martes, 3 de junio de 2014

Coloquio con José Antonio Abella, autor de La sonrisa robada, en la Feria del Libro de Burgos 2014.


El sábado pasado participé en los actos de la Feria del Libro 2014 organizada por el Ayuntamiento de Burgos. Siempre es un placer ver las casetas de las librerías tomar la calle -nunca entenderé las Ferias de Libro que se hacen en sitios cerrados-, asomar los ejemplares al mundo en sorpresa del caminante que va a lo suyo y que en muchas ocasiones desconoce el motivo de la celebración y exponer al escritor a la mirada curiosa de su público. Hay muchas anécdotas sobre esto, pero desde hace unos años los escritores saben que es parte de su oficio. Por eso me gustan mucho las presentaciones de libros, sobre todo aquellas que aportan un valor añadido más allá de la mera formalidad del acto.

Participé en la Sala Polisón del Teatro Principal de Burgos en un coloquio con José Antonio Abella (Burgos, 1956), último Premio de la Crítica de Castilla y León junto a Gonzalo Santonja (Director del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, que patrocina el Premio, de cuyo jurado soy miembro). El encuentro fue distendido y se alargó casi dos horas sin que agotáramos los temas. A nuestras preguntas, el autor comentó las circunstancias biográficas que le llevaron de Burgos a Segovia, en donde vive y ejerce la medicina. José Antonio Abella ha cultivado la literatura con regularidad desde 1992, año en el que publicó su primera novela, Yuda. En su currículum figura un premio de relatos tan prestigioso como el ya desaparecido Hucha de Oro, víctima inocente de lo que ha ocurrido con las Cajas de Ahorro en este país o un libro tan vendido como Crónicas de Umbroso (2001). También se habló de su aventura editorial al frente de La isla del náufrago, un ejemplo del camino que tienen que seguir muchos amantes de la literatura ante lo que sucede con los grandes sellos editoriales del país que, por ejemplo, rechazaron el manuscrito de La sonrisa robada, que ha merecido el Premio de la Crítica.


Y se habló mucho de la obra ganadora del premio. La sonrisa robada es una novela arriesgada desde el principio, pero de estos riesgos bebe la verdadera literatura. Se nos presenta como la investigación que el narrador -el propio autor- realiza para completar la información suministrada por su amigo, el poeta pintor y escultor José Fernández-Arroyo (Manzanares, Ciudad Real, 1928) tanto en sus conversaciones como en el diario en el que contó la historia de una apasionante historia de amor que vivió con Edelgard Lambrecht entre los años 1949 y 1953. El lector pronto comprende la necesidad de esta investigación dado que es imprescindible comprender el punto de vista de la joven.

En la novela encontramos una hermosa historia de amor y el panorama de Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Edelgard es hija de un militar alemán y víctima de los horrores de la guerra y de la postguerra. Esta es la segunda dificultad de la novela: contar la historia desde una perspectiva no frecuentada, la de la población alemana que perdió la guerra pero que participó de la exaltación militarista de Hitler. El narrador se plantea en varias ocasiones este problema puesto que su planteamiento está muy lejos de ser revisionista o filonazi, pero queda atrapado -como le ocurrió al propio Fernández-Arroyo y le ocurrirá al lector- por la personalidad de aquella joven y el horror que vivió tanto personal como familiarmente, semejante a tantos millones de personas víctimas de los fanatismos y de las ideologías sin rostro humano. La misma Edelgard, como toda la población alemana, hubo de hacer su transición para aceptar lo que pasó y lo que a ella misma le ocurrió. 

Por otro lado, la acertada conversión de José Fernández-Arroyo en personaje literario a partir de su apasionante vida. Un joven que procede de una España nacionalcatólica y que sale de una país aislado en el mundo por el apoyo prestado por el régimen franquista al III Reich para encontrarse con la mujer a la que ama y a la que solo conoce por la correspondencia epistolar y unas pocas fotos. Un joven que también debe hacer su propia transición desde aquella España gris y plomiza, sin horizontes hasta ese personaje anciano que cuenta a su amigo la historia de aquel amor que marcó su vida.

Una historia de amor apasionante entre dos jóvenes de un mundo en ruinas pero que no pierden la esperanza, la aventura de toda Europa para reconstruirse tras el conflicto y el misterio de la enfermedad de la mujer al que hace referencia el título de la novela. Todo ello bien contado a través del relato contemporáneo del narrador que busca los rastros de Edelgard y que adopta la técnica de la novela dentro de la novela, el relato que se va construyendo delante de nosotros pero que también enfrenta al narrador -y a nosotros mismos- a una mirada reflexiva sobre lo transcurrido en estas décadas. No se esconde el horror ni la tragedia, pero se trata todo con la sutileza del lirismo y de una prosa bien trabajada. Agradará al lector que busca la trama argumental, pero también al que busca reflexionar sobre la literatura y las claves del proceso histórico de Europa.

Tiene otra virtud esta novela, rescatar del olvido el excelente diario de José Fernández-Arroyo que es, en sí mismo, una gran pieza literaria. Ha sido reeditado en los meses últimos por La isla del náufrago e invito a leerlo tras la novela porque cuando se cierra el libro de Abella hay cosas que se le quedan pegadas al lector, necesitado de conocer más sobre esta historia.


7 comentarios:

Luis Antonio dijo...

Siempre tomo nota de las sugerencias de lecturas que nos haces.

Aprovecho la coyuntura para felicitarte por la actividad cultural incansable y vertiginosa que llevas habitualmente.

Gracias por compartirla

PENELOPE-GELU dijo...

Buenos días, profesor Ojeda:

Anoto el título para el verano, con su recomendación. Parece y será interesante, además los diarios están entre mis lecturas preferidas.

Saludos.

Abejita de la Vega dijo...

Lo leeremos.

Señor De la Vega dijo...

Nos presenta esta vez, mi Señor Ojeda, al parecer un libro apasionante.

Y si a Usted le gusta, seguramente es porque el Señor Abella, ha sabido dar el enfoque crítico e histórico adecuado a esa etapa tan manipulada de la historia y aún con tantos tabúes, donde el maniqueísmo pos-guerra intentó y consiguió reducir el relato a buenos y malos.

Su reseña, me hace recordar esta de Revista de Letras sobre el poemario de Juan Carlos Friebe,
"poemas a quemarropa".

En el mismo hay poemas desgarradores, como aquel donde narra las violaciones en masa a que fueron sometidas ancianas, adultas, jóvenes y niñas, tras la derrota, donde se alcanzaron cotas de barbarie nunca vistas en el uso de la "mujer" como botín de guerra, con arma de guerra, como condena humillante a los vencidos (donde casualmente siempre sufre el mismo sexo), solo en el frente ruso se calcula que más de 2 millones fueron objetos de abuso y violación.
Suyo, Z+-----

Copio el poema:

"EIN DEUTSCHES REQUIEM (de "poemas a quemarropa" 2011)

Dicen que fuimos dos millones. Pero yo no sé cuántas fuimos,
sino tantas.

Yo sólo sé que pagamos por todos los vivos, por todos los muertos y por todos los
pecados con creces

y que por todas las culpas de los que antes o después nacieron también pagamos.

Yo sólo sé que nos cogían como en volandas, como en racimos, como a puñados,

que se repartieron nuestros cuerpos como baratijas de un macabro botín que todos
desprecian pero en el que nadie renuncia a tomar su parte.

Yo sólo sé que fuimos la carroña que las alimañas se disputan entre gruñidos cuando
su presa aún vive,

y agoniza.

Yo sólo sé lo que sé, y lo que sé ya es bastante:

que teníamos quince, treinta, hasta setenta años y ellos eran tal vez diez, quizá cien,
cómo saber si más.

Cómo saberlo.
No lo recuerdo.
Para qué recordar.

Yo sólo sé que pagamos de sobra y al contado en carne viva y ni pudimos suplicar
clemencia, ni tuvimos derecho a consuelo alguno,

ni pudimos chillar ni después decir aquel grito ahogado boca adentro que se nos hizo
nudo de hiel en el estómago, obsceno baldón, coágulo de infamia y de vergüenza.

Yo sólo sé que nos mordíamos la lengua y nuestros labios se volvieron cepos de dolor y
mordazas de ultraje,

que fuimos despojadas a jirones hasta del último retal de pudor o de alegría y aunque
lo sé,
no lo recuerdo.
Para qué recordar.

Lo que sí recuerdo es este punzón candente de odio que me atraviesa la sien hasta
alcanzarme el alma en su tuétano

cada vez que recuerdo mis doce primaveras y mi coleta como una estela de trigo
amarilla que brillaba en el bosque,

cada vez que recuerdo la muñeca de trapo que mecí contra mí y mi madre no podría
coser jamás con sus manos,

y aquel vestido que no estrené,

y cada vez que un lazo al corazón que ya ningún domingo;

y aquellas trenzas de espiga que usaron para arrastrar mi infancia al cobertizo
para arrancármela.

Lo que sí recuerdo es esto.

Recuerdo a Hannelore tragando tierra y baba mientras nos mirábamos llorando.

Recuerdo a Ilse desangrándose cubierta de semen y sus labios morados de frío como
con una escarcha densa y blanca y blanda sobres pétalos rotos de rosas moradas.

Lo que sí recuerdo es que Irmgard ya estaba de cuatro

y que las madres daban cianuro a las niñas más pequeñas hasta que sólo quedó un
jirón de blusa y matarratas.

Y nuestros llantos antorchas que se fueron, poco a poco, apagando.
"

impersonem dijo...

Tus análisis son siempre muy iteresantes...

Abrazo.

Ele Bergón dijo...

Otro libro en mi lista de espera.

Cuando los coloquios son relajantes y enriquecedores, da pena el habérselos perdido.


Besos

virgi dijo...

Me la apunto, me has motivado mucho.
Un beso