jueves, 5 de agosto de 2010

Don Quijote entra en Barcelona (2.61)


Por primera vez, Don Quijote y Sancho entran en una ciudad: la impresión de bullicio está bien descrita por Cervantes. En efecto, la sensación de actividad y tropel de gente que nos trasmite el relato ahorra una mayor descripción de la ciudad de Barcelona, ya por entonces distinta a otras de la Península: los protagonistas se encuentran un tanto intimidados y apenas abren la boca impactados desde la visión del mar, que no era conocido por ninguno de ellos. El lector se da cuenta de que el pulso del relato ha de cambiar sustancialmente para adaptarse al nuevo escenario.

Continuando con lo que les ocurría en el capítulo anterior, don Quijote y Sancho ya no son dueños de sus actos. Ni siquiera es comparable lo que les sucedió en tierras de los Duques. También su fama les precede aquí, como en el encuentro con los Duques y pronto ven la cara amarga al convertirse en motivo de risa para los muchachos sin necesidad de que el señor del lugar marque el ritmo del espectáculo.

Pero hay que recordar cómo entran en Barcelona. Los primeros párrafos del capítulo son magistrales, de los mejores que escribió nunca Cervantes y os invito a releerlos con calma y a recordarlos por su certeza y sobriedad. No en vano fueron usados por Antonio Muñoz Molina en el encabezamiento de Beltenebros, novela muy cervantina, reactulizando inteligentemente su significado para la España de la postguerra y la transición política hacia la democracia. En pocas líneas describe Cervantes la forma de vida de Roque Guinart y las sensaciones anímicas que produce, el dominio que tenía del entorno de Barcelona y sus conexiones con uno de los bandos que se enfrentaban en aquellas tierras y que tanta preocupación acarreaban a la Corona por sus contactos con Francia y los hugonotes. Don Quijote, caballero a la manera de los antiguos de la literatura, no puede más que admirar la vida del bandolero: esta admiración es la forma en la que Cervantes nos indica que el protagonista se ha convertido en espectador.

Parece éste un capítulo de transición para hacer entrar a don Quijote en Barcelona, pero es mucho más, sin duda. Por una parte, la literaturización de un serio conflicto político que ocurría en tierras catalanas a partir de un previo análisis de sus implicaciones; por otra, una forma de abrir la ventana a un tipo de relato definitivamente contemporáneo. Como siempre en el Quijote, literatura y vida entreveradas.

Veremos, el próximo jueves, las primeras aventuras de don Quijote en Barcelona, al comentar el capítulo LXII.

16 comentarios:

Jesús Garrido dijo...

Buena época creo recordar, Roque Ginart, la cabeza encantada, galeotes y el caballero (sansonino carrascón) de la blanca luna.

Manuel de la Rosa -tuccitano- dijo...

Me llamaron como bien dices la atención las palabras que Cervantes usa para describir el bullicio de la ciudad... es que Cervantes como bien dices es una caja de Pandora....lleno de sorpresas y recursos..saludos

Merche Pallarés dijo...

Muy interesante tu apunte de los contactos con Francia y los hugonotes. Tendré que investigar ese tema, del cual no tenía ni idea. Muchos besotes quijotescos, M.

marga dijo...

- “unas veces huían sin saber de quién y otras esperaban sin saber a quién”, hermosa frase
- La soledad del poder
- La primera visión del mar “más que las lagunas de ruidera”, la de las galeras, la de los soldados, componen el cuadro de un amanecer luminoso.
- La entrada en Barcelona; los imagino como al “flautista de Hamelín” seguidos por todos los niños de la localidad, pero siempre se trunca la gloria en vergüenza para nuestros pobres protas.

São dijo...

Barcelona é uma cidade que amo de paixão desde qua visitei pela primeira vez!!

Um bom final de semana, Pedro amigo.

Asun dijo...

A mi me llamó la atención lo detallado que estaba descrito todo el bullicio de la ciudad en una noche como esa.

Besos

Pedro J. Sabalete Gil dijo...

Raudo me voy a leer el capítulo para leer detenidamente esos párrafos magistrales que, la verdad, pasaron desapercibidos. He leído, me gustó, Beltenebros como todo lo de Muñoz Molina. Quiero encontrar también esa relación con esta novela.

Un abrazo.

Myriam dijo...

Yo encuentro todo el capítulo con descripciones muy poéticas y por lo tanto, efectivamente, muy bellas.

Tamvién me gustó el recibimiento hecho al valerosoy verdadero DQ y no al falso y ficticio.

Tendré que leer el Beltenebros, me lo anoto.

Un abrazo a tí y saludos al grupo.

Myriam dijo...

PD. Bueno aclaro, poético todo, menos el violento aterrizaje de DQ y S.

Myriam dijo...

Dice También. Vale

Abejita de la Vega dijo...

Tres días y tres noches vive don Quijote la agitada vida de Roque Guinart. Mira y admira, ésta sí es vida para un caballero andante. De aquí para allá, huyendo sin saber de quién, esperando sin saber a quién, durmiendo de pie, despertando al sueño…Arcabuces, mechas, pedreñales, espías y centinelas componen la vida del bandolero. Mas ha de pasar las noches en soledad; con el temor de que, uno de los suyos, lo mate o lo entregue, atendiendo a los bandos que el virrey ha echado sobre su vida. En realidad, es una vida “miserable y azarosa”…

Roque, con seis de sus escuderos, acompaña a don Quijote y Sancho, en su viaje hacia Barcelona, por los caminos menos concurridos. Llegan a su playa, la víspera de la Degollación de San Juan, el 29 de agosto. El cumplido bandolero les deja “con mil ofrecimientos”, no sin antes dar a Sancho los diez escudos prometidos.

Don Quijote, en una noche de resonancias mágicas y literarias, espera el día a caballo y no puede faltar un poco de esa parodia del amanecer novelesco y caballeresco, a la que tan acostumbrados nos tiene, con la faz de la blanca aurora, los balcones de Oriente, la alegría de yerbas y flores… Pero, en lugar del canto de los “pintados pajarillos”, oímos el son de chirimías, atabales y cascabeles. Y la aurora da lugar al sol, que ya no es el rubicundo Apolo desperezándose, menos mal.

Don Quijote y Sancho alargan la vista, en todas direcciones, están viendo el “espaciosísimo” mar por primera vez. ¡Se quedan tan chicas, a su lado, las lagunas de Ruidera!

Y no para ahí su asombro. Retiran sus toldos y se ponen en marcha unas galeras, con sus banderines al viento y su belicosa música, simulando una escaramuza, jugando a la guerra. Sancho no puede imaginar cómo pueden tener tantos pies esos bultos que corren por el agua. Disparan artillería a la que responden los cañones, desde las murallas.
Y de la bulliciosa ciudad surge una multitud de caballeros con hermosos caballos y vistosas libreas. Es una singular experiencia para dos aldeanos, acostumbrados a la soledad y el silencio de los caminos.
Todo es alegría y claridad, aunque el humo enturbie un poco el aire. Es una batalla naval festiva y de juguete, en nada semejante a las reales que conoció Cervantes. No es Lepanto…
Los de las libreas llegan corriendo, con gritos agarenos de guerra, lelilíes, hasta un atónito don Quijote. Uno de ellos, avisado por Roque, da la bienvenida a la ciudad al “espejo, el farol, la estrella y el norte de toda la caballería andante”, al “valeroso don Quijote de la Mancha”. Y, a continuación, Cervantes se saca la espina porque se repite la bienvenida pero, matizando, no al “apócrifo” sino al “verdadero, el legal y el fiel”, el del historiador Cide Hamete Benengeli.
(Sigue)

Antonio Aguilera dijo...

No cesó la actividad en los tres días y tres noches en los cuales don Quijote y Sancho acompañaron a Roque Guinart. Si durante el día “unas veces huían sin saber de quién, y otras esperaban, sin saber a quién”, durante la noche jugaban a dormir de pie (e incluso, a ver quién duraba más a "la patita coja") para no hacerlo profundamente, mudando así el dormitorio telúrico de un lugar a otro. Y es que este tal Roque bandolero no se fiaba ni de la ropa que llevaba puesto

Usando “caminos deshusados, por atajos...”, y veredas de cabras, finalmente Roque y media docena de sus secuaces acompañaron a don Quijote y Sancho hasta la playa de Barcelona. Pudieron comprobar lo “ espaciosísimo y largo, harto más que las lagunas de Ruidera”, que era el charco más grande que, hasta ese momento, ellos habían visto.

Y no fue casual el día de la llegada de nuestros personajes a la playa de Barcelona: la víspera del día de San Juan, en cuya noche, en aquella playa, se celebraba “fiestorro gorro”. Dado que, el otro día mencionado “historiador moderno”, había fastidiado a don Quijote la participación en la Justas de Zaragoza, ahora nuestro jovial hidalgo no estaba dispuesto a consentir que el aragonés anónimo le privara de pasar una divertida Noche de San Juan (con sus carnes a la parrilla, posterior botellón saltando descalzo sobre las hogueras: que él no se iba a quemar, y si se quemara, estoicamente, no se quejaría)

Deja Roque a nuestra ilustre pareja en manos de un servidor suyo, para que ejerza con ellos (cual Merche: saludos) de guía turístico. El delegado de Roque da la bienvenida a don Quijote, no con los piropos de antaño “flor, nata y espuma...”, sino con otros más modernos e iluminadores “Bien sea venido a nuestra ciudad el espejo, el farol, la estrella y el norte de toda la caballería andante “. Don Quijote agradece al bandolero-guía su ofrecimiento con esta acertada frase: “Si cortesías engendran cortesías, la vuestra, señor caballero, es hija o parienta muy cercana de las del gran Roque” (Cervantes no ahorra halagos hacia Roque Guinart, cuya historia, parece le tiene fascinado).

Se adentran don Quijote y Sancho en Barcelona guiados por el guía mencionado. Es la primera vez que nuestra ilustre pareja pasean por una gran ciudad. Pero como gamberros hay en todas partes, algunos de ellos pusieron unas “aliagas” bajo la cola de Rocinante y el rucio, provocándoles un grandísimo escozor en sus respectivas posaderas. Aquellos pobres animales, que no habían sentido nunca aquel calor infernal en tan blando sitio, empezaron a dar mil saltos, y “corcovos”, hasta que dieron con sus jinetes en el suelo; para risa y disfrute de todos los viandantes.

Continúa Cervantes en la misma línea de humillar y ridiculizar, siempre que se presenta la ocasión, a don Quijote y Sancho. Quiere que El Quijote no sea sólo un libro para ilustrados, sino que el pueblo llano, sin estudios en su completa mayoría, disfrute y ría con sus aventuras y desventuras (sobretodo con las desventuras) a mandíbula batiente: a unos y a otros, a nadie dejaría indiferente.

Antonio Aguilera dijo...

Como refiere Myrian, habrá que leer, al menos, el principio de Beltenebros: para ver la utilzación que hace Muñoz Molina de este capítulo.

Abejita de la Vega dijo...

Don Quijote no responde ni nadie espera que lo haga. Los que le siguen caracolean alrededor de su persona; pero él lo que desea es hablar con Sancho cuanto antes, para comentarle que “éstos” nos conocen, han leído su verdadera historia e incluso la falsa, la del aragonés.

El caballero que le dio la bienvenida le pide que se venga con ellos, todos servidores y amigos de Roque Guinart.

Don Quijote encantado con la cortesía de quien se lo solicita, manifiesta que, faltaría más, puede llevarlo donde quiera; a lo que su interlocutor responde con el mismo comedimiento. Así que, rodeado por los incondicionales del bandolero, se encamina a la ciudad, al son de chirimías y atabales.

Entra tan feliz en la ciudad que , el maligno, deseando amargarle un momento tan dulce como éste, hace de las suyas. Se sirve de unos chicos traviesos, los cuales se cuelan entre el gentío, levantan las colas del rucio y del rocín y les encajan, en tan delicada zona, sendos manojos de espinosas aliagas. Los pobres animalillos reaccionan dando “córcovos” y tirando a sus dueños al suelo.

Don Quijote, abochornado y ultrajado, acude a quitar ese “plumaje” tan doloroso de la cola de su caballejo. Sancho hace lo propio con el rucio.

Los acompañantes quieren castigar a los muchachos, pero se escurren entre la multitud y échales unos galgos a las creaturas.

Don Quijote y Sancho llegan a casa de su guía, grande y principal, como propia de un caballero rico. Y ahí lo dejamos, por orden de Cide Hamete. Ahora, Cervantes, da más autoridad que nunca al Benengeli.

Un abrazo para todos de María Ángeles Merino Moya

Paco Cuesta dijo...

Nuestro caballero no podía por menos desde su perspectiva aventurera que admirar el modo de vida de Roque Guinart.

Teresa dijo...

la fiesta de San Juan en Barcelona es fiesta grande

En la wikipedia figura esta palabra: "bandosidades" a propósito del tal bandolero tócame Roque.

Palabra curiosa y que pudiera derivar en otras con más aires y menos bilabiales.

En aquellos tiempos España era ya tierra de bandas.