jueves, 11 de diciembre de 2014

Relato de un año desde la calle Aribau y noticias de nuestras lecturas con anuncio de la próxima


¿Qué nos aporta una relectura hoy de Nada de Carmen Laforet? En primer lugar, la brillantez de la escritura en primera persona, la forma aparentemente sencilla pero magistralmente eficaz de estructurar la materia novelada a través de la vivencia de la protagonista. El año en la calle Aribau de Andrea comienza con la ruptura de todas las ilusiones con las que llegaba a Barcelona, antes incluso de atravesar la puerta de la casa familiar. La primera parte de la novela es la caída en una angustia creciente. Andrea se siente oprimida por la miseria que la rodea, las personalidades de todos los miembros de la familia y, especialmente, el control de su tía Angustias. De esta manera, ni siquiera puede disfrutar de la vida universitaria. Tras el episodio de fiebre sucede en ella un cambio en el que percibimos cómo va afirmando su personalidad, lo que quiere y cómo ese deseo choca inevitablemente con la realidad que le rodea, pero le permite gozar de la apertura a un mundo de relaciones fuera de la calle Aribau. Tras la marcha de Angustias este mundo crece: Andrea se ha liberado de la opresión, aunque no del hogar mediocre en el que todo parece aliarse para hacer desgraciados a todos y cada uno de los que allí viven, incapaces de salir de un círculo que les condena a la infelicidad, el hambre y la miseria (expresada en la suciedad, en el polvo, en los chinches y cucarachas). Pero Andrea se siente libre de esa opresión y ejerce su libertad incluso contra sí misma, permitiéndose caprichos que le llevan a pasar hambre cuando se le acaba la asignación mal gestionada. También choca contra el mundo externo en el que quiere vivir: no encaja. Hay algo en ella que se lo impide, en su propia psicología. Pero también en su sensación de huérfana que se extiende a varios ámbitos de su forma de ser: la rebeldía, la falta de expresividad para dar y recibir afectos. Y una tercera razón. Andrea procede de un mundo, el de la burguesía catalana, de perdedores. Y hay una cierta sensación de desclasada: por una parte, no existe ni rastro de presencia del mundo obrero, por otro, no puede entrar con pleno derecho en los núcleos burgueses. La historia con Pons es más que siginificativa. La única posibilidad de cariño verdadero y de pertenencia a un grupo que la proteja que tiene Andrea es la amistad con Ena y su ingreso en la familia de esta. Andrea, emocional y socialmente es dependiente de esta relación. Cuando Ena se aleja de ella, se encuentra débil y sin rumbo. De ahí que cuando recupere la amistad se abra un mundo de esperanza para ella. El final abierto del libro representa una huida de la oscuridad del piso de la calle de Aribau pero no tanto de la personalidad de Andrea. El lector termina el libro con la sensación de que Andrea solo podrá ser feliz mientras la protección de Ena y su familia sea eficaz, pero no por su fuerza interior. Cuando uno huye se lleva también su personalidad encima. Este es, sin duda, el sentido del título: el vacío interior de Andrea se debe a las circunstancias familiares y sociales pero, sobre todo, a su propia condición de joven sin la suficiente voluntad interior para poder salir de todo lo que le hace infeliz. Pero se justifica: la edad de Andrea y su condición de mujer y huérfana, en la sociedad española del momento, impedía en gran manera este desarrollo.

Es precisamente esa voz femenina lo que sorprende, en gran medida, en los años cuarenta: una mujer joven nos narra la vida íntima de una familia de la burguesía catalana venida a menos tras la guerra. En ese círculo de intimidad todo está dispuesto para que nadie pueda ser feliz. La sensación de extrañeza de Andrea, su desorientación, la frustración inicial de todas sus esperanzas y la necesidad de que se abra en algún momento una esperanza a la que agarrarse para huir de las circunstancias pudieron ser reconocidas por muchos jóvenes españoles del momento.

Y esto precisamente sigue siendo un universal reconocible incluso en momentos en los que la sociedad oprime menos que en aquella postguerra de los años cuarenta. El individuo que siente un malestar interior ante la vida, que no encuentra forma de disciplinarla, que cae en un círculo opresivo que amenaza con acabar con él y que busca desesperadamente que algo, desde fuera, le ilumine porque dentro de él no encuentra las fuerzas ni las oportunidades. Esto se halla relatado magníficamente en Nada como en pocas novelas contemporáneas.

Noticias de nuestras lecturas

Tal y como informamos, el pasado martes tuvo lugar la sesión presencial del Club de lectura en la Biblioteca General de la Universidad de Burgos. Para aquellos que no pudisteis asistir, Mª Ángeles Merino comenta con Andrea lo que allí se habló.

Paco Cuesta cierra balances interesantes en su lectura de Nada y la enlaza con la del próximo título, La sonrisa robada de una forma muy inteligente porque ambos tienen más que ver de lo que podría parecer en un primer momento.


Sigue Pancho uniendo con maestría a los Beatles con el Quijote apócrifo. Llega aquí de su mano hasta Bárbara y la narración de las desdichas de esta mujer tan importante para el resto de la narración.

Ya sabéis que recojo en estas noticias las entradas que hayáis publicado hasta el miércoles anterior. Si me he olvidado de alguna, os agradezco que me lo comuniquéis.

Podéis consultar el listado con los títulos del presente curso y las condiciones de participación en este enlace.

Próxima lectura


Leemos ahora La sonrisa robada, de José Antonio Abella. Nos ocupará hasta el jueves 16 de enero. Podéis hallar más información sobre esta obra en este enlace. Aquellos que tengáis problemas para encontrarla en las librerías podéis solicitarla directamente a la editorial en este enlace. Son muy eficaces, fiables y rápidos en los envíos.

7 comentarios:

Abejita de la Vega dijo...

El vacío existencial sería muy difícil de llevar en aquella opresiva sociedad de la posguerra española. El sentido de la vida lo marcaba una religión impuesta y pobre de aquel que confesara que no creía en ella. Los psiquiatras estaban para los locos de atar, no para las tontunas de jovencitos clasificados como vagos o neurasténicos. Pobres de las Andreas.

La Sección Femenina predicaba la sonrisa: sonríe que la vida sonríe a quien sonríe a la vida, no a quien le hace muecas. Sonrisa forzada y estereotipada. Los primeros lectores de "Nada" se extrañarían ante una protagonista así. Alguna chica rara o chico raro sentiría alivio.

Y el censor con el lápiz rojo nuevecito.

Estoy con "La sonrisa robada" y con "Edelgard diario de un sueño". Enamoradita me tiene esa muchacha que se refugia del horror en un mundo de flores, música y cielos estrellados. Y en el amor por correspondencia de un poeta español. Gracias por ofrecernos la lectura de un libro así.

Un abrazo, Pedro.

Abejita de la Vega dijo...

Sonrisas.

pancho dijo...

Nunca ha sido fácil saltarse las jerarquías establecidas que la sociedad impone. Después de una guerra, el empeño está condenado al fracaso; sin embargo, vemos que ya la mujer tenía bastante trabajo hecho en la primera postguerra entre las mujeres de determinadas características, como muestra el hecho de que hubiera bastantes en la Universidad, dentro de la escasez numérica del momento. En mucho peor situación estaban en las zonas rurales. De los pueblos salían para servir a los señoritos de la capital y dejar despobladas las zonas rurales. Ellas tenían muchas más posibilidades de encontrar trabajo que ellos, que se quedaban en los pueblos compuestos y sin novia. Esa tendencia ha durado hasta nuestros días, constituyendo un factor importante que ha contribuido a la despoblación de las zonas rurales. Esto lo hemos vivido y visto con nuestros propios ojos y, por lo tanto, no hacen falta estudios ni estadísticas que nos lo vengan a decir.
Aquí seguimos a ritmo lento, a este paso hasta el verano, con el apócrifo don Quijote. A ver si ahora con las vacaciones avanzamos más deprisa, hay más tiempo.

Pamisola dijo...

Estupendo resumen de esta triste, pero enteresante novela, qué pena no poder estar presente en esa reunión para escuchar todo, importante sin duda, de Nada.

Besos.

PENELOPE-GELU dijo...

Buenas noches, profesor Ojeda:

Con retraso, - y peleas con Blogger, por los tamaños de letras, espacios y demás- dejo el enlace de la entrada correspondiente a la lectura de ‘NADA’, Segunda parte capítulos X a XII.
Si el país ya estaba atrasado y empobrecido, los tres años de guerra se encargaron de dar la puntilla, a las clases más débiles, como siempre.
El trabajo de la mujer como criadas en las ciudades, era casi un regalo para esos “señoritos”, que a veces no tenían dinero suficiente ni para alimentarse ellos.
Y no todas las señoras eran tan poco exigentes como las de la calle Aribau de la novela ‘Nada’.
La misma Carmen Laforet, contaba alguna anécdota de las empleadas familiares de la época de su infancia en Canarias. En fin.

Abrazos.

Estrella dijo...

"El individuo que siente un malestar interior ante la vida, que no encuentra forma de disciplinarla, que cae en un círculo opresivo que amenaza con acabar con él y que busca desesperadamente que algo, desde fuera, le ilumine porque dentro de él no encuentra las fuerzas ni las oportunidades. Esto se halla relatado magníficamente en Nada como en pocas novelas contemporáneas."

Esta es la lectura que yo he sacado de la novela, Pedro(aunque a mí me es imposible explicarlo y resumirlo con la maestría que tú lo haces). Y eso no es forma parte del ser humano, independientemente de la época en que viva. Por esso esta novela es un clásico intemporal.

Paco Cuesta dijo...

Hoy hemos perdido la visión, la perspectiva, pero aquella clase venida a menos, incapaz de desprenderse de su orgullo, era digna (en cierto modo) de lástima.
Un abrazo