jueves, 24 de diciembre de 2009

A las orillas del Ebro (Cap. 2.29)


En su camino hacia Zaragoza, don Quijote y Sancho llegan a las orillas del río Ebro. Todo ha ido cambiando sutilmente en su historia con respecto a la Primera parte, pero aquí hasta el paisaje se trasforma para demostrarlo: caballero y escudero se adentran en una tierra diferente. La llegada al Ebro es una puerta que les conducirá hacia lugares en los que Cervantes querrá probar nuevas formas de entender su aventura.

Lo apreciamos ya en la historia del barco encantado. Supone un inteligente contraste con la de los molinos de la Primera parte. Ambas parten, inicialmente, de los mismos supuestos: don Quijote confunde la realidad y fantasea con aventuras que le hacen trasformar el tiempo y la distancia. Ambas llegan a similares conclusiones: don Quijote ve frustrada su fantasía cuando la realidad se impone y ni la barca esconde encantamiento alguno ni la aceña es una fortaleza con gente prisionera a la que liberar, al igual que los molinos no eran gigantes.

Pero todo nos dice que ya no es lo mismo, que este don Quijote no es el mismo. El diálogo se despeña por el lado de la comicidad en cuanto se menciona el nombre de Ptolomeo, que Sancho trastoca, o se aborda el motivo de los piojos. Al final, aunque don Quijote se empeña en mantener la ficción caballeresca dirigiéndose a los presuntos prisioneros de la fortaleza, ni discute con los molineros pretendiéndolos vestiglos ni regatea la cantidad económica para resarcir los daños de la barca a los pescadores.

Se diría que don Quijote salda no sólo sus deudas económicas sino sus deudas con su propio pasado: paga a los dueños de la barca y se despide de los encerrados al reconocer que esa aventura ya no es para él.

Si esto es ya así, qué les deparará el camino a don Quijote y Sancho por estas tierras desconocidas y tan lejos de su tierra natal. Lo veremos el próximo jueves, en el comentario del capítulo XXX.

21 comentarios:

pancho dijo...

CAPÍTULO 2.29
Entre admiraciones transcurre el capítulo vigésimo noveno: la primera; de apertura, se corresponde con el impacto que la visión de las aguas del gran río causan en DQ, tanto que: “renovó en su memoria mil amorosos pensamientos.” la última; de clausura, la de los molineros y pescadores que miran aquellos locos trasnochados salidos de algún cuento. Un DQ impotente, que reconoce la derrota, junto a la acción, el suspense, el ritmo, la intriga, nuestros héroes y los encantadores que truecan los molinos en castillos, mezclados con el agua del Ebro, conforman un relato pasado por agua y harina del mismo costal.

En efecto, dos días de camino después del molimiento de S, el sosiego y la abundancia de los líquidos cristales del gran río que nace pequeño en el Norte, ya grande y remansado en su amplitud cerca del mar, le dan la paz necesaria para recordar lo que vivió en la Cueva de Montesinos:
“Especialmente fue y vino en lo que había visto en la cueva de Montesinos; que, puesto que el mono de maese Pedro le había dicho que parte de aquellas cosas eran verdad y parte mentira, él se atenía más a las verdaderas que a las mentirosas, bien al revés de Sancho, que todas las tenía por la mesma mentira.” Vemos cómo el autor utiliza aquí una estrategia sacada del teatro: el truco teatral consiste en que el protagonista ignora algo que los espectadores saben. Al sentir éstos la necesidad de contárselo al actor, se crea suspense. Así lo hace Cervantes con DQ y los lectores al ignorar aquél lo que el narrador nos contó acerca de Maese Pedro y su mono un par de capítulos atrás.

Río Ebro arriba caminaban en sus monturas, cuando una barca solitaria, atada al tronco de un árbol, empuja a descabalgar al amo y criado. Su soledad enciende la imaginación de DQ, piensa que es una invitación a usarla y liberar caballeros presos, gente importante, pero aunque fuera un mísere fraile descalzo, no dejaría de acudir a su llamada de auxilio.

S, amante de los animales, apaciguado y manso tras el duro castigo que su amo le propinó en la suerte de varas (qué poco nos queda de disfrutar de estas expresiones taurinas, ahora que los “antitodo” van a echar el candado) observa el ascendiente que los encantadores vuelven a tener sobre su amo. Teme el trato que reciban sus monturas. Él quiere que la locura de su amo que les aparta, les vuelva a juntar una vez llegado el desengaño cierto.

pancho dijo...

Llora de nuevo S, sentimental, ya resignado por no tener la valentía de volverse a casa con los suyos, como amenazó, mostrando mansedumbre. DQ no ha medido el castigo, el puyazo hace daño, ha sido demasiado profundo. El escudero quiere sentir la solidez de la tierra bajo sus pies, no la inestabilidad de una barca. El Hidalgo manda levar anclas, en lugar de cortar amarras, creyendo que se encuentra en un gran bajel.

El humor de S, su ingenuidad e ignorancia hacen girar el discurso de DQ, otra vez desde su cólera. Ahora ya no soporta que S llore, le quiere sometido, pero sin que se note porque eso le hace recordar la situación injusta: el desnivel amo – criado debe existir tapado, sin manifestarse, un paso más en el sometimiento. La mezcla de la ciencia más puntera del momento con la situación graciosa y humorística de los habitantes, parásitos no deseados, de la pierna de S está utilizada con intención: aquí relaja la tensión entre los dos que ha subido a un punto que la novela tolera con dificultad. La historia necesita el giro y C se lo da con maestría.

En estas aguas inestables andaban, cuando la proximidad de un molino le pareció castillo a DQ, de nuevo los encantadores con su labor de zapa acosando al hidalgo en su locura. La barca abocándose a las ruedas del molino, que amenazan con hacer papilla los huesos duros de roer de DQ y las carnes poco magras de S. Sólo gracias a los molineros, que con habilidad volcaron la barca con su contenido, no ardió Troya, a pesar del agua.

Termina el relato con un resignado DQ que, impotente, reconoce su derrota. Al menos ahora no culpa al pobre S que se libro por los pelos de aquella Troya pasada por el agua del Ebro, con la bolsa de caudales más aligerada por el desembolso que supuso el daño de la barca, pero junto a sus animales que se alegraron de tenerlos de vuelta.

Feliz Navidad pasadas por agua, como DQ y S, a todos los visitantes, lectores y comentaristas.

Myriam dijo...

Mi tercer encuentro con el Ebro: el primero fué tu relato, el segundo fué mi reciente visita a Tierras Hispanas y ahora aquí en el 29 y esta vez, con mucha harina que hasta aquí me salpicó.

Besos

Myriam dijo...

Saldar la deudas con nuestro pasado: Qué gran enseñanza, qué necesario...

Merche Pallarés dijo...

En este capítulo se ha visto de nuevo la locura de nuestro Quijo. Tan cuerdo (dentro de ciertos límites...)que se le había leido hasta ahora y¡zás! Cervan nos endilga al Quijote orate y ¡además! barquero. Too much. Besotes quijotescos navideños, M.

Francisco O. Campillo dijo...

Vengo por aquí para desearte que pases unos días moderadamente felices en compañía de los tuyos.

Y como hoy toca entrada quijotesca, dejo uno de los sabios consejos de nuestro caballero, que estos días nos vendrán que ni pintados a más de uno:

"Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago.

Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra."

Un abrazo.

Pilar_Cordoba dijo...

Capítulos de este estilo son los que a mí me gustan. En cuanto empecé a leerlo y ví que nuestro Hidalgo se había fijado en la barca que había a la orilla del río, pensé: "La vá a liar otra vez". Pero bueno, la lía, pero no tan a lo bestia como con los molinos ó como cuando rompió los cueros de vino en la venta, que ahí sí que se lució e hizo un gran destrozo.
En definitiva, que parece que nuestro héroe caballeresco está cambiando de actitud y se nos está transformando en alguién muy formalito jejeje.
Un besote navideño y por lo que veo en la foto has invitado a Papa Noel a nuestro grupo de lectura ehhh??? Pués muy bien hecho jajajaja

Courbet dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Antonio Aguilera dijo...

Me fijé, como Myr, en la expresión: "saldar las cuentas con nuestro pasado". Algunos tenemos mucho que saldar.

Pues si dormíam juntos don Quijote y Sancho, ¿cómo el caballero estaba libre de piojos.

Cervantes muestra algunos de sus conociminetos "marineros" en este capítulo.
A Delibes le pasó lo mismo en la 1ª parte del Hereje.
Como tu paisano hizo "la mili" en La Marina, allá que volcó en el citado libro términos y "paranoyas" que no vienen casi a cuento.
Me gustó más cuando habló de los rebaños de ovejas...herejes a la brasa.

Estamos arremangaos con el cap.

¿Qué piensa del Quijote ese pequeño Papá Noel?. Don Quijote nunca celebró Navidades...

Alatriste dijo...

Don Quijote un extranjero en tierras de Aragón, ahora se comportará de otra forma, respetando más a sus lugareños. Y dentro de poco con los burlones Duques allí veremos nuevos aspectos que sorprenderán a los lectores.

Por cierto se os ve a Papa Noel y a ti muy atentos con la lectura.

Un saludo

Paco Cuesta dijo...

El escenario cambia y el personaje principal evoluciona, hay una alusión a Montesinos. Parece el preludio de algo nuevo; estaremos atentos.
Saludos

Antonio Aguilera dijo...

Después que don Quijote hubo aplicado unas cataplasmas sobre los lomos apaleados de Sancho, por los ciudadanos del rebuzno (que no alcanzo a entender cómo estos rebuznadores no le nombraron Hermano mayor de la Cofradía Borriquera de la aldea del rebuzno: nadie lo hizo mejor que Sancho, que hizo temblar aquellos valles), abandonaron la alameda y estuvieron andurreando un par de días hasta que llegaron al río Ebro: “y el verle fue de gran gusto a don Quijote, porque contempló y miró en él la amenidad de sus riberas, la claridad de sus aguas, el sosiego de su curso y la abundancia de sus líquidos cristales”. (Sin un botecico siquiera de “Mistol” flotando en sus aguas)

Había en la orilla una pequeña embarcación atada a un árbol, y le entró ganas a don Quijote de subir en ella, quizás pensando que sería una góndola veneciana: tanto le habían cautivado aquellas aguas, que le pusieron “romanticón”. Pero no era góndola..., sino que al parecer don Quijote buscaba allí algún caballero secuestrado por malandrines de diverso pelaje. Mandó a Sancho desmontar del rucio y atarlo junto a Rocinante en un sauce de la orilla: “Has de saber, Sancho, que este barco que aquí está, derechamente y sin poder ser otra cosa en contrario, me está llamando y convidando a que entre en él, y vaya en él a dar socorro a algún caballero, o a otra necesitada y principal persona, que debe de estar puesta en alguna grande cuita, porque éste es estilo de los libros de las historias caballerescas “.

Cervantes hace un remedo, con el asunto de la barca, del libro de Palmerín de Inglaterra (eso dice al menos Martín de Riquer. Que yo ese libro tan raro no lo he leído): Palmerín de Inglaterra
Ordena don Quijote a su escudero levar anclas, y de esta forma empiezan a navegar. Sancho le hace unas observaciones al amo:” quiero advertir a vuestra merced que a mí me parece que este tal barco no es de los encantados, sino de algunos pescadores deste río, porque en él se pescan las mejores sabogas del mundo.”

¡Pero bueno…!, ¿cuándo ha estado Sancho anteriormente en este río?, el “ tío” sabe de quién es el barco y la calidad del pescado que se “pesca”. Pues yo creo que hemos “pescado” a Cervantes en un desliz (aunque no amoroso, ya estaba viejillo).

Se van alejando de la orilla, y en esto que: ” El rucio rebuzna, condolido de nuestra ausencia, y Rocinante procura ponerse en libertad para arrojarse tras nosotros. ¡Oh carísimos amigos, quedaos en paz, y la locura que nos aparta de vosotros, convertida en desengaño, nos vuelva a vuestra presencia. Y en esto, comenzó a llorar tan amargamente que don Quijote, mohíno y colérico, le dijo:-¿De qué temes, cobarde criatura? ¿De qué lloras, corazón de mantequillas? ¿Quién te persigue, o quién te acosa, ánimo de ratón casero?”

Sancho llora de nuevo –tiene el corazón de mantequilla-, nos ha salido llorón, como el sauce donde han dejado atados los equinos. La última vez fue cuando don Quijote le lía la “bulla” por lamentarse de su vida junto a él y sin cobrar un chavo.

SIGUE...

Antonio Aguilera dijo...

YA ESTÀ AQUÌ...

Continúan el periplo por el río, y ahí que va don Quijote todo entusiasmado contándole a Sancho sus conocimientos de marinería: que si tuviera astrolabio le diría los cientos de millas que llevaban ya recorridos, que poco le faltaría para llegar a la línea equinoccial:
. “Mucho -replicó don Quijote-, porque de trecientos y sesenta grados que contiene el globo, del agua y de la tierra, según el cómputo de Ptolomeo, que fue el mayor cosmógrafo que se sabe, la mitad habremos caminado, llegando a la línea que he dicho. -Por Dios -dijo Sancho-, que vuesa merced me trae por testigo de lo que dice a una gentil persona, puto y gafo, con la añadidura de meón, o meo, o no sé cómo. (...)
y no te cures de otra, que tú no sabes qué cosa sean coluros, líneas, paralelos, zodíacos, clíticas, polos, solsticios, equinocios, -fol. 112v- planetas, signos, puntos, medidas, de que se compone la esfera celeste y terrestre.

Ahora es Cervantes el que despliega sus conocimientos marineros: no en balde estuvo buenas temporadas embarcado recorriendo esos mares de dios (recuerdo cómo Delibes hizo lo propio en el primer cap. del Hereje. Se le notó bien, al paisano de nuestro Profe, que hizo la mili en La Marina; pero, ¡qué “cansino” se puso!, menos mal que luego lo enmendó con rebaños de ovejas y herejes a la brasa)

Lo de la la línea equinoccial, dice don Quijote a Sancho, se nota porque se mueren los piojos que abrigas en tu cuerpo. Le manda que se toque para comprobar si le quedan piojos:
”Tentóse Sancho, y, llegando con la mano bonitamente y con tiento hacia la corva izquierda, alzó la cabeza y miró a su amo, y dijo: -O la experiencia es falsa, o no hemos llegado adonde vuesa merced dice, ni con muchas leguas.
-Pues ¿qué? -preguntó don Quijote-, ¿has topado algo? -¡Y aun algos! -respondió Sancho.
Y, sacudiéndose los dedos, se lavó toda la mano en el río,”.

Aquellos nidos de piojos en las corvas, y seguro que en otros sitios no especificados, demostraban a Sancho que su amo no llevaba razón. Que la barcaza aquella no era conducida por “Fernando Alonso”.

De repente, avista don Quijote en mitad del río una aceña (como donde nació El Lazarillo), la cual confunde con castillo o fortaleza. Se dirige directamente hacia ella para liberar a los posibles caballeros, dueños del barco en el que navega. Como los molineros, todo enharinados, les ven venir derechos a las ruedas del molino, agarran unas largas varas con las que pretenden frenar el navío ; lo frenan y lo vuelcan; y allá que van nuestros dos amigos “al agua patos”:
“pero vínole bien a don Quijote, que sabía nadar como un ganso, aunque el peso de las armas le llevó al fondo dos veces; y si no fuera por los molineros, que se arrojaron al agua y los sacaron como en peso a entrambos, allí había sido Troya para los dos.”

Finalmente, los pescadores, piden daños y perjuicios a don Quijote, quién no tiene problemas en pagar cincuenta reales por el destrozo del navío, aunque Sancho sí engurruñe el entrecejo, y le duele como si le arrancaran los cincuenta reales de los hígados. A este paso no quedaría ni un chavo para él, ¡ cualquiera aguantaría luego a su Teresa Cascajo!.

Don Quijote echa la culpa de su fracasada aventura, una vez más, a los encantadores. Se siente derrotado y sin fuerzas. Exhala una expresión que no es más que el eco de la que piensa, siente y sufre un resignado Cervantes, por el deterioro de su arquitectura física, a la edad en que escribe este pasaje: YO NO PUEDO MÁS.

En los siguientes capítulos veremos cómo nuestro ilustre Hidalgo levanta los ánimos por derroteros nunca transitados..., y en casa de los Duques.

Abejita de la Vega dijo...

Este capítulo comienza con ecos de Garcilaso de la Vega. Don Quijote cual Nemoroso, pero eufórico, no apesadumbrado. Mil amorosos pensamientos se renuevan en su memoria. El Ebro con su alegre vista y don Quijote. El viejo hidalgo contempla las amenas riberas, el curso sosegado, las abundantes y cristalinas aguas.
Feliz, así se siente, así se quiere sentir. ¿Verdad o mentira lo de la cueva de Montesinos? Verdad, se atiene a la parte de verdad, la de los dulcísimos pensamientos. La parte mentirosa no interesa, ésa es toda para Sancho que vive en la tosca realidad. A la vista se le ofrece un barquito sin remos, ni jarcias, ni dueño. Está atado a un tronco y tiene la virtud de activar su locura caballeresca. Ni corto ni perezoso, se apea de su jumento. Vamos Sancho, subamos, ata a las bestias en ese tronco.
No es un barco cualquiera, es un barco de socorro para caballeros andantes. Debe ir a auxiliar a algún cuitado caballero. Y ¿por qué? Porque es lo que se usa en las disparatados novelas caballerescas.
Cuando un caballero andante está en peligro no puede ser salvado sino por otro, de su misma condición. Y como están un poquitín lejos, dos o tres mil leguas de nada; el salvador viaja en una nube o en un mágico barco mágico.
Y a gran velocidad, “en menos de un abrir y cerrar de ojos”, caballero y escudero serán transportados por “longicuos caminos”. ¿Logicuos? No es maravilla que el escudero no entienda el latinajo.
Ay, Sancho acata resignado la orden, pero callarse ni debajo del agua: el barco no es de encantadores sino de pescadores. Menudas sabogas pescan. ¿Y qué pasará con su rucio, tan propenso a desaparecer? ¿Y al sufrido Rocinante? Ay, que las bestezuelas tendrán que esperar a algún “encantador” que baje de una nube y les dé su paja y cebada.
A santiguarse y a “levar ferro”. No, señor caballero andante, basta con cortar la amarra, que éste es un barco pequeñito.
El barquito se aparta de la ribera ya está a dos varas y Sancho tiembla. Oye rebuznar al rucio y ve a Rocinante intentando desatarse para seguirlos a nado. Dios mío, esto es demasiado. Aguantad ahí carísimos amigos hasta que este loco entre en razón y podamos volver.
Comienza a llorar amargamente y don Quijote, colérico, desgrana un rosario de improperios. Qué temerá este cobarde, por qué llorará este corazón de mantequillas, quién persigue a este ánimo de ratón casero, qué le falta a este menesteroso en la abundancia. El señorito no va a pie ni descalzo, viaja sentado en una comodísima tabla, navegando por este agradabilísimo río que pronto se abrirá al mar.
Como en la cueva de Montesinos, el tiempo se estira. Aquí mucho más. Don Quijote acaba de salir y ya le parece que ha caminado ochocientas leguas por lo menos. Caballero andante, navegante y geógrafo. Si tuviera un astrolabio con que tomar la altura del polo, nos diría lo caminado. De todas maneras, están ya cerca de la línea equinoccial y habrán recorrido 180 grados del globo terráqueo.
Ante la erudición geográfica que despliega don Quijote, Sancho no entiende nada y cambia risiblemente las palabras. La línea es leña, el cómputo es puto, el cosmógrafo es gafo y Ptolomeo es un meón que todo lo mea. Cervantes siempre reserva algo para los que buscan un libro para reír. Si, a continuación de la carcajada, rascan un poco más se sorprenderán.

Abejita de la Vega dijo...

Ante la enorme ignorancia escuderil, el caballero se ríe y decide explicar lo de la línea equinoccial con algo más facilito, más de andar por casa. Le cuenta que los embarcados para las Indias conocen enseguida que han pasado la línea equinoccial. Lo saben porque los piojos se les mueren, no queda ni un hematófago. Las cabezas, la ropa y las partes pudendas se quedan libres de tanto bichillo polizón.
Así puede Sancho comprobarlo. Le dice que se pasee la mano por el muslo, en busca de esos animalejos que acompañaban, lo más natural, a los seres humanos de hace cuatro siglos. Si topan “cosa viva”, no han pasado la famosa línea imaginaria.
El escudero no cree nada de lo que le dice, ahí están Rocinante y el rucio, a cinco varas de distancia.
¡Otra vez la erudición geográfica! Exhorta a Sancho para que haga la averiguación, él que ignora qué cosa son coluros, líneas, paralelos, clíticas… La hace, se tienta y llega con la mano a la corva izquierda. No han llegado a done su señor dice, no ha topado uno sino algunos…Se sacude los dedos, se lava la mano en el río y nos imaginamos al puñadito de piojos. No sé si nadan o se hunden en el Ebro. ¡Piojos al agua!
(Continúa)

matrioska_verde dijo...

bonita imagen navideña la que nos dejas, pedro, tienes mucha similitud con el papa noél que yo imagino: bonachón, tranquilo, generoso, entregado...

biquiños

y allá vamos a por el capítulo, que voy al día ¡eh!

Manuel de la Rosa -tuccitano- dijo...

mira que a mi me sonaba lo del rio con barca a lo del cruce de la Estigia... Este Quijote verdaderamente no es el mismo...ahora razona dentro de su locura para ver que lo que es imposible..lo es...un abrazo

marga dijo...

EL BARCO: Me hace mucha gracia que al parecer en el mundo encantado de los andantes caballeros, se facilita el transporte hacia sus objetivos lejanos, doy por supuesto que si tienen un accidente en el camino se considerará "in itinere"

NO SE ADMITE EQUIPAJE: Sancho se aleja con lágrimas en los ojos de su querido jumento, lleva unos capítulos que a la que te descuidas llora, se estará haciendo viejo???

LA TRAVESIA:

DQ, ducho al parecer en cosmografía, deduce que a la vista de los datos que posee, han cruzado la linea del ecuador !santa maría que marinero perdió el país!.

Graciosisima la traducción del computo de ptolomeo.

También curiosa la comprobación del paso del Ecuador, claro que para estar seguro del tránsito, hay que llevar acompañantes, también es verdad que alojados en las corvas no abultan.

El plural de algo; algos (hemos tenido miembros y miembras, tampoco hay que admirarse)

LLEGADA A PUERTO.- Así pues, tras forcejeo tierra-mar, terminan llegando a tierra mojados, medio ahogados y remolcados por los molineros.

EL FINAL DE LA AVENTURA:

Que extraño final: DQ renuncia a entrar al trapo y deja la aventura para otro caballero, también él se está haciéndo viejo??? jo, finalmente aflojando el saco llega esta aventura a "buen puerto"

Abejita de la Vega dijo...

Desde los amorosos pensamientos que el Ebro inspira a don Quijote hasta los piojos que se esfuman, al llegar al ecuador. Así de brusco es el contraste, barroco contraste.

Con lo de los hematófagos estaban, cuando descubren unas grandes aceñas, en mitad del río. No sé qué tienen los molinos harineros para don Quijote, eólicos o hidráulicos… Lo cierto es que tienen la virtud de activar sus fantasías caballerescas.

Las aceñas no son aceñas, sino” ciudad, castillo o fortaleza “.Caballero oprimido o dama real malparada, sea quien sea, espera el socorro de su valeroso brazo.

Qué sabrá este majadero. Aceña dice, aceña `para moler trigo. Si sabrá nuestro caballero de las malas artes que se gastan estos encantadores. Follones, malandrines, vestiglos…que no metamorfosean la realidad sino tan sólo su apariencia. ¡Ay, su Dulcinea, refugio de sus esperanzas, trocada en rústica brincadora!

Los molineros ven al barco caminar hacia las ruedas de su aceña. Fantasmalmente blancos, rostros y vestidos enharinados, salen con varas largas para detenerlos. Vocean a esos dos del barco, tal vez sean unos desesperados que buscan ser despedazados por las ruedas. Extraños suicidas.

Don Quijote, desafiante, se pone de pie en el barco y les exige que dejen en libertad al oprimido. No sabe de qué “oprimido” u “oprimida” se trata, pero es igual. A su persona está reservada dar final feliz a esta aventura,” por orden de los altos cielos”. Y este escudero que no se lo cree, ahora verá.

Echa mano a su espada y la esgrime contra los molineros. El barco ya está entrando en el canal de las ruedas. Sancho pide devotamente al cielo que le libre del peligro que se le echa encima. El cielo le salva “por la industria y presteza de los molineros”. A Dios rogando…

Pero el barco vuelca y tienen que sacarles del agua los molineros. Don Quijote nada “como un ganso”, mas los gansos no llevan pesadas armas.

Ya están en tierra, han tragado mucha agua y están empapados. Sancho, devotísimo, sigue rezando, pidiendo fervorosamente a Dios que le libre de las ocurrencias de su señor. Le desnudan…

Llegan los pescadores, les han hecho pedazos las ruedas de las aceñas y piden que don Quijote pague el destrozo. Sosegadamente, dice que pagará, pero tienen que dejar libre al oprimido u oprimidos del castillo.

¿Castillo? ¡Oprimidos? ¿Qué dice este hombre? Aquí sólo tienen a los que vienen a moler su trigo.

Sorprendentemente, don Quijote se da por vencido. Han debido encontrarse dos encantadores que se estorban mutuamente. Uno le da el barco y otro lo arroja al agua. Y ante estas trazas contrarias, se rinde, no puede más. Y que le perdonen los que quedan encerrados, para otro caballero debe de estar reservada esta aventura.

El de la Triste Figura llega a un acuerdo con los pescadores y desembolsa cincuenta reales por el barco, que Sancho paga muy a su pesar.

Pescadores y molineros admirados, no entienden nada de la palabrería quijotesca. A estos locos mejor dejarlos en paz y, además, han pagado. Cada mochuelo a su olivo
.
Don Quijote y Sancho vuelven a sus bestias y a ser bestias. ¿Por qué esto último? No sé. Eso dice...
Lo que si sabemos es que nuestro héroe ha arrojado la toalla.

Un abrazo a todos

Teresa dijo...

Dice DQ que les espera una embarcación que les transportará al otro lado y S sólo ve unas varas para arrimar el hombro y lograr la ficción a costa de sus lomos.

Este ha sido el mayor tratado de la acción y efecto de recular ante lo evidente.

Divertida travesía. (No soy capaz de imaginarme las axilas del bueno de Sancho)

Asun dijo...

Veo en esta segunda parte a DQ un poco bajo de facultades. Ya no es el mismo de antes, a la primera de cambio se bate en retirada.

Un beso