jueves, 19 de agosto de 2010

Batalla marina y regreso de Ricote (Cap. 2.63)


Puede parecer que este capítulo sólo nos trae lo que dice el argumento: la anunciada visita a las galeras de nuestros protagonistas, tras unas iniciales bromas que continúan las muchas que otros antes les gastan para reírse a su costa -la ficción por la que se le hace creer a don Quijote que es persona de importancia, el desplazamiento de Sancho de mano en mano de los remeros- y una nueva alusión a la forma de desencantar a Dulcinea que nos devuelve al hilo conductor de casi toda la segunda parte, termina con la persecución y apresamiento de un bajel cuyo arráez termina siendo la hija del morisco Ricote. Una buena parte del capítulo consiste en el relato de la historia de Ana Félix y la puesta al día de lo que nos faltaba por conocer de la de Ricote. Padre e hija se reencuentran y se ponen bajo la protección del virrey de Cataluña, no sin disponer que se intente liberar a Gaspar Gregorio, el joven que, por amor a Ana Félix, había quedado cautivo en Argel.

Puede parecerlo, pero aunque el argumento es por sí ameno, diverso, novelesco y atractivo y a muchos lectores les causará placer por sí solo, hay mucho más.

En primer lugar, en él están presentes muchas de las cosas que hemos visto a lo largo de la segunda parte: don Quijote y Sancho famosos como personajes literarios son tratados como tales en la realidad, víctimas de bromas que los rebajaban a meros bufones o peleles y que advierten de que ya Cervantes era consciente -quizá por los comentarios que sobre sus obras le habían llegado, quizá por la continuación de Avellaneda- de que una parte de la recepción de su obra, posiblemente la que más garantizaba su popularidad, la simplificaba; la historia del encantamiento de Dulcinea y la forma en la que debía desencantarse, que añade matices muy significativos entre don Quijote y Sancho; la recuperación de la historia del morisco expulsado, con todo su significado en la España del momento; el predominio de la aventura real sobre la fingida -de hecho, aquí volvemos a tener muertos y estamos a punto de asistir a la ejecución de los culpables.

Pero hay algo más en este capítulo y que consiste en toda una lección literaria. La historia de Ana Félix tiene la estructura de una novela bizantina. Su argumento nos devuelve por un momento a la historia del cautivo de la Primera parte, pero de otra manera que la hace más compleja. Ambas cosas son de interés para comprender lo que Cervantes quería hacer con el Quijote y quizá también cierta evolución del pensamiento cervantino en los diez años que trascurren entre la redacción de ambas partes. Comencemos por la segunda.

A diferencia de la historia del cautivo, con la que coincide en el ámbito mediterráneo y en muchos de los motivos (las circunstancias del cautiverio, las alusiones a la homosexualidad, la presencia de renegados, etc.), aquí la protagonista es una mujer a la que se dota de la misma valentía y decisión -y también capacidad para el travestismo, para disfrute de los lectores barrocos, uno de cuyos sueños eróticos, por lo que aparece continuamente en la literatura de la época, es la mujer disfrazada de hombre; pero también para ensoñación de la mujer de aquel tiempo, que tanto debió soñar con la libertad que pudo vivir en los textos literarios ya que en la realidad no le era posible- que a Dorotea o a Claudia Jerónima.

Pero su engarce con la historia del morisco Ricote agranda y hace complejo lo que en el cautivo era sólo un motivo secundario encaminado a despertar la emoción del lector: el cristianismo oculto de la joven que acompaña al cautivo, aquí es declarado y público. La morisca Ana Félix es cristiana. Hay otra alusión en sus palabras de gran interés: Ricote no se había declarado como cristiano en su primera aparición sino más bien como un hombre confuso que sabía que ya no era musulmán pero todavía no se atrevía a definirse como cristiano. Ana Félix, sin embargo, afirma que su padre es cristiano, como ella y su madre:

fui yo por dos tíos míos llevada a Berbería, sin que me aprovechase decir que era cristiana, como, en efecto, lo soy, y no de las fingidas ni aparentes, sino de las verdaderas y católicas. No me valió, con los que tenían a cargo nuestro miserable destierro, decir esta verdad, ni mis tíos quisieron creerla; antes la tuvieron por mentira y por invención para quedarme en la tierra donde había nacido, y así, por fuerza más que por grado, me trujeron consigo. Tuve una madre cristiana y un padre discreto y cristiano, ni más ni menos; mamé la fe católica en la leche; criéme con buenas costumbres; ni en la lengua ni en ellas jamás, a mi parecer, di señales de ser morisca.

La historia de Ana Félix, como ya habíamos visto en el relato primero de Ricote, viste con efectos novelescos -la belleza, discreción y astucia de la joven, la marcha al exilio arrastrada por sus tíos, el amor de Gaspar Gregorio -citado en la novela con diversos nombres por descuido de Cervantes-, el motivo del tesoro enterrado, la trama para escapar de Argel, etc.- la posición de Cervantes ante el decreto de expulsión de los moriscos, que debió ser la de algunos de los españoles de su tiempo: la aceptación por interés, convicción o sumisión de la necesidad de una expulsión para evitar conflictos y rebeliones de una población que, por su número y lugares de asentamiento, era difícil de asimilar en el concepto de uniformidad que se imponía en aquel tiempo y que debía causar rechazo en una España cada vez más igual en la apariencia externa; pero el cuestionamiento de que la medida tuviera un carácter tan indiferenciado y no mirara casos particulares que podrían entrar en la construcción de la nueva realidad española. Habría que recordar, además, que de ser cierto, como es casi seguro, que Cervantes pertenecía a una familia de cristianos nuevos, la sensibilidad de Cervantes ante el problema era muy elevada.

Por lo tanto, un intenso tratamiento literario de una decisión política que aun se discutía. Pero hay más.

Es muy interesante la propuesta teórico-litearia de este capítulo. Recordemos que estamos en una parodia de la literatura caballeresca desde parámetros realistas. En este capítulo, además, se añade una parodia de la novela bizantina, uno de los esquemas más importantes de la narrativa en tiempos de Cervantes y a la que éste consagra, significativamente -y en cierta contradicción con la propuesta del Quijote- su última novela, Los trabajos de Persiles y Sigismunda.

En efecto, es tan exagerada la forma del reencuentro entre Ana Félix y Ricote que el mismo Cervantes tuvo que forzarla a propósito para señalar lo falso de la novela basada en este modelo. Lo falso y antiguo: en contraste, la historia de don Quijote, mejor dicho, del viejo hidalgo que se fingió don Quijote, queda como el único camino válido para la narrativa posterior. Cualquier lector, incluso el menos avisado, incluso el que más disfrutara con estos convencionalismos literarios de la novela bizantina -al igual que de la caballeresca o la morisca-, es consciente de ello tras la lectura de este capítulo.

Por eso mismo, el prólogo de la historia de Ana Félix, en el que se narra la persecución del bajel por las galeras españolas es tan realista: en los términos empleados, en los dos muertos causados por los turcos borrachos. Hay dos consecuencias. Una buscada, el contraste con el idealismos convencional del relato de Ana Félix. Una no buscada, el inicio de la novela de batallas marinas, que tantos buenos ejemplos ha dado en la narrativa posterior, sobre todo en lengua inglesa. Cervantes, como lo hizo en la historia de bandoleros, aborda aquí un nuevo género.

Pero hay varias circunstancias en el capítulo que aúnan los puntos de interés que hemos comentado: por una parte, cuando comienza la acción real, don Quijote y Sancho desaparecen, como había sucedido tras el encuentro con Roque Guinart, porque ya no tienen cabida en las nuevas formas narrativas; por otra parte, la decisión del Virrey -perdonar a Ana Félix cabía en lo convencional, pero no así a los causantes de la muerte de los dos marinos españoles- explica la posición exacta de Cervantes en este capítulo.

Veremos, el próximo jueves, cómo continúa la novela, al comentar el capítulo LXIV.

24 comentarios:

Myriam dijo...

Impresionante este capítulo y extraoooooooooordinaria tu clase que explica tan detalladamente toda su riqueza. ¡Miiiiiiil gracias! Besos

Merche Pallarés dijo...

Estoy con MYRIAM. Me has dejado anonanada con tu análisis tan minucioso, interesante y maravilloso. Besotes quijotescos, M.

Concepción Rozalén dijo...

Sí que es verdad. Estoy de acuerdo con Myriam. Por cierto, el aspecto actualizado de tu blog es impresionante, más funcional y mejor para leer. Saludos.

Kety dijo...

Como sabes mi opinión sobre tus análisis, -geniales-.

Respecto al blog, parece que hubieran pasado los pintores. Buen cambio.
Un abrazo

pancho dijo...

Qué bien se ve la grandeza de Cervantes con estas explicaciones, mejor se leen con estos renglones extendidos a lo ancho que parece que se impone.

marga dijo...

- ¡Que vida la de nuestros protagonistas! Siempre pasando de la gloria, al ridículo sin tregua alguna. ¡Que recibimiento el de las galeras!!! Una gran imagen para una peli
- Ya se sabe, ahora tocan las sombras: nuevamente volteado, de brazo en brazo. Pobre Sancho, en cuanto se descuida da con su cuerpo en tierra o en aire, pero siempre queda molido.
- Otra imagen, una especie de ciempiés en el agua con “tantos pies colorados” y en su grupa los…
¿Cómo se llamaran los que azotan? ¿Azotadores?
- La aventura de la hermosa morisca. Que afición tienen las gentes de esa época de disfrazarse del . sexo contrario y de cuantos líos les saca.

Paco Cuesta dijo...

El travestismo femenino en la obra encierra un clamor por la libertad, un modo de ayudar a comprender el sentido más profundo de las cosas.

jg riobò dijo...

Foto espectacular.

Abejita de la Vega dijo...

Escribo el título de este capítulo 2,63.

¿Qué le pasa a este ordenador? La pantalla no para quieta. Hace tiempo que no asoma, por aquí, algún personaje, de esos que habitan en el limbo de los secundarios y que, de vez en cuando, tienen a bien visitarme cuando escribo mi comentario quijotesco. Deben aburrirse mucho allí…

Sí, en una ventana emergente veo a un hombre sin camisa, con el rostro muy oscuro y curtido por el sol y el viento. Las señales, en su cuerpo, se cuentan por cientos. Cadenas, argollas, esposas, latigazos han dejado un rastro imborrable en su piel. Quiere hablar, escuchémosle.

Saludo a vuestra merced. Soy un personaje sin nombre y sin voz en ese libro que llaman el Quijote. Bueno, mi voz se limita a un “hu, hu, hu”, a coro, con mis compañeros de desgracia.

Me presento. Soy, fui, un galeote, un forzado de Su Majestad, condenado a galeras. Ya, ya sé que ese don Quijote, el principal del libro, dice que el rey no hace fuerza a nadie. Fui condenado a servir al rey por robar “una canasta de colar atestada de ropa blanca “ ¿Recuerdan?

Centrémonos en este capítulo. Soy el “espalder de la mano derecha”, en la galera capitana, la principal de las cuatro que guardan Barcelona de los piratas berberiscos. Marco el ritmo, de cara a los remeros. Sancho está sentado cerca de mí y tengo instrucciones precisas…no, no me adelanto.

Comencemos por el principio. Aquel día, por la tarde, todo está preparado, en las galeras, para recibir a ese don Quijote de la Mancha que dice ser caballero andante y su escudero, Sancho Panza. Un par de majaderos, que han sido motivo de burlas, por todas las calles de Barcelona. Les acompaña don Antonio Moreno, su huésped, con dos de sus burlones amigos.

Al parecer don Quijote iba hablando para sí, diciendo algo de una cabeza encantada y de una tal Dulcinea desencantada.

Al parecer, el general o cuatralbo tiene un especial interés en conocer a la famosa pareja. Está avisado de su venida y ha dispuesto un gran recibimiento. Hemos ensayado, incluso. Menuda farsa.

Cuando llega a la orilla, plegamos los toldos de las galeras mientras suenan unas chirimías.

Echan al agua un esquife dispuesto como para mujeres, con sus tapetes y almohadas de terciopelo. Cuando Don Quijote pone allí el pie, disparan el cañón de crujía de la capitana y lo imitan las otras tres.

Ponen una escala, sube a la galera y los de la chusma saludamos, como a persona principal, con un triple “hu, hu, hu”.

El general le da la mano, le abraza y manifiesta estar viviendo un día señalado, por haber visto a quien encierra todo el valor de la caballería andante. Don Quijote le responde con no menos cortesía, alegre de ser tratado tan señorialmente.

Entramos todos en la popa y los del remo nos sentamos en los bandines. Pasa el cómitre y pita la señal de “fuera ropa”. Nos despojamos de las camisas y el tal Sancho queda pasmado. Y más todavía cuando ve plegar los toldos a tan infernal velocidad. Se sienta junto a mí y no imagina que va a volar sin alas.

Aunque pesa sus buenas arrobas, lo levanto en mis brazos, como a una pluma. Mis compañeros, en pie, esperan el turno para voltearlo. Va pasando de de banco en banco, tan deprisa que no nos ve, no sabe dónde está, se siente transportado por unos invisibles demonios.
Lo dejamos en popa, molidos todos los huesos, jadeando, trasudando y sin saber lo que ha pasado. Creo que decía algo del manteamiento en no sé qué venta.

Abejita de la Vega dijo...

Don Quijote no está dispuesto a que le hagan lo mismo. Pregunta al general si es una ceremonia usada con lo novatos que entran en las galeras. Si es así, amenaza con “sacar el alma a puntillazos” a quien intente voltearlo, aquí está su espada. A éste lo levantaría tan fácilmente, qué lástima que no se deje.

Los galeotes dejamos caer la “entena” estrepitosamente. Sancho piensa que el cielo va a caer sobre su cabeza y se la protege, colocándosela entre las piernas. Don Quijote está pálido…Calladitos, izamos lo que antes amainamos, con la misma prisa y ruido.

El cómitre ordena que levantemos el ancla y salta con el corbacho, ahora empieza lo malo. Comienza a mosquear nuestras espaldas, de momento los golpes son flojos, y empezamos a adentrarnos en el mar.

Sancho es hombre de tierra adentro y piensa que los remos son pies colorados que se mueven, cosas encantadas…

Mas el mentecato se pregunta, con más razón que un santo, que han hecho unos desdichados, como nosotros, para que nos azoten así. Y eso que sólo ha visto los de mosqueo.

También se cuestiona como el cómitre se atreve a azotar a tanta gente. Y saca en conclusión que esto es el infierno…o el purgatorio. ¡Así se habla!

Lo que no se imagina el escudero es lo que se le va a ocurrir, ahora, a su amo. Y le pide, nada menos, que se desnude de medio cuerpo arriba y se coloque con nosotros a remar y a recibir azotes. Y no sé qué del desencanto de Dulcinea. Y el sabio Merlín que va a contar cada azote, bien dado por el de crujía, por diez de los que él se ha de dar.

No comprendo nada, sólo entiendo la palidez del rostro de Sancho.
(Sigue)

Abejita de la Vega dijo...

El general escucha, atónito, eso de los azotes y está a punto de preguntar. Pero el oficial marinero anuncia que Monjuí está haciendo una señal de peligro. Hay un bajel de remos por el lado de poniente. Debe ser un bergantín de cosarios de Argel.

Todo se pone en marcha para cazarlos. Las otras tres galeras reciben órdenes de la capitana. Dos irían por mar y la otra iría tierra a tierra; así no se escapará.
Remamos con furia, como si volásemos. Los que salieron a la mar, a dos millas, descubren al bajel que intenta escaparse, confiando en su ligereza. Mas la capitana es aún más ligera y les vamos entrando. Los del bergantín comprenden que no pueden escaparse y, al parecer, su arráez quiere que se entreguen.

Cuando ya están muy cerca, dos turcos borrachos dan muerte a dos soldados de los nuestros, con sus escopetas. El general, lleno de rabia, ordena embestir con furia y, en primer momento, se nos escapan. Sin embargo, a media milla les alcanzamos y se les echa la palamenta encima y los cogemos vivos a todos.

Volvemos las cuatro galeras a la playa, con la presa. Mucha gente espera, quiere ver lo que traemos. Fondeamos cerca de tierra y nos dicen que el virrey está en la marina. El general ordena traerle en el esquife y amainar la entena para ahorcar al arráez y treinta y seis turcos más. Pregunta quién es el arráez y responde uno de los cautivos, en castellano, mostrándole a un bellísimo mozo, como de veinte años. ¡Qué miradas las de algunos del barco!

El general le dirige preguntas airadas. No puede oír la respuesta porque, en ese momento, llega el virrey. La caza ha sido buena y el cuatralbo ha de ahorcarlos a todos por haber matado a dos de sus soldados.

El arráez lleva las manos atadas y el cordel a la garganta. El virrey se ablanda, al verlo su belleza. Buena carta de recomendación es la hermosura. Le viene el deseo de escusar su muerte y pregunta. Si es turco, moro o renegado. Y, en lengua castellana, contesta que nada de eso, que es mujer cristiana.

El virrey queda incrédulo pero admirado. El mozo suplica que le dejen contar su vida, antes de ejecutarlo. El general le dice que diga lo que quiera, pero que no espere alcanzar perdón. Y así lo hace el “lastimado mancebo”.

Me despido de vuestra merced y doy la voz al bello arráez.

María Ángeles Merino Moya.

Teresa dijo...

trasvestismo, belleza, sexo, tesoros,

la lujuria no cambia con el paso del tiempo (la tele-novela bizantina, tampoco)

Quijote no pierde ripio y dejaría a su Sancho en cueros para fustigar el azote de la galera, es muy obsesivo

Cervantes nos inunda de lenguaje naútico y la ley del ojo por ojo, aunque se libra la capitana por su hermosura. Ains

Teresa dijo...

Llegué, sí, a nado, a mariposa, cruzando el mar de la Costa Brava.

(Bueno daré una segunda lectura a tu explicación que "las velas de proa ya no se pueden sostener izadas")

Antonio Aguilera dijo...

De acuerdo con Bipolar en que Cervantes nos inunda de lenguaje náutico. Mientras leía el capítulo con esta jerga marinera, pensaba en "El hereje" de Delibes, en cuyo primer capítulo "se luce" con sus conocimientos marineros; algo cansino se pone. Y es que tu paisano hizo el servicio militar como voluntario en La Marina; y claro, las obras literarias están hechas de retazos de la vida de sus autores.

Antonio Aguilera dijo...

CAP 2.63 Al turco lo mismo le da la belleza de Ana Félix como la de Gaspar Gregorio
Comentario perteneciente al club de lectura del Quijote coordinado por Pedro Ojeda Escudero desdeLa Acequia

Quedó don Quijote pensativo de la respuesta que la cabeza encantada de don antonio Moreno le había dado en cuanto al desencanto de Dulcinea. Sancho, por su parte, añoraba los días en que fue gobernador, porque: "aborrecía el ser gobernador, como queda dicho, todavía deseaba volver a mandar y a ser obedecido, que esta mala ventura trae consigo el mando, aunque sea de burlas" ("la mayoría de los hombres políticos no merecen ser llamados así, pues no son de verdad políticos, ya que político es el que elige obrar noble y generosamente, mientras que la mayor parte de los hombres abrazan esta vida por dinero y codicia": (Aristóteles "Ética Eudemia", citado por Emilio Lledó en "Elogio de la infelicidad"). Sancho ya sentía este gusanillo venenoso que produce el poder, la vida política. ¿Cuántos, de los políticos que nos gobiernan, no están contaminados por este ente tóxico? ¡Qué actual el sentimiento de Sancho y la afirmación de Aristóteles!.

Aquella tarde, don Antonio Moreno llevó a don Quijote y Sancho a visitar los barcos del puerto; subieron a uno de ellos siendo homenajeados por los marineros y los mandos de éstos. A Sancho le saludaron de una forma especial, pasándolo vía aérea de una fila de remeros a otra: el manteo de la venta fue una ridiculez al lado de esto. Mientras, don Quijote observa como uno de los que dirige el cotarro de los remeros, empuñando un látigo, empieza a azotar suavemente las espaldas desnudas de éstos. No pierde el amo ocasíón para decirle a Sancho, una vez que ya los remeros le hubieron basculado, que aprovechara la ocasión para darse una tanda de azotes a "lomo pelao" a cuenta de los muchos que tiene pendientes para el desencanto de Dulcinea; que entre tanta gente flagelada no le habría ni de doler: el dolor se disiparía entre la azotaina general y, además, es posible que en tales ciscunstancias el sabio Merlín le descontara cada azote por diez.

Mientras tanto, un vigía que estaba apostado en las alturas de Monjuit avista "un bajel de remos por la banda del poniente" y da aviso al resto de embarcaciones para que lo persigan y apresen. Cosa que hacen gracias a las artes guerreras que poseen; aunque dos "toraquis" o turcos borrachos dispararon dos escopetas, dando muerte a dos soldados de los mejores que tenían. El general, o jefe de la flotilla española, prometíó dar muerte a todos los apresados en el bajel, que resultaron ser tres docenas de personas. Preguntó el general por el arráez del bergantín turco, siéndole presentado con ese cargo un joven y bello mozo de unos veinte años. Pero después de algunas indagaciones y con la amenaza de ahorcarlos a todos, el adonis veinteañero, resultó no ser ni turco ni moro ni renegado, sino fémina bella en extremo: de éstas cuya excelsa belleza se recrea Cervantes en describirnos en largas parrafadas.

SIGUE

Antonio Aguilera dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Antonio Aguilera dijo...

La joven suplica ser escuchada; todo un rocambolesco periplo ha recorrido desde que tuvo que salir de España por la orden de expulsión de los moriscos. Salió con un enamorado suyo de nombre Gaspar Gregorio y unos tíos carnales en busca de otras tierras donde asentarse y formar familia. No tuvieron mejor ocurrencia que ir a parar a Argel, según cuenta, el mismo infierno, donde el rey del lugar enterado de su hermosura y de sus riquezas los mandó llamar a ella y a su Gaspar Gregorio (en la vida he visto un nombre más dificultoso de pronunciar). Después de un sondeo a la piba, el rey de berbería pensó mandarla de
vuelta a España para que buscase el tesoro enterrado por su padre y regresara con él a berbería. Mientras tanto el tal Gaspar Gregorio quedaría en manos de los libidinosos turcos:" Turbéme, considerando el peligro que don Gregorio corría, porque entre aquellos bárbaros turcos en más se tiene y estima un mochacho o mancebo hermoso que una mujer por bellísima que sea"

Precipitadamente, Ana Félix, que se llamaba la chica, antes de retornar a España vistió a su chico de chica por ver si con este metamorfoseo lo pudiera librar de las garras del turco: así vestido-a lo incluirían en un serrallo y las posibilidades de... (EJEM) serían menores.
Muy apurada la chica rompe en llanto, el general se compadece de ella y le perdona la vida. En esto se le acerca un anciano a Ana Félix, era Ricote el padre de ella y vecino de Sancho "el pobrete o pobrote", que venía de recuperar el tesoro enterrrado, por lo que ofreció dos mil ducados al que rescatase a su yerno de las garras y apetitos del turco. (Seguro que Cervantes le daría vueltas a la cabeza antes de declararnos estas inclinaciones del turco, ya que él estuvo unos años secuestrado en berbería. Lo que no sabemos es si, en sus timepos mozos, fue un adonis como el amigo Gaspar Gregorio).

Asun dijo...

Esto es lo que se llama desmenuzar el capítulo con todo lujo de detalles. Qué decir que no te hayan dicho ya los comentaristas anteriores, me ha encantado la explicación de este capítulo.

Besos

Abejita de la Vega dijo...

Queda pendiente darle voz al bello arráez, qué palabra. Estoy en ello...
Un abrazo

Abejita de la Vega dijo...

Saludo a vuestra merced:

Tengo noticias de que vuestra merced, mujer amanuense, ya ha leído el capítulo 63 de la “Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha”, famoso libro, del cual soy personaje secundario , como el galeote que me ha precedido. Pero yo tengo voz, mucha voz y les cuento mis desdichas.

Soy el bello arráez del bergantín corsario, apresado por la galera capitana, a pocas millas de la marina barcelonesa, donde me desembarcaron. Con las manos atadas y el cordel a la garganta, a punto de ser ahorcado, declaro mi condición de mujer y cristiana, ante el virrey y el general.

Mi nombre cristiano es Ana Félix, aunque nací de padres moriscos y, como tal, llovió sobre mí aquel injusto decreto de expulsión, el de 1609. No me aprovechó decir que era cristiana, como lo soy de verdad. Ni con los ejecutores de nuestro triste destierro, ni con mis tíos, los cuales me llevaron a la fuerza a Berbería. Unos y otros lo consideraron como una argucia para quedarme en mi amada tierra natal.

Yo había sido educada en la fe y en las costumbres católicas, por mis padres, ambos buenos cristianos. Que no haya dudas acerca de la religión de mi padre, Ricote, aunque él diga que no lo es tanto como mi madre, Francisca Ricota.

Crecí, recatada y encerrada, y creció mi hermosura, de la cual se enamoró un caballero, llamado don Gaspar Gregorio, mayorazgo y vecino nuestro. Su enamoramiento llegó hasta el extremo de acompañarme en mi destierro, mezclado con los de mi nación. Le fue fácil porque sabía bien la lengua y, en el viaje, trabó amistad con mis dos tíos.

Mi padre, no iba con nosotros. Prudente y prevenido, en cuanto oyó el primer bando, abandonó nuestro lugar y se fue a reinos extraños, buscando donde nos acogiesen. Antes de partir, enterró un tesoro en un lugar que yo sólo conozco. Perlas, piedras y monedas dejó allí y yo no debía tocarlo. Así lo hice.

Como tengo dicho, pasamos a Berbería y nos asentamos en el infierno de Argel. Allí, el rey tuvo noticia de mi hermosura. Me llamó y preferí que le cegase la codicia y no mi belleza. Le hablé de las joyas y dineros que mi padre dejó enterrados y de la facilidad con que yo los podría recuperar si volvía.

Abejita de la Vega dijo...

También tuvo noticia el rey de que me acompañaba un mancebo, cuya belleza dejaba atrás a todos: mi Gaspar Gregorio. Me di cuenta el peligro que corría el pobre, dado que los turcos en más tienen a un guapo chaval que a la mujer más estupenda. Y era evidente la debilidad real…Así que yo, al quite, le dije que de varón…nada de nada. ¡Tan mujer como yo! ¡Y se lo tragó, sin más!

Yo cogí a mi chico, le puse unos trapitos y, vestido de morita, lo llevé ante el rey. Decidió mandarlo a casa de unas moras principales, de las muy serias, que…menudo peligro si lo envía al serrallo. Nos apartamos con dolor, como dos que bien se quieren, pero paciencia que he de ir a España, en busca del tesoro. Lo primero es lo primero. No te me pierdas, amor mío.

El rey decidió que yo volviera a España en un bergantín, con los dos turcos que mataron a los soldados. Me acompañó también un renegado español, buenísima persona y cristiano encubierto. La marinería era chusma turca y mora, para darle al remo, casi nada.

Los dos turcos fueron a su bola y no obedecieron la orden de dejarnos, a mí y al buen renegado, en la primera tierra española que topásemos, vestidos de cristianos, claro. Prefirieron barrer la costa y hacer alguna presa, que no confiaban en nosotros, podríamos descubrirles.

Y a sabe vuestra merced, por el famoso libro y por el galeote, lo que nos pasó con las galeras. Junto a la entena, temí perder la vida y rogué me dejasen morir como cristiana, que yo no tenía culpa alguna de la culpa de mi nación.

Callé y lloré, muchos lloraban. El virrey, tan tierno, me quitó con sus manos el cordel que ataba las mías.

Mientras contaba yo esto, me miraba y me miraba un anciano peregrino. Al final, se arrojó a mis pies, los abrazó. Le costaba hablar, sollozaba, suspiraba. De pronto me reconoce, soy Ana Félix, su hija. Él es mi padre, Ricote… ¡Padreeeeee! ¡Hijaaaaaaa!

(Sigue)

Abejita de la Vega dijo...

¿Anagnórisis? ¿Qué dice vuestra merced? ¿De quién ha aprendido eso la mujer amanuense del extraño ingenio luminoso?

Todo se reveló y se hizo claro. Estaba allí nuestro vecino Sancho Panza.¿Qué hacía fuera de nuestra aldea? Abrió los ojos, alzó la cabeza, nos miró, nos conoció. ¡ Sus vecinos, Ricote e hija! Abracé a mi padre, mezclamos nuestras lágrimas.

Mi padre se dirigió a los del mando y me presentó como Ana Félix, con el sobrenombre de Ricote, desdichada a pesar de llamarme feliz y rica. Les contó que anduvo por Alemania y volvió en hábito de peregrino, a buscarme y a desenterrar sus riquezas escondidas. No me encontró, aunque halló el tesoro, que trae con él. Y acababa de encontrar el tesoro más enriquecedor: su hija. Y suplicó misericordia, que nuestra culpa era poca y las lágrimas muchas. Y añade que nosotros no convenimos con la intención de los nuestros, justamente desterrados.

Nuestro vecino Sancho manifestó que mi padre decía verdad en lo de ser mi padre. De la intención, no sabe nada.
El general me concedió la vida y mandó ahorcar a los dos turcos. El virrey le pidió encarecidamente que igualmente los perdonase y así lo hizo el general.

También se ocuparon de mi Gaspar Gregorio, allá solito, en Berbería. Mi padre ofreció perlas y joyas. El renegado se ofreció a ir a por él, en un barco con remeros cristianos. Mi padre pagaría su rescate, si fueran capturados. Todo tiene arreglo, con dineros y buena voluntad.

Mi padre y yo nos vamos con don Antonio Moreno. El virrey les encarga que nos regale y acaricie. ¿Qué le pasa a este virrey? Dicen que fue mi hermosura le inspiró benevolencia y caridad. No sé, no sé.

Saludo a vuestra merced.

Un abrazo para todos de María Ángeles Merino

Señor De la Vega dijo...

Me gusta fijarme en las cosas sin importancia, porque es una buena forma de observarme en el espejo.

Y en este capítulo, me fijé en unas cuantas, una de ellas es el uso de la palabra ‘chusma’, hoy sus acepciones son bien conocidas, en España y en América, “gente soez, muchedumbre de gente vulgar, persona chismosa y entrometida, persona de modales groseros y comportamiento vulgar...”, pero en los siglos XVI y XVII, la palabra aunque por analogía tendría un componente peyorativo, todavía era usada principalmente para hacer referencia al “Conjunto de los galeotes que servían en las galeras reales.”, pues de su etimología remera surge la palabra, (Del genovés ant. ciüsma, y este del gr. κέλευσμα, canto acompasado del remero jefe para dirigir el movimiento de los remos), y así es usada por el narrador siete veces, y una más por la morisca Ana Félix, donde comprobamos como en poco ‘chusma’ acabará siendo entendida de otro modo, aunque su descriptiva fuese al menospreciarlos el librarles de la horca.

También se refiere a la ‘chusma’ de la galera, Sancho y Don Quijote.

Sancho lo hace para conmiserarse con ellos, por pura empatía. Es notable este hecho, porque no es el Sancho que fuese, preocupado solo por su suerte y el dinero, egoísta y mal hablado, mucho más considerando que acababa de ser la propia 'chusma' que le había llevado en volandas por la galera, hasta hacerle perder la vista.

Más insignificante, pero para mí demostrativo, es el trato de ‘estos señores’ que les ofrece Don Quijote, por múltiples motivos; porque bien podía haber usado 'galeotes' o ‘chusma’ algo natural en el vocabulario de soldado del mismo Cervantes, no hubiese sido para la época despreciativo, pero no lo hace, y al no hacerlo sugiere:

Uno, que Don Quijote ni siquiera asume lo que son por la pena que pagan, sino lo que fueron antes de serlo, y así anima a Sancho a tomar el remo y recibir los latigazos, porque los motivos de muchos por estar allí podían ser igualmente nobles a los que él le propone.

Dos, que su lenguaje caballeresco no se deja llevar, por el entorno, aunque se encuentre en la marina, y el sigue siendo caballero con sus usos, del cual a cada instante aprendo, llamando a cada cual por su nombre pero a todos 'Señores'.

Tres, que podía haber obviado Cervantes a la ‘chusma’ en este pasaje, dejándoles en simple paisaje narrativo, y en su lugar nos hace tomar el remo, para vivir por unos párrafos su destino y su cotidiana vida, en lo divertido, en el purgatorio del remo, y en el infierno de la batalla donde serían menos que nada durante la lucha y una vez la nave apresada. De ahí que pasasen a ser de un canto de remeros a solamente chusma, que es como decir: 'cosas sin importancia'.
Pero de nuevo nos sorprende, porque los convierte en protagonistas y vemos a unos Señores a los remos.

Suyo, Z+-----

Señor De la Vega dijo...

Revisando las referencias y links que nos deja nuestro compañero y comentarista ‘Firvulag’ desde ‘La tierra multicolor’, he encontrado entre los podcasts de Radio 5 con la voz irónica y única de Nieves Concostrina, uno que hace referencia a los ‘Galeotes’ es decir a la ‘Chusma', aunque ella así no los mencione; y pienso que merece la pena escucharlo justo en este capítulo.

Aleccionadores y entretenidos, todos los podcasts, como ‘aquél que nos habla de las putas’, pero que para Don Quijote, si Señores fue el trato dado a los remeros, las meretrices fueron como mínimo sus Damas.
Es de notar que solo ascendía de grado y nunca degradaba, admirable y ejemplar práctica la suya.
(O pensándolo mejor, con ello degradaba a los que de verdad pretendían ostentarlo)
Z+-----