lunes, 29 de septiembre de 2014

Otra vez España



En 1922, Ortega y Gasset publicó uno de sus libros más importantes: España invertebrada, en parte procedente de artículos anteriores. Desde una perspectiva del liberalismo moderado de corte parlamentario y con una metodología de pensamiento germánica, Ortega analizó la cuestión española tal y como se planteaba en su época. Su análisis es más riguroso y moderno que el propuesto por Unamuno y otros pensadores finiseculares previos, pero todos ellos partían de una realidad: el surgimiento de lo que hoy llamamos nacionalismos y que entonces se denominaban regionalismos, sus demandas de identidad y autonomía, el agotamiento del proyecto español de la Restauración borbónica y las tensiones políticas y sociales que todo ello provocaba. La formación europeísta de Ortega y su lucha por instalar definitivamente a España en un Occidente modernizador hacen que este libro sea, también, una reflexión sobre la misma constitución europea y la definición de su esencia. En gran medida, además, anticipa buena parte de La rebelión de las masas. Ortega, en aquellos años, se encontraba en plena madurez de pensamiento y escribía los trabajos fundamentales que construirían su pensamiento y que polarizarían buena parte de las discusiones políticas y culturales españolas y la teorización liberal sobre las posibles respuestas a las grandes cuestiones planteadas. Hoy quizá no lo parezca, pero el pensamiento de Ortega fue predominante durante décadas incluso para polemizar contra él.

Podemos no estar de acuerdo con el pensamiento de origen de Ortega y discutir algunas de sus soluciones, pero no podemos negar nunca su capacidad para construir imágenes que expliquen felizmente la raíz del problema: la idea de España como un ser invertebrado es una de las mejores que salieron de su cabeza. Ortega veía dos raíces del problema: la tendencia al separatismo que invadía las unidades históricas tradicionales por aquellos tiempos y la falta de altura de las minorías intelectuales para resolver eficazmente las cuestiones planteadas.

La primera se debía fundamentalmente a que se había perdido el impulso generador de unidad. España había detenido el motor que provocó la federación de Coronas en el siglo XV con los Reyes Católicos (ojo: federación, no integración de una en otra, una unión pactada con igualdad por ambas partes y en las que ambas mantenían su identidad en todo para sumarse a un proyecto común) y que sirvió para mantener la unidad durante más de dos siglos. Tampoco había conseguido digerir definitivamente la tendencia centralizadora instalada con los Borbón en el siglo XVIII entre otras cosas porque se habían mantenido excesivos derechos forales como agradecimiento por el apoyo de determinados territorios a esta dinastía en la Guerra de Sucesión. El siglo XIX no terminó de arreglar todo esto: las inercias provocadas por la pérdida de las posesiones de Ultramar y el progresivo deterioro de la monarquía parlamentaria, sumado al fracaso estrepitoso de la Gloriosa y la I República y de la clase burguesa que debería haber modernizado el país, terminaron de socavar todos los proyectos nacionales. Ni siquiera el intento un tanto grandilocuente y de imitación de lo francés de O'Donnell sirvió para nada, aunque de aquellos años de la guerra de África data el discurso un tanto hueco del patriotismo y patrioterismo que aúna las regiones españolas en las intervenciones militares fuera de las fronteras y que serviría sobre todo para fundamentar un ejército español chato y demasiado proclive a participar en la vida pública del país.

En la época de Ortega se había consolidado con fuerza una burguesía comercial e industrial catalana que comenzaba a mirar con recelo la falta de dinamismo del resto de la Península y un sueño nacionalista vasco que reinventaba la historia a partir de un romanticismo casi místico pero que tenía también profundas raíces tradicionalistas y económicas. Esto se sumaba a la aparición con fuerza en toda Europa de los que hoy llamamos nacionalismos. Recordemos que, en buena parte, detrás de todo esto están las razones de la I Guerra Mundial.

A todo ello buscaba soluciones Ortega, desde la idea de un parlamentarismo liberal moderado y occidentalizador. Quería un nuevo motor para España, que buscó en la nueva política. Ortega, ya lo sabemos, acogió con entusiasmo la idea de una República liberal, aunque se desilusionara pronto. Veía en ella y en el surgimiento de ideas nuevas, modernas, en la recuperación material de España, en un proyecto educador y abierto a las nuevas realidades científicas y técnicas la oportundad de generar una nueva forma de España. Para ello se necesitaban estadistas de gran presencia intelectual y fuerte personalidad pública capaces de llevar a cabo las reformas.

Casi un siglo después de Ortega estamos en las mismas circunstancias. No, peores: las heridas provocadas por el régimen franquista, la parálisis del proyecto ilusionador creado en la Transición española hacia la democracia debida a la corrupción del sistema provocada por los grandes partidos gobernantes en el Estado y en las autonomías y el brusco parón de la construcción de Europa provocado por la crisis económica y los intereses financieros globalizadores son tres elementos más que inciden en la nueva fiebre de invertebración de España. Por acumulación, un siglo después la cuestión es mucho más candente porque en estos momentos parece no haber en el horizonte nada que pueda servir de motor vertebrador, nada que ilusione a los desilusionados y que genere una fuerza que contrarreste democráticamente las fuerzas separatistas porque a estas alturas de nada sirve aplicar la ley como salida exclusiva. Sin ilusión no hay proyecto común posible, por mucho que echemos mano del Tribunal Constitucional. Como en la época de Ortega nos encontramos también con fuertes tendencias separatistas no solo en España y con una clamorosa falta de altura intelectual de los políticos españoles para resolver las cuestiones planteadas.

Seguimos mañana.

9 comentarios:

mojadopapel dijo...

Estoy deseando que llegue mañana para ver como enfocas este tema que me parece valiente,seductor y necesario.

Sóc el meu pitjor enemic. Sóc invisible. dijo...

El nostre futur: nacional, identitari. I per poder tornar a començar: un país nou, una oportunitat de fer política i vida d'una altra manera.

Nuestro futuro: nacional, identitario.
Y para poder volver a empezar: un país nuevo, una oportunidad de hacer politica i la vida de otra manera.

Espero a mañana.

José Núñez de Cela dijo...

Un fantástico resumen y análisis historico!

lichazul dijo...

triste panorama Pedro
los países pasan por hoyos y por cielos
hay algunos que se demoran más en salir de los hoyos sin duda

ánimos

Estrella dijo...

Qué análisis tan sereno y cuidado haces de la situación, Pedro. Difícil panorama tenemos, los españoles. Aquí en Cataluña los políticos nos han metido en un problema que no existía y del que no vamos a salir en siglos. Triste.

Joselu dijo...

Estimo que España tal como la conocemos ahora está en trance de desaparecer. Lo que surja será nuevo, sin duda, pero en mi fuero interno intuyo que muchos añoraran España como el mejor de los peores inventos. Por más que lo pienso, no veo ninguna solución por ningún lado, salvo saltar por los aires y luego, dios dirá.

LA ZARZAMORA dijo...

Me espero a que termines y concluyas esta noche.

Besos, Pedro.

São dijo...

Será que, tal como Portugal, Espanha encalhou numa curva do tempo e não consegue avançar?

Espero que não.


Abrazos, querido amigo

dafd dijo...

Lo leo con interés.