una obra de repertorio que ha llenado los teatros. Y aún sigue haciéndolo aunque su reposición ya no sea tan regular como hasta hace unas décadas. De hecho, permanece en la memoria colectiva del español y esto provoca, de vez en cuando, parodias, excelentes juegos intertextuales como La sombra del Tenorio de José Luis Alonso de Santos (1994), interesantes como el de Albert Boadella en Ensayando Don Juan (estrenado en febrero del año pasado) o reacciones como la de Mayorga y Portillo.

Blanca Portillo, una de las mejores actrices del panorama teatral español actual, ha manifestado en varias entrevistas previas al estreno (y también en el texto del programa de mano) su rechazo total al personaje de Don Juan y lo que significa. Ve en él un ejemplo de machismo, de abuso de poder de la clase social dirigente y una muestra de casi todo lo abominable del comportamiento humano. Y tiene toda la razón pero no dice nada original que no se haya repetido mil veces antes: de hecho, esa es la clave de este personaje no solo en el planteamiento de Zorrilla sino en todas las versiones anteriores de la leyenda del burlador. Pero lo que le subleva ideológicamente a Portillo -tampoco es nada original en este planteamiento- es que Zorrilla salve a su personaje al final de la obra y le permita aspirar a una boda eterna con doña Inés, que le ha estado esperando al pie de la sepultura. Recordemos que Zorrilla puede salvar a su personaje -en contra del burlador barroco- porque le concede ese punto de contrición que señala la fe católica. Para ello, ha preparado el enamoramiento de don Juan y ese sentimiento le impulsa a arrepentirse: don Juan deja de ser don Juan. En otras palabras, pasa de un amor pasional a otro matrimonial que le permite reunirse con doña Inés tras su muerte. Algunos investigadores han visto en este gesto del personaje de Zorrilla el final del romanticismo teatral español.

Es lícito sentir esa aversión por el personaje del don Juan, por supuesto. De hecho, la lucha de sentimientos y pensamientos contrarios que provoca en el espectador es uno de sus mejores efectos dramáticos de la leyenda que cada época ha solucionado de una manera. En El burlador de Sevilla, de Tirso de Molina (o de quien fuera, porque su autoría está seriamente cuestionada), Don Juan es condenado a los infiernos por el rechazo de sus acciones en una interpretación contrarreformista. Sin embargo, ya no es tan evidente que sea condenado en No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague o Convidado de piedra, la versión de la leyenda que escribiera en el siglo XVIII Antonio de Zamora y que tuvo un largo recorrido sobre los escenarios españoles. Y desde entonces el abanico de posibilidades está completamente abierto.

Pero en donde fallan Portillo y Mayorga es en la manera de enfrentarse con ese reto para demostrar que el personaje no les gusta. Quizá deberían haber escrito su versión de la leyenda en vez de someter a tensión el texto de Zorrilla. Eso fue lo que hizo el propio Zorrilla, al que le encargaron para el teatro de la Cruz de Madrid una nueva versión de la obra de Tirso porque la refundición de la comedia de Zamora que se escenificaba por aquellos tiempos, de marcado carácter neoclásico, ya no encajaba con la nueva sensibilidad. Y en vez de entregar un arreglo, entregó una obra nueva.

Mayorga y Portillo no han mejorado el texto de Zorrilla sino todo lo contrario. Consiguen, eso sí, fomentar los aspectos indeseables del personaje y no dejarle ni un rasgo positivo. Para ello, destruyen algunos de los hilos esenciales del drama, hasta con cierta saña. Pondré solo algunos ejemplos. 

El primero, la relación con su padre, esencial en el drama y planteada por eso mismo como punto de partida por Zorrilla. Don Diego nos aparece en esta versión de Mayorga y Portillo como un mafioso que somete a su hijo a maltrato físico y mental. Los golpes que le propina en escena son el ejemplo perfecto de cómo se ha obrado en esta versión: ni encajan en la obra de Zorrilla ni encajan, tal y como nos aparecen, en la propia esencia del conflicto de esta versión. Son, cuanto menos, innecesarios. Con ellos se destruye y hace inexplicable uno de los motores internos del personaje de Don Juan (las causas verdaderas e inmotivadas de la rebeldía frente a su padre y el dolor intenso de este ante el comportamiento malvado del hijo) y se destruye el personaje de Don Diego.

Para evitar darle la oportunidad de salvación desmontan también dos motivos del protagonista. El primero de ellos, el enamoramiento de doña Inés, que queda reducido a un mero apasionamiento físico por la belleza y pureza de la adolescente. El segundo de ellos, todo lo que sostiene la segunda parte -lo que ya es destruir-. A partir de la escena del panteón en la que un Don Juan maduro dialoga con el Escultor asistimos a una relectura completa de la leyenda, que pasa de ser teológico-fantástica a realista. Para ello recurren de forma excesivamente fácil a explicar todas las apariciones fantasmales por la borrachera de Don Juan. Todo sucede en la cabeza del protagonista, que está ebrio.

Hay cosas aprovechables de la propuesta de Mayorga que contienen relecturas interesantes de algunos momentos claves de la obra. Por ejemplo, es la primera vez que veo en escena una Doña Inés cuyo comportamiento inicial se ajusta a lo que es: una adolescente. También es interesante -aunque sea un recurso manido tomado de la influencia del cine en el teatro- el juego escénico de la lectura de la carta que el seductor dirige a la joven. Entre las cosas interesantes de este montaje se encuentra un juego escenográfico entre la monumentalidad y la funcionalidad de los escasos elementos escénicos, aunque no siempre está bien resuelto.

Pero son muchos más los defectos de este montaje que no solo van contra el texto de Zorrilla destruyendo su hilazón interna y afectando seriamente a la sonoridad de sus versos y el ritmo de toda la obra sino que tampoco consiguen hacer una propuesta sostenible. Por ejemplo, son innecesarios, inexplicables y malos los momentos musicales que sirven para distraer al espectador durante las mutaciones, también son irrelevantes los facilones gags de humor que se salpican a lo largo de la obra (la puerta de la celda de doña Inés que quiere señalar innecesariamente -porque tampoco resulta gracioso- la teatralidad de lo que se ve, como la ruptura de la ilusión escénica que lleva a cabo el personaje de Don Juan, etc.). Pero donde se llega a bajar la calidad de forma alarmante es en toda la segunda parte de la obra. Dada la intención de convertir en realista una obra fantástica, Portillo obliga a los actores que representan a los fantasmas de las víctimas de Don Juan a una actuación tan plana que resulta insoportable. Los movimientos en escena de estos fantasmas son impropios de una representación profesional. Los actores se resienten de ello. Los veteranos echan mano de oficio y salen como pueden del pozo en el que les ha metido la directora salvando los muebles (por ejemplo, Juan Manuel Lara, Don Gonzalo), pero Ariana Martínez (Doña Inés) queda en evidencia durante toda esta segunda parte y lo que parecía prometer como actriz en la primera se esfuma. José Luis García-Pérez (Don Juan) mantiene bien el personaje en la propuesta de este montaje, en algunos momentos con brillantez, pero la apuesta realista de la segunda parte también le pasa factura: son demasiados minutos borracho.

Algunos actores están siempre fuera de papel y uno de ellos (Buttarelli) es un ejemplo, en este montaje, de cómo no se encaja nunca en una representación profesional. Sin embargo, el montaje casi merece la pena para ver la excepcional actuación de Beatriz Argüello (Brígida), espléndida en todo momento sosteniendo una interesante mirada a su personaje que lo hace lleno de matices que lo enriquecen siempre.

En definitiva, un montaje contra Don Juan que consigue destruir la obra de Zorrilla sin construir una propuesta mejor en su lugar. Ha contado con una excelente taquilla tanto en Valladolid como en Madrid -casi lleno diario- y, curiosamente, lo que más gusta es lo que procede de la fuerza del texto original con una gota anecdótica sobre cómo nos cae mal un seductor que nos cae bien. Es decir, lo que ha estado siempre en la leyenda del burlador.

11 comentarios:

pancho dijo...

Magnífica reseña, para qué vamos a escatimar elogios si se los merece. Lección de Literatura con mayúsculas a su debido tiempo, no antes.
La leyenda del Don Juan continúa dando que hablar a gente importante de la cultura. El Don Juan había que escribirlo y ahí estaba el genio de Zorrilla para hacerlo. Y qué pena que ni siquiera el autor de la obra de teatro de más éxito de la dramaturgia española pudiera vivir de su creación. También pena porque no se pueda llegar a algunos enlaces de la entrada.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Corregidos los enlaces defectuosos. Gracias, Pancho.

La seña Carmen dijo...

No he visto esta versión, pero por lo general las puestas en escena del teatro Pavón me parecen muy banales, desvirtúan las obras clásicas.

mojadopapel dijo...

Chapeau Pedro!!!....me encanta tu crítica valiente y doctrinal.

Abejita de la Vega dijo...

Algo tendrá la obra de Zorrilla. Sus enemigos no pueden resistirse a su encanto.
¡Larga vida a don Juan Tenorio!

São dijo...

Esplêndido !

Anteontem fui ver a Lisboa "Cyrano de Bergerac"

Besos , amigo mio

Myriam dijo...

Por fin he podido leer atentamente tu maravillosa clase con todos los enlaces, gracias. Pues es una pena que estas personas no hayan escrito su propia versión de la leyenda en lugar de denostar la de Zorrilla, que a mi me encantó cuando la leí, hace tiempo.

Abrazos y gracias de nuevo.

El Deme dijo...

Tengo previsto ir a verla, por lo que tendré en cuenta tus anotaciones para tratar de entender algo más. En cualquier caso, no deja de ser una versión, y ya se sabe que las versiones son el capricho de uno que lo ve así, pudiéndose ver de otro modo también. José Luis García-Pérez es un buen actor que da gusto verlo en escena.

Gelu dijo...

Buenas noches, profesor Ojeda:

Gracias por todas las explicaciones. Y si es posible hay que leer el original, y en la actualidad tenemos hasta la obra manuscrita de Zorrilla, con dedicatoria.
En nosotros está, luego, el poder comparar
Dejo el enlace de la entrada que preparé en mi blog, de
‘Don Juan’, en la adaptación de la obra convertida en película en 1950.

Abrazos

andandos dijo...

Gracias por la crítica, Pedro, leí otra en, creo, El Pais, aunque no estoy seguro, en la que tampoco Blanca Portillo salía muy bien parada, pero la vida es así.

Un abrazo

Paco Cuesta dijo...

En un no muy lejano trabajo sobre El Tenorio el telón final fue la representación de Blanca Portillo. Me sirvió para aportar otro punto de vista -más actual- menos machista que fue bien acogido.
Gracias