Hicimos un alto en el Molino de la Fuente seca. La antigua cuadra tenía la puerta abierta y nos sirvió de improvisado refugio para secarnos. Fuera llovía sobre el valle, una lluvia sabia y lenta. Peligrosamente cerca, el mundo se regía por intereses, vilezas y corrupciones, pero tan lejos en ese momento que allí solo llegaba el tamboril del agua sobre las tejas. Manolo repartió con justicia el té caliente de su termo. La conversación se hizo calmada y acogedora, sin prisa por retomar la marcha. Al Molino de Fuenteseca le sobra tiempo, tanto como le falta a quien no tiene donde pasar una tormenta porque el mundo hostil lo ha dejado a la intemperie. Las palabras se ajustaron al ritmo de la lluvia, que henchía de verdad el campo: cuando llueve por dentro el mundo también se calma, pero qué sequía en los últimos tiempos.
6 comentarios:
La lluvia interna es tan buena como la externa.....limpia,empapa,apaga la sed, y renueva.
Cuando estás en sitios como el que bellamente describes, sientes que puedes oír mucho mejor tu propia lluvia. Me gustan y mucho esos momentos.
Un abrazo
Luz
Cuando el tiempo no importa, todo lo demás es importante.
Un abrazo
En cierta manera el mundo que represente esa Molino ha desaparecido, pero también el nuestro, el de ahora y el de hace unos pocos años, está desapareciendo rápidamente.
Un abrazo
Qué bonito. Y qué acogedor el molino, con el zapateado del chubasco sobre las cabezas.
¡Qué hermosas conversaciones da la lluvia!
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