domingo, 19 de octubre de 2014

Miles de mariquitas y un viento frío que barre la cima del Mencilla.












Miles de mariquitas en la cima del Mencilla. Con sus élitros rojos con puntos negros, agarrándose a las piedras al sol protegidas del viento. Miles de mariquitas en la cima del Mencilla, a 1932 metros, y un viento frío e intenso, barriendo constante la cumbre.

Al abrigo de una peña nos sentamos Paco y yo a compartir la bota de vino de la Ribera y el chorizo de Villafuertes con pan de Ibeas que él había traído y cargado durante la ascensión en su mochila. Al lado, un joven delgado y alto, de Arcos de la Llana, en donde paró la reina Juana con el cadáver de su esposo Felipe el Hermoso, daba cuenta de su almuerzo, mucho menos sobrio que el nuestro. También le sacábamos años entre Paco y yo al joven de Arcos. El chorizo casero de Villafuertes pica en el paladar y sabe a leña de roble lo justo y a casi dos mil metros repara el ánimo y las fuerzas. El de Arcos nos había adelantado en la ascensión. En la montaña, cada uno debe ir a su ritmo. Arriba, el viento frío y las mariquitas agarradas con firme ligereza en las piedras. Abajo, calor de este veranillo intenso que ya no puede ser el de San Miguel y todavía no es el de San Martín. Pero aquí arriba las manos se quedaban frías mientras la mirada buscaba en el horizonte los picos señalados por Paco: allá, lejos, ahora que se despeja la bruma, la montaña palentina con el perfil inconfundible del Espigüete y el Curavas; aquí, más cerca, la sierra de la Demanda, con el Trigaza y el San Millán y un poco más lejos, hacia La Rioja, el San Lorenzo.

Habíamos pasado por Pineda de la Sierra y dejado atrás la absurda estación de esquí de Valle del Sol, ya cerrada, un ejemplo del derroche y el poco pensar de nuestros políticos que tanto aplaudimos en su día sin darnos cuenta de que la fiesta la pagamos nosotros. En la ladera crecen ya los pinos entre los remontes porque la naturaleza siempre aguarda que nos cansemos de jugar a amaestrarla. La ascensión, en realidad, comienza desde el refugio de Esteralvo y en algunos momentos pica hacia arriba la ladera y fatiga. Cuando entramos en el hayedo todo se hace misterio de otoño interrumpido en los corros en donde el sol se hace dueño aún de la temperatura al abrigo del viento. Setas y huellas de jabalí que por la noche buscaron raíces y hongos y las formas caprichosas de algunos árboles. Al salir del hayedo nos espera la constante llamada del viento. En la Concha aprieta ya y se echan de menos los guantes pero hay que seguir hacia arriba, hasta la cima, para sentarse a comer chorizo picante y pan y aceptar gozosos dos trozos de queso que nos pasó el de Arcos, queso curado de oveja de los páramos del Esgueva.

Y mientras tanto, yo aprendía las lecciones de Paco: el San Millán, el San Lorenzo y allá abajo, Tinieblas. Lo dejo hablar, admirando toda la vida que tienen sus palabras y sus ojos. Y mientras tanto, el de Arcos , que se quedará arriba más tiempo, bebe un poco de vino tinto, come su bocadillo y las mariquitas se nos suben a las perneras de los pantalones. Miles de mariquitas y un viento constante que barre todo lo que no importa de verdad, que se ve tan diminuto desde la cima hasta que bajemos y retomemos el afán de cada día. Pero eso no es aún, en la cima del Mencilla: la montaña palentina, la sierra de la demanda. Al fondo, el San Lorenzo.

6 comentarios:

São dijo...

Como eu gosto de joaninhas!!

Gostei de estar com elas , através de ti ...gracias :)

Querido amigo mio, boa semana

la seña Carmen dijo...

¡Vaya excursiones gastronómicas que os montáis!
Vino, pan, chorizo, setas...

andandos dijo...

A diferencia de otras crónicas tuyas ( si se llaman así) esta es apasionada de principio a fin. Se deduce algo sabido pero olvidado: la naturaleza siempre es más fuerte que nosotros. Me gustan mucho estas crónicas de tus encuentros con la naturaleza, y con el tiempo.

Un abrazo

Paco Cuesta dijo...

Intentamos inútilmente doblegar la naturaleza, ella, sabia nos devuelve agradecida por nuestra ingratitud la realidad de su fuerza y su misterioso renacer. Afortunadamente aun no hemos podido con ella, y resulta gratificante comprobarlo al lado del profesor amigo que siempre encuentra disculpa para otra nueva lección.
Gracias por la compañía.
Un abrazo

José Núñez de Cela dijo...

La montaña nos devuelve siempre a nosotros mismos. Es el lugar ideal para la reflexión y el disfrute total. (... si el tiempo no lo impide)

Saludos montañeros!

dafd dijo...

Dan ganas de seguir ese recorrido. Los hayedos quizá ya no tengan aliento para sostener sus preciosos vestidos rojos, pero da igual. Esa excursión es un gozo, y contarla también.