sábado, 20 de febrero de 2010

Recuerdos de una niña de provincia (Las cosas como eran, de Esperanza Ortega).


A veces todavía me sorprende lo poco que leen los encargados de la crítica literaria de los medios de comunicación (no todos, por suerte). Sobre Las cosas como eran de Esperanza Ortega (Menoscuarto, 2009), la crítica ha insitido en la mezcla de géneros: quizá no han salido de la solapa y las primeras líneas del libro.

Esperanza Ortega, una de las voces poéticas más asentadas de las últimas décadas, ha escrito un libro de recuerdos: estampas autobiográficas en las que no manda la exactitud de la fecha ni el orden cronológico de los acontecimientos. La materia narrada se ordena en torno a diferentes motivos: en este caso, espacios, objetos, sensaciones (La casa, La ropa, Los alimentos, Los libros, Olores y ruidos, Muñecos y muñecas, Los colegios, Las palabras, El cine, Lo invisible, Las escaleras). A partir de ellos, la autora recupera el tiempo de su infancia de niña de familia acomodada de una ciudad de provincias en la España de los años cincuenta y sesenta, Palencia.

El género autobiográfico de los recuerdos tiene en español un libro casi fundacional que apenas se lee porque en España el género no acaba de cuajar quién sabe bien por qué. Me refiero a los Recuerdos del tiempo viejo, de José Zorrilla: un texto que debería leerse más porque en él se halla toda una época a partir de la mirada de este escritor romántico, con una prosa tan certera y atractiva que uno echa de menos que Zorrilla no escribiera más en prosa.

Este tipo de libros, si se han escrito de forma sincera, tiene un doble interés: por un lado, ayuda a comprender el mundo personal en el que se forma la obra artística del autor; por otro, nos pone en pie un mundo ya perdido. Es el caso del libro de Esperanza Ortega. En él hallamos sus recuerdos de infancia trabajados desde la perspectiva del tiempo. El núcleo esencial, como no puede ser de otra manera, es la familia: la madre, el padre (muerto pronto pero siempre presente). Y la casa. Sorprende la ausencia de la calle y de los amigos que en ella se hacen: para la autora, la calle es sólo lugar de paso. A cambio, están retratados otros espacios: los colegios o los cines (el padre de la autora era el empresario de los cines de Palencia) y la escalera de la casa, en la que se recrea toda la vida de una casa de vecinos.

El amor por las sensaciones y las palabras (hay todo un admirable capítulo dedicado a las palabras y expresiones de la familia, algunos localismos tan hermosos como arambol) preside todo el libro: el lector percibe las emociones que despiertan los recuerdos, como si se acabaran de producir. No sé si Esperanza Ortega pretende continuar sus recuerdos a partir de los años setenta: sería de gran interés para reconstruir la vida cultural, social y política de Valladolid (a donde marchó a vivir en su juventud) en la Transición española a la democracia.

Rercordar la infancia es revivir un espacio y un tiempo del que procedemos, que nos nutre -para bien o para mal- y que está más cercano de lo que suponemos. Por eso, es certera la descripción de la sensación que se tiene cuando uno abandona la casa en la que vivió de niño y ya no puede volver a ella:

La casa la tiraron siete años después [de una operación de espalda que sufrió la autora a a los 15 años]. Los vecinos se desperdigaron y mi familia también, como si hubieran derribado un palomar y las palomas hubieran volado en todas direcciones. A mí me ocurrió algo curioso: después de que tiraran la casa, perdí el sentido de la orientación.

18 comentarios:

!! basurero !! dijo...

Este era uno de los camiones de la basura en mi Burgos de los 50.

En la C/Fernan Gonzalez me asomaba al balcón y veia el espectaculo...

Myriam dijo...

¡Qué interesante!
Comenzaré por leer el de José Zorrilla y luego el de Esperanza Ortega.

Arambol: ¡qué poético que suena!
"Me asomé al arambol de la ventana"
Lo de la orientación: ahora entiendo el porqué de mis despistes...

Besos

organillero dijo...

Tambien teniamos organillo

Y este Sr.hacia acompañar las notas con la percusión de de castañuelas golpeadas en la rueda del carro que transpotaba el instrumento.

Despues, pasaba el plato

María dijo...

Interesante tu post sobre este tipo de género literario y su autora.

Anónimo dijo...

Buenas noches, profesor Ojeda:

Si los recuerdos son verdaderos, se sentirá la emoción de la autora, y se compartirá al leer sus páginas.
El párrafo que ha escogido encierra mucha poesía en sus palabras.

Saludos. Gelu

P.D.: Estupendas como siempre las fotos de Villafranca que aporta Vivanco. Recuerdo que el organillero paraba en la Plaza de la Libertad, en la puerta del Polvorilla. Una alegría.
Y las prisas, cuando llegaba el basurero.

Unknown dijo...

En ocasiones cuesta enfrentarse a esos recuerdos,la infancia no es uno de mis tiempos favoritos aunque he acudido a ella cuando leo a Muñoz Molina,Juan José Millás y Almudena Grandes;las niñas,las mujeres en aquella época,y sobre todo en un pueblo pequeño y aislado,teníamos tantas dificultades,tantas cortapisas que aún me sacan de mis casillas,sigo viendo todavía a Salamanca como muy provinciana,muy diferente al ambiente que he vivido en Palma estos 33 años,ojalá esté equivocada,aunque las veces que he ido lo he seguido comprobando,es cierto que la tierra tira mucho,ayer pasé horas recorriendo las calles de mi pueblo por internet y vi la casa en la que nací.
Admiro tu manera de estar al día en cuanto a publicaciones, yo estoy subscrita a la revista QUÉ LEER y no hablan de estos escritores que tú nombras.Intentaré buscar este título por la Casa del Libro porque sí me apetece mucho leerlo.
Abrazos

El Ente dijo...

Habrá que leerlos profe...
Gracias por enseñarnos tantas cosas... y todas buenas.

UN ABRAZO

Merche Pallarés dijo...

Siempre nos descubres escritores desconocidos para la gran mayoría. Gracias. A mi siempre me han gustado las autobiografías y las biografías por lo tanto seguro que la leeré. Besotes biográficos, M.

Hernando dijo...

Si que es curioso que el género autobiográfico, no acabe de encajar en este país. He notado que hay gente que sí consume este género, pero suelen esconder que lo leen. "Confieso que he vivido" " La arboleda perdida" Las de Adolfo Marsillach son un vademecum sobre el teatro, "Mira por dónde" de Savater.....etc. Son autobiografías que enseñan y divierten y a mí me hacen que lea más.
Qué imagen más bonita, nos dice Esperanza Ortega, cuando se van los vecinos del bloque de pisos, "como una desvandada de palomas" genial.

Abejita de la Vega dijo...

En mi casa había un arambol, por lo menos mi madre lo llamaba así. Acabo de descubrir que la palabra procedía de la juventud palentina que vivió mi madre.
Tiene buena pinta el libro.
Un abrazo

Asun dijo...

Todos tenemos en nuestro baúl de recuerdos ese tipo de espacios u objetos que nos rememoran situaciones y épocas vividas y nos retrotraen a la infancia.

Besos

São dijo...

Aqui se passa o mesmo, até parece que algumas criticas foram ( e se calhar, são mesmo) encomendadas. Tanto para livros como filmes.

Bom domingo, Amigo mio.

tejiendoarmaduras@gmail.com dijo...

Mi infancia, la viví en una isla preciosa, despertaba y aún en mi cama, con sólo asomar la cabeza por la ventana, podía ver el mar. Cuando dejé mi tierra para estudiar,el mar estaba a 100 km., más yo, seguía caminando hacia él. Todos los días, tenía esa escondida esperanza que en algún momento vendría a saludarme.

PABLO JESUS GAMEZ RODRIGUEZ dijo...

Me gustaria leerlo, Pedro.

Feliz tarde de domingo y un abrazo.

pancho dijo...

El planteamiento del relato no puede ser más poético: revestir de contenido los objetos cotidianos, aquellos más cercanos en los que no reparamos de tantas veces que los hemos tocado y visto, también las ausencias y la ciudad se hacen personajes.
De nuevo la Literatura como agarradero al que asirse en los meses de postración de una asolescente.

La foto del organillero me ha recordado el museo de automatismos musicales y relojes de Utrecht: http://www.museumspeelklok.nl/Collectie

Aquí éramos más humildes en las exigencias musicales.

Azpeitia poeta y escritor dijo...

Como siempre una delicia leerte, por tu defensa constante y entera, por la literatura y sus diversas manifestaciones...un abrazo de azpeitia

matrioska_verde dijo...

que reseña tan interesante, pedro, dan ganas de salir a comprarse el libro, que francamente, no lo conocía.

me encanta ese párrafo final tan triste que nos dejas, si el resto del libro tiene esa altura será estupendo.

arambol, preciosa palabra, tienes razón.

biquiños,

Unknown dijo...

Pedí este libro a la Casa del Libro y el de Hilo Solo,estoy deseando recibirlos,también el último de Muñoz Molina y el de Angeles Caso,ya te contaré.Abrazos