jueves, 11 de marzo de 2010

Un caballo de madera para rapar a unas dueñas (2.40)


Todo es chusco en este capítulo: desde su título, que no dice nada pero no engaña, parodiando la costumbre de títulos extremados, como ya había pasado con algún otro anterior.

La intención fundamental del capítulo es presentar la montura que Malambruno ofrece a don Quijote para combatir con él en las tierras de Candaya. Dado que la distancia es larga, nada mejor que recorrerla sobre Clavileño, un caballo de madera volador que se maneja con una clavija y augura un viaje cómodo y breve. No es algo nuevo: ya fue mencionado en una conversación sobre la literatura caballeresca al final de la Primera parte entre don Quijote y el canónigo; también se había aludido ya a los caballeros que recorrían largas distancias por el aire.

Pero las referencias caballerescas con las que se juega en el texto cervantino quedan completamente degradadas al introducirlas en la vulgar historia del embarazo de Antonomasia y las dueñas barbadas. Más grotesca no puede ser la broma de los Duques, por muy elaborada que sea su escenificación: muy apropiada para el gusto barroco de la época, al que tanto le gustaba el contraste feísta. La reutilización del material caballeresco por parte de los Duques (recordemos que son tan buenos lectores, especialmente la Duquesa, como el hidalgo, pero con diferente perspectiva lectora) tiene otro fin muy distinto que el que venía haciendo don Quijote. Para éste, era la realidad la que debía proyectarse hacia el idealismo de las caballerías; para aquellos, el mundo caballeresco se rebaja hasta las formas más toscas. El hidalgo leía para soñar cambiar el mundo; los Duques para entretener el ocio.

Todo en el capítulo continúa con la forma de entender la vulgarización de la historia de amores de Antonomasia y Clavijo. De ahí, por ejemplo, la referencia humorística a las formas de depilarse: lo caro de los barberos en estos casos, los parches pegajosos y las mujeres especializadas en quitar el vello que tanto recuerdan a la Celestina y cuya entrada, por lo tanto, no era bien vista en casas decentes (este escrúpulo de las dueñas contrasta con las facilidades dadas al caballero Clavijo para visitar a la infanta).

La misma intención tiene que Sancho se haga cargo del diálogo con las dueñas (puesto que don Quijote se limita a aceptar el reto y dar por zanjadas las dudas de su escudero) comentando el caso, pidiendo explicaciones, volviendo a sus ataques a las mujeres que prestan estos oficios y negándose a cabalgar a Clavileño en compañía de su señor y ocupando el lugar reservado para las mujeres sobre el caballo.

Y con la misma idea chusca se menciona a Cide Hamete al inicio del capítulo. Por una parte, con la alabanza exagerada (que es una forma de negar lo que se afirma) se critica la excesiva tendencia al detallismo de los narradores de las novelas caballerescas y similares; por otra, dado que la alabanza procede de otro de los narradores de la obra y se hace sobre alguien cuya autoridad ya se ha cuestionado por infiel y contrario a la religión católica y que todavía no nos ha dado los detalles verdaderos del nuevo engaño de los Duques, todo se convierte en un divertido juego de destrucción de la figura del narrador tradicional y omnisciente.

Veremos qué pasa con Clavileño el próximo jueves, en el comentario del capítulo XLI que, según su título, promete terminar con esta aventura.

23 comentarios:

PABLO JESUS GAMEZ RODRIGUEZ dijo...

Ya dije en capítulos anteriores que Cervantes parece recrearse narrando las aventuras y desventuras de nuestros protagonistas en esta segunda parte. Parecen confirmármelo estas palabras suyas: “¡Oh don Quijote dichoso! ¡Oh Dulcinea famosa! ¡Oh Sancho Panza gracioso! Todos juntos y cada uno de por sí viváis siglos infinitos, para gusto y general pasatiempo de los vivientes…” porque ya sabemos que en esta segunda parte el novelista siente hacia sus personajes un cariño mucho más profundo y sincero que el que sentía por ellos en la primera parte. Con mucha diferencia.

Sancho se muestra muy asombrado con la malas obras de Malambruno para con las dueñas, ¡mira que barbarlas a todas…! Lo que pasa es que me parece muy irónico esto de las barbas, siempre que en el Quijote se ha hablado de barbas o de pelar las barbas ha sido con ironía, en situaciones jocosas y/o cuasi jocosas, con lo cual el colmo de los colmos es que D. Quijote y Sancho tengan que montarse en un caballo de madera para ir lejos a pelearse con Malambruno, y exponerse a muchos peligros, para remediar a unas cuentas dueñas, con el “cariño” que Sancho les tiene a las dueñas y a la madre que las parió a todas ellas.

Insisto en que estos duques tan estúpidos han montado mucho mejor el guion de este teatrillo cómico-burlesco en esta ocasión que en las burlas anteriores. Todo tenía que ser muy creíble, tiene que morder el anzuelo como sea, de modo que hábilmente recurren a un caballo de madera: Clavileño el Alígero, del cual D. Quijote ya hablaba en el capitulo 49 de la primera parte, y cree que existió ese caballo, famoso por haber sido montado por aquel no menos famoso Pierres, amigo de Merlin. Además, como los duques habían leído la primera parte, no tendría nada de particular que, meditando y diseñando el guion de la burla, echasen mano de este caballo.

Sancho tan pusilánime como siempre. Que yo no me monto yo en ese chisme, y punto. Incluso, muy hábilmente por su parte, insinúa que está dispuesto a azotarse antes de montarse en el caballo: persigue con esto que D. Quijote lo oiga y lo apoye, claro, para D. Quijote se entiende que lo primordial es el desencanto de su bella dama antes que la “dermatitis” de las dueñas.

Como la tentativa no le sale bien, desfoga su odio hacia las dueñas: para salvar a dueñas no, le importa un bledo si todas están barbadas. Pero no cuenta Sancho con este actor: el Trifaldi hace tan bien su papel que mueve el corazón de Sancho, que se enternece y está dispuesto a llegar a donde sea para ayudar a estas menesterosas mujeres: ¡aunque se trate de dueñas!

pancho dijo...

DON QUIJOTE DE LA MANCHA. CAPÍTULO 2.40

Sin preámbulo de ninguna clase, nos topamos con una declaración de intenciones del segundo narrador que nos reafirma, a los lectores, en la importancia de la lectura de los clásicos, párrafo cuya lectura te hace poner en tela de juicio la validez de otras lecturas, sobre todo a los que ya no nos queda mucho tiempo que perder en banalidades de escaparate y booms literarios de escaso aporte. Texto que te entrega generosamente las llaves que permiten acceder al secreto y a la íntima satisfacción que proporciona la lectura. Como si Cervantes hubiera detenido el tiempo en el elogio a Cide Hamete, narrador original, por su estilo, por lo detallado de sus escritos y una apuesta decidida por el tipo de novela que a él le gusta junto a una nivelación de los distintos planos narrativos de la novela. Asimismo, es observable en el capítulo la continuación del protagonismo de S y la dedicación casi exclusiva del relato al desencantamiento de las dueñas barbudas, olvidándose de la mona y del cocodrilo desprovistos de movilidad, que permanecen en su ser de solidificación permanente.

S, que ve a la dueña Dolorida desmayada, le echa en cara a Malambruno la severidad de su castigo. Piensa que con haberles seccionado “la mitad de las narices de medio arriba, aunque hablaran gangoso” habría sido suficiente.

Una de las trece dueñas afectadas apoya la propuesta de S escudándose en la excusa de que no tienen capital suficiente para que una esteticienne volante, especialista en desbarbar, pueda ir por las casas a cumplir con su cometido. Ellas se han aplicado al autorrapado. De esta forma evitan que “radio macuto” propague la vergüenza, la noticia.

pancho dijo...

DQ promete pelarse sus barbas en tierra de moros si su brazo no es capaz de desencantarlas. Apenas oye la desmayada el compromiso del Caballero que vuelve en sí de su vahído. Apremiada por DQ, cuenta que Malambruno en persona pondrá a su disposición el mismo caballo de madera compuesto por Merlín “que ni come, ni duerme ni gasta herraduras”. Dotado de un caminar tan suave que se “puede llevar una taza llena de agua en la mano sin que se le derrame gota”. Ni que decir tiene que esto a S le parece tontería, ningún caballo puede entrar en competencia con su rucio que destaca por su paso lento, reposado y llano, sin necesidad de volar. S, como buen escudero que se considera, se interesa por las características técnicas de este ingenio volador: ¿Cuántos caben a su grupa?, ¿Cuál es su nombre? ¿Cómo se pilota el artilugio? A todo ello da más que cumplida respuesta la Dolorida Condesa. Le informa que caben dos – caballero y escudero – S se queja de la incomodidad de un asiento de madera para un trasero de gobernador de ínsula: “yo no me pienso moler por quitar las barbas a nadie: cada cual se rape como más le viniere a cuento”

En efecto, S pone pegas al viaje. Tiene esperanzas de quedarse a seguir con la penitencia de los azotes para desencantar a Dulcinea. S objeta que si son los caballeros los que se llevan la fama, a ellos mismos les corresponde acometer las aventuras. No le parece razonable que los historiadores digan: «Don Paralipomenón de las Tres Estrellas acabó la aventura de los seis vestiglos» y querer verse acompañados de los escuderos. Pone como excusa los azotes, pero bien sabemos ya los lectores que lo que de ninguna manera desea es retraso en el asunto de la ínsula.

En resumen, se trata de un capítulo que corre en paralelo a las reticencias de S a acompañar a su amo, con la exposición de dos razonamientos bien trazados: le importan un comino el asunto de las barbas de las dueñas y el poco mérito que se le concede a los escuderos en las hazañas de sus amos. A S no le queda más remedio que aceptar la marcha debido a la insistencia de su señora duquesa y a la intervención de DQ que se muestra tajante al afirmar que S hará lo que se le ordene.

Un postrero lamento de la Trifaldi hace llorar a todos y a S aceptar la decisión última de su amo para así librarlas del maleficio barbado de Malambruno, sin mencionar para nada el otro motivo de la llegada del gigante: desencantar la infanta y Don Clavijo.

Abejita de la Vega dijo...

Antes de que se presente, por aquí, el mayordomo de los duques, voy a comentar las primeras líneas de este capítulo XL, que no es tan largo como su cardinal romano, asociado a camisetas y demás prendas, nos sugiere. Nos habla una voz omnisciente que proclama lo agradecidos que debemos estar a Cide Hamete, tan curioso él que no olvida las semínimas de la historia. Semínimas, palabra del mundo de la música. Semínima, negra, cuarta parte de la redonda, clase de solfeo…Cervantes conoce el lenguaje musical.

Y, antes de que le critiquen su prolijidad de detalles, en el inacabable y emotivo discurso de la Trifaldi, el autor, se cura en salud, con su propio panegírico. Pensamientos, dudas, imaginaciones, preguntas, dudas, argumentos, deseos, átomos incluso…no falta nada. Pronuncia cuatro “vivas “laudatorios: al autor, a Don Quijote, a Dulcinea y a Sancho. Y remata con una premonición: “Todos juntos y cada uno de por sí viváis siglos infinitos, para gusto y general pasatiempo de los vivientes.” Así es y así sea, dure su fama, al menos, cuatrocientos años.

Me callo, que el mayordomo travestido ya asoma por la pantalla de mi ordenador.

Saludo a vuestra merced y sigo con mi historia. Estoy desmayado, pero con los oídos listos. Sancho asegura no haber conocido aventura como ésta. Lo jura como Panza y como hombre de bien. Impreca a Malambruno por el castigo de las barbas nacidas, en lugar de algo más benévolo…como la ablación, a cada una, de media nariz. Sólo a un asno, como Sancho, se le puede ocurrir tan salvaje alternativa. Basa su disparatado razonamiento en que las dueñas no pueden pagar al barbero. Y mejor gangosas que arruinadas…qué burro.

Le contesta una de las barbudas. Así es, no poseemos dineros para mondarnos, los barberos son caros, mas una de nosotras conoce la receta de un remedio barato. Consiste en unos parches pegajosos y calientes, los cuales se aplican en el rostro, nos armamos de valor y tiramos de golpe. ¡Raaaaas! ¡Ayyyyyyyy! Quedamos bien mondadas, con la cara enrojecida e irritada, eso sí.

El doloroso remedio suple, con ventaja, a los servicios de esas mujerucas, hijas de la madre Celestina, que van por las casas quitando vello y puliendo cejas. Antes nos lleven a la sepultura más barbadas que Merlín…no queremos saber nada de las “terceras” que, tal vez, fueron “primas”, en su tierna edad, cuando reinaba el emperador Carolo.

Oigo a don Quijote, en mitad de mi vahído. El caballero andante se dejaría rapar las barbas en tierra de moros, donde no hay imberbes, si no pone remedio a nuestras pilosidades.

Vuelvo del fingido desmayo y suplico al “andante ínclito y señor indomable”. Hay que ver cómo hablo, mis palabras salen de mi boca como recién salidas de esos libros que devoro, en la biblioteca de mi señor, el duque. A lo que iba, suplicole que haga realidad su “graciosa promesa”. Don Quijote está dispuesto a ayudarme, me pregunta lo que ha de hacer y, con muy breves y concisas palabras, se lo expongo.
(Continúa)

Abejita de la Vega dijo...

Comienzo hablando de distancias. De aquí a Candaya, hay cinco mil leguas, por tierra, más o menos. Por aire se quedan en tres mil doscientas veintisiete, en línea recta. Malambruno me anunció que, una vez localizado don Quijote, él enviaría un caballo mejor que los de alquiler. Nada menos que un caballo de madera, compuesto por Merlín, sabio y carpintero; el cual se lo prestó a Pierres, para viajar hasta aquel lejano lugar, donde pudo robar a la linda Magalona. La levantó por los aires, la puso en las ancas y dejó a todos con la boca abierta. Me gustó aquella historia…

El barbudo Merlín lo prestaba a quien él quiere o, mucho mejor, al que suelta buenos maravedíes. Malambruno ni pide, ni paga…Lo roba y le sirve para sus viajes. El leñoso equino es veloz como el viento, en un día te lleva de Francia a Potosí, sin gastar un ochavo. Ni pienso, ni caballeriza, ni herrero. Y no vuela sino que camina llano y reposado, pisando las nubes. El viajero puede llevar una taza de agua, sin derramar una gota. Cómo se regocijaba la linda Magalona, sin bajarse del caballo…

Sancho compara a su rucio con el prodigio volador y todos se ríen. La risa de la duquesa contagia a todo su séquito.

Prosigo y anuncio que Malambruno se presentará media hora después de ponerse el sol. El gigante me anunció que, una vez hallado el caballero, la señal consistiría en enviarme presto al caballo.

Don Quijote quiere saber cuántas personas pueden ir en el mágico jumento y yo le aclaro que dos. Caballero y escudero o, algo más habitual, caballero con robada doncella.

Sancho se interesa por el nombre. Rompería su estilo habitual si nos contestara cómo se llama. Ha de especificarnos cómo no se llama, dirá vuestra merced que hasta el día del Juicio. No es para tanto, son nueve en total, desde Pegaso a Orelia. Y nueve sus amos: desde Belarofonte al rey godo de las culebras.

El escudero, socarrón, añade que en esa lista ilustre no está el que “excede a todos “los equinos citados. Falta el gran Rocinante, tampoco se llamará Rocinante…

Y, por fin, respondo, responde que tiene un nombre que le cuadra mucho: Clavileño el Alígero. Leño de leña, clavi de clavija, la que tiene en la frente. Y ligero. Todo cuadra.

Sancho desea saber cómo se maneja tan singular montura. Le explico que se gobierna con una clavija, moviéndola a uno y otro lado, por el mar o por la tierra.

(Continúa)

Abejita de la Vega dijo...

Corrijo:
El barbudo Merlín lo presta a quien él quiere o, mucho mejor, al que suelta buenos maravedíes.

Unknown dijo...

Menos mal que tus escritos y sus comentaristas me ayudan a compensar mi ignorancia al haberme incorporado tarde,pero también noto la pérdida del punto de vista analítico y comparativo como maestra de literatura que fuí,los once años de jubilación y las enfermedades dejan huella,me siento a mil años luz de vuestra preparación,pero me ayudais mucho a retomar el contacto con una profesión que amé profundamente,aún sueño que doy clases,que empezamos la clase con la lectura de fragmentos de algún libro para "entrar en calor" así conocieron mis alumnos de 3º y 4º El principito,con los de la Segunda Etapa de E.G.B. combinábamos las tres asignaturas:Literatura,Historia y Geografía e,incluso,a veces la Plástica y la Revista de la escuela.¡Buenos tiempos aquellos!.
Es que has hecho un comentario del capítulo tan completo que me he dado cuenta de mis limitaciones.Gracias por estar ahí.Abrazos

Por cierto,ya recibí los libros de
Esperanza Ortega (Las cosas como eran,Hilo solo)

Manuel de la Rosa -tuccitano- dijo...

Si..a mi también me pareció bastante vulgar, desde luego si existe un paralelismo entre la primera parte y la segunda... y entre los sucesos de la venta y los sucesos del Castillo de los duques...me quedo con los de la primera, por su carácter más humorístico y sano...buen fin de semana

Merche Pallarés dijo...

¿En el próximo capítulo se acaba? ¡¡A DEO GRATIAS!! No quiero volver a ver/leer a estos duques ni en pintura... ¡Qué pesados!
Me gusta mucho la foto. Besotes, M.

P.D. Acabo de oir por la radio que el gran Delibes está muy grave. ¡Otro genio que se nos va!

Paco Cuesta dijo...

La lectura de la primera parte proporcionó a los duques una posición ventajosa para manejar a los protagonistas a su antojo.

marga dijo...

CERVANTES ¿UN VISIONARIO?
- El capítulo se inicia con el empeño de Cervantes de recordarnos que todo esto es una farsa.
- LOS ANTECEDENTES DE LA AUTODEPILACIÓN A LA CERA FRIA:se puede comprobar que las pobres españolas ya sufrian en sus carnes esa cruz.
- LOS ANTECEDENTES DE LA AVIACIÓN COMERCIAL: Ese maravilloso caballo al que sólo le falta la azafata.
- LOS ANTECEDENTES DE LAS EXCURSIONES ORGANIZADAS POR AGENCIA: Pasar de Francia al Potosí, sin tregua para comprender nada.
- EL ANTECEDENTE DEL SEMPITERNO "GUAY" aunque en esta época parece ser más bien un lamento.

Alatriste dijo...

Marga, a mí también me llamó la atención el asunto de la depilación, incluso con las cejas, no me imaginaba que por aquel entonces ya se hacían éstas, desde luego todo un aporte antropológico.

Y con respecto a Sancho coincido con Cornelius, me hizo gracia ese intento de escabullirse apelando a su compromiso con el desencantamiento de Dulcinea, pero claro, al final llego la Trifaldi y apelando a sus desdichas de mujer, lo acabó liando para meterse en la aventura, menuda zalamera.

Merche no sabía lo de Delibes. Ha fallecido hoy a las siete, menuda lástima, desde luego uno de los grandes de nuestra literatura contemporánea. Siempre pervivirá por sus libros.

Asun dijo...

Dice que Cide Hamete pinta los pensamientos, descubre las imaginaciones, responde a las tácitas, aclara las dudas, resuelve los argumentos… ¿Este Cide Hamete, no serás tu querido Pedro que algún encantador te ha transformado y te ha traído al S.XXI?
No sé, esta descripción podría corresponder perfectamente.

Ya veo que la depilación a la cera ya existía en esta época. Si es que a las mujeres nos lleva tocando el papel de sufridoras desde tiempos inmemoriales…
Ahora entiendo. La dueña se llama la Dolorida porque del tirón que le van a dar para quedar rasa y lisa como fondo de mortero de piedra va a adoptar su nombre.

Sancho hace muchas preguntas, parece como si sospechara algo. Además su animadversión hacia las dueñas hace que no piense ni por asomo acompañar a su amo castigando sus posaderas en un caballo de madera y sin cojín.

Peeeero… está visto que las dueñas saben que Sancho tiene un corazón muy blando y dándole pena hacen que éste eche el lagrimón y finalmente acceda a acompañar a su señor si con esto puede contribuir a que las barbas desaparezcan.

Myriam dijo...

Primero, me gustó tu chusquísima clase, porque creo que es la primera vez que oigo la palabra: "Chusco". Incrementar mi vocabulario me chusquea especialmente, porque me recuerda la gran riqueza de nuestra lengua.

Dicho ésto paso chuscamente a comentar lo que más me gustó del capítulo: defenitivamente la negativa de Sancho a molerse "por quitar las barbas a nadie". Y que como si fuera nada _o moco de pavo_ prefiere darse unos cuantos azotes.

Sancho sabe muy bien como le quedarían las nalgas depués de tan largo viaje y no tiene ganas de quedar paspado. No lo veo pusilánime como dice Cornelivs, sino muy seguro de sí mismo y de lo que quiere y además con muchísimo humor.

También me gusta como DQ, sin alterarse un ápice por lo que dice su escudero, le responde a la Sra Rodriguez " que Sancho hará lo que yo le mandare", porque DQ sabe muy bien, que su Sancho por más que proteste, no lo abandonará.

Los personajes de Cervantes han madurado, han crecido, y eso se nota.

Myriam dijo...

ahhh y me olvidaba, que pases un chusquísimo sábado y saludos a todos los miembros del grupo y demás visitantes.

Abejita de la Vega dijo...

Al destripaterrones le pica la curiosidad, le gustaría ver a Clavileño; pero le tiemblan las carnes sólo de pensar en subirse a un veloz leño volador. Reconoce que apenas puede subir sobre su rucio, aún con esa albarda tan mullida. No sé si el impedimento es la gordura o su vieja osamenta. De molerse, ni hablar; aunque las dueñas usen las barbas como mantón. Con la navaja del barbero o con los ungüentos pegajosos, pueden elegir.

Y ni hablar de recorrer, con su señor, las tres mil doscientas veintisiete leguas. Pase por lo del desencanto de Dulcinea, pero ni hablar de barbas ni de viajecitos a tierras incógnitas.

Le suplico, le necesitamos para el rapamiento, no hacemos nada sin su presencia.
¡Aquí del rey! Dice Sancho, como si pidiera socorro. Y, maguer tonto, se da cuenta de un detalle. La fama se la llevan los señores, nunca se escribe que el tal caballero acabó la aventura, con la imprescindible ayuda de su escudero. Me pone un ejemplo: «Don Paralipomenón de las Tres Estrellas acabó la aventura de los seis vestiglos». No le creía capaz de pronunciar tales vocablos, todo de un tirón, a este labriego analfabeto. Algo se le ha debido pegar de su andante y leído amo.

Pretende quedarse amparado en las faldas de mi señora la duquesa. Sí, por supuesto, mirándola embobado ¿verdad, bellaco? Y se dará unos azotes tales que no volverá a crecer pelo en la zona dolorida. Que no, majadero, que no me chupo el dedo. Ya nos informaste de lo tiernas que eran tus rústicas carnes, unas palmaditas de mosqueo en tu no pequeño trasero y que Dulcinea lleve la cuenta hasta la senectud.

Le insisto, ha de acompañar a su amo, que no nos quedemos barbadas por culpa de sus temores. Y, otra vez, con lo del rey.

Que, si fuéramos recogidas doncellas o huérfanitas, nos hiciera la caridad, pero las dueñas no merecemos amparo. Desde la mayor hasta la menor, todas con barbas y, a este escudero con ínfulas de gobernador, le importa una higa.

Gracias sean dadas a los cielos, que interviene mi señora, la duquesa, para defenderlas, para defendernos. Le señala su sinrazón, que en esta casa hay dueñas tan ejemplares como la doña Rodríguez. Esa que Sancho pretendió convertir en moza de cuadra, en exclusiva para su sucio rucio.

Doña Rodríguez asiente a las palabras de la excelentísima y nos recuerda la sabiduría divina. Buenas o malas, barbadas o lampiñas, todas son hijas de la madre que las parió y, si Dios las puso en este mundo, Él sabrá para qué.

Don Quijote toma su papel de indómito caballero andante y nos asegura que Sancho hará lo que él le mandare, a callar escudero. Venga Clavileño, venga Malambruno; que la quijotesca espada hará las veces de navaja barbera, con ella rapará la cabeza de Malambruno y las pilosidades desaparecerán. ¡Este es mi don Quijote! ¡El del famoso libro!

Lanzo un ¡ay! y me dirijo al valeroso para desear que las estrellas le infundan valentía para amparar al gremio dueñesco, tan mal tratado por boticarios, escuderos, pajes y …por nuestras señoras que nos tratan con un humillante “vos”, a pesar de nuestro rancio linaje . ¡Cuánto mejor meterse a monja!

Pido, a voces, al gigante Malambruno que nos envíe ya a Clavileño, para que se acabe nuestra desdicha. Que si el calor nos pilla con estas barbas…

Lloro yo y lloran todos. He hablado con tanto sentimiento que arraso los ojos de Sancho y su duro corazón. Acompañará a su señor hasta las últimas partes del mundo para esquilarnos los venerables, ay venerables, rostros.


Este comentario se ha retrasado un poco porque ayer estuve ocupada en el homenaje a otro gran Miguel, nuestro Miguel Delibes, recientemente fallecido. ¿Os imagináis juntos a los dos?

Un abrazo de María Ángeles Merino

Antonio Aguilera dijo...

CAPs (2) 39 Y 40

Siguiendo el hilo del cap. anterior, donde la Infanta Antonomasia quedó embarazadísima del cantarín y fabricajaulas Sr de Clavileño, ahora vemos cómo el Vicario, en vez de declarar a tan donjuenesco personaje, asaltacunas y pervertidor de menores, le concede el uso y disfrute del infantado de tan tierna criatura.

“De lo que recibió tanto enojo la reina doña Maguncia, madre de la infanta Antonomasia...” que le provocó un “suponsio” (y no “simposio”, que dijera Belén Esteban cuando vio a uno desmayarse) y la posterior muerte.
"Debió de morir, sin duda -dijo Sancho.
-¡Claro está! -respondió Trifaldín-, que en Candaya no se entierran las personas vivas, sino las muertas."

Sancho se refería a que no era tan grave el tal maridaje como para morirse del todo, que el chico tenía buen porte además de ser muy habilidoso.

Intervino don Quijote diciendo a la Condesa que continuara en su relato “que a mí se me trasluce que le falta por contar lo amargo lo hasta aquí dulce historia”.

“Tan amargo que en su comparación son dulces las tueras y sabrosas las adelfas”, añadió la dueña Trifaldi. (Puedo dar fe del amargor y nocividad de dichos vegetales, que si algún femenino caprino en estado de gravidez los come, al instante el animal quedaría desembarazado y a punto de descansar en su lecho de muerte).
Prosiguió La Dolorida: "apenas la cubrimos con la tierra y apenas le dimos el último vale, cuando,(...) puesto sobre un caballo de madera, pareció encima de la sepultura de la reina el gigante Malambruno, primo cormano de Maguncia, que junto con ser cruel era encantador, el cual con sus artes, en venganza de la muerte de su cormana, y por castigo del atrevimiento de don Clavijo, y por despecho de la demasía de Antonomasia, los dejó encantados sobre la mesma sepultura: a ella, convertida en una jimia de bronce, y a él, en un espantoso cocodrilo de un metal no conocido"

Malambruno puso como condición para desencantar a la joven pareja que fuera don Quijote a luchar con él en singular batalla; y que sólo la derrota que su brazo le infringiera haría posible el desencantamiento de los futuros padres.
No contento el susodicho Malambruno con el cambio de especie animalesca que produjo en ellos que, como ojeriza les tendría a las dueñas, cual buen escudero les tiene, pobló los rostros de éstas con espesas barbas de machorro y con diferentes tipos y colores de pelaje: “cuáles rubias, cuáles negras, cuáles blancas y cuales albarrazadas”. (Porque Malambruno no sólo era “encantador”, sino alegre e ingenioso, por ello lo de las barbas en multicolor).
Rostros barbados de dueñas, que no quedarán lampiñas, o al menos lanugas, hasta que el forzado brazo de don Quijote doblegue al de Malambruno.

SIGUE...

Antonio Aguilera dijo...

...LLEGA

CAP. (2) 40 (" os suplico, andante ínclito y señor indomable...”)

Se inicia este cap. con una invitación a reconocer el mérito al primer autor de esta novela, Cide Hamete, a quien hay que agradecer su perfecta creación, ya que no deja átomo sin tocar; y la de sus “graciosos” personajes: que vivan muchos años “para gusto y general pasatiempo de los vivientes”(no para la Maguncia que fue enterrada muerta, según la costumbre).

Cuando Sancho ve que La Dolorida se desmaya al final de su relato, prorrumpe en maldiciones contra Malambruno por haber tratado tan cruelmente a las dueñas, poblándoles el rostro de barbas. Y es que Sancho es todo un caballero, y, aunque no simpatiza con el dueñesco mundo, a fin de cuentas féminas son y el no tolera que se les infrinja injusticia ni castigo alguno (o algunos?) (luego ante su Teresa seguro que agacha la cabeza).
Una de las barbadas dijo a Sancho que usaban unos “pegotes o parches pegajosos” que, aplicados a sus caras y luego despegándolos, arrancaban algunas pelambreras con los consiguientes chillidos de las damas de marras. (He aquí las precursoras de la depilación a la cera).

Todo por no gastarse un duro o guardar la decencia, "puesto que hay en Candaya mujeres que andan de casa en casa a quitar el vello y a pulir las cejas y hacer otros menjurjes tocantes a mujeres" (o sea, las primeras esteticiennes que en el mundo han sido)
Volvió en sí la Dolorida y don Quijote le prometió librarlas de aquella borra machuna, preguntándole qué debía hacer.
La Trifaldi le informa que, dado que el reino de Candaya está a más de cinco mil leguas, deberán de tomar como medio de transporte un caballo volador de madera llamado Clavileño el Alígero, haciendo honor a su nombre, porque se conduce por medio de una clavija y, además, es ligero como el viento. “y es lo bueno que el tal caballo ni come, ni duerme ni gasta herraduras, y lleva un portante por los aires, sin tener alas, que el que lleva encima puede llevar una taza llena de agua en la mano sin que se le derrame gota"
Sancho alega que él prefiere ir en su Rucio aunque no vuele, pero por la tierra no hay quien “le moje la oreja”.
¿Y para cuantos pasajeros está autorizado el tal caballo volador? -preguntó Sancho.
-Para dos, uno en la silla y otro en las ancas, contestó la Trifaldi. (No estaba Sancho dispuesto a viajar en ese caballo, además expuesto a que le denunciaran por ir en lugar no autorizado:las ancas). Y añadio Sancho:"pero pensar que tengo de subir en él, ni en la silla ni en las ancas, es pedir peras al olmo. ¡Bueno es que apenas puedo tenerme en mi rucio, y sobre un albarda más blanda que la mesma seda, y querrían ahora que me tuviese en unas ancas de tabla, sin cojín ni almohada alguna!"

Finalmente, para solidificar sus argumentos, declaró Sancho: "qué tienen que ver los escuderos con las aventuras de sus señores? ¿Hanse de llevar ellos la fama de las que acaban, y hemos de llevar nosotros el trabajo?"

No se dio por vencida la Condesa Trifaldi, y apeló al sentido caballeresco y solidario de sancho, rogándole se compadeciese de ellas por el lastimoso estado en que se encontraban. Eran unas mujeres olvidadas del mundo, nadie las socorrería. Sancho, que es un chico tierno de espíritu, acabó aceptando acompañar a su amo en tan largo viaje, e ir al fin del mundo si fuese preciso.

Y esperando que llegue el caballo volador termina este cap., en el siguiente veremos cómo se desarrolla tan intrigante y estrafalario viaje.

Teresa dijo...

¿un sacacorchos?

matrioska_verde dijo...

Pues como iba un poco atrasada con los capítulos, esta tarde me he puesto y me he adelantado al próximo porque quería ver en que terminaba todo el embrollo... ¡como me he reído cuando estaban en Clavileño!... Cervantes fue un genio.

biquiños,

matrioska_verde dijo...

se me olvidaba: la foto que has puesto me encanta... y no es porque no salgas tú, no seas mal pensado... je je je... es que estéticamente me gusta el efecto de las gafas con las letras del libro... y ese color amarillo viejo.

biquiños,

matrioska_verde dijo...

y dile a Bip que no es un sacacorchos, ¿verdad?, creo que es un destornillador de estrella ¿estoy acertada?

biquiños,

Teresa dijo...

Pues yo creo que sí, que es un sacacorchos y un destornillador. En definitiva una navaja de Mac Gyver (jejejejeje)

Las "celestinas" depiladoras de bigotes me han recordado a las peluqueras caseras. De cuando entre vecinas se cogían los rulos las unas a las otras y servían esos momentos para traer y llevar chismes.

Me ofende la perversión con la que se trata la bondad de Quijote, porque estará como una jaula de grillos pero sólo quiere hacer el bien a los demás.