miércoles, 28 de noviembre de 2007

Nocturno (VIII)

A veces la conciencia de las cosas duele. De una forma brutal se nos impone la realidad y el cuerpo queda dolorido por la certeza que no habíamos sabido comprender antes. Cuando llega el exacto momento, la conmoción nos golpea como si desveláramos el último de los secretos del mundo: tan sólo el peso físico de lo cotidiano, del que nos habíamos aislado con el orgullo del triunfador que sobre la arena ha dejado, palpitante aun, el cadáver del otro que seremos algún día.

Y al grito del paseante las cosas parecen cobrar vida y los troncos no se hunden en la tierra sino que brotan de ella puesto que recuperan su antigua razón por la que no fueron plantados según la industria del hombre sino que nacieron de la feraz tierra. Y al nacer fieros, le apuñalan el cuerpo con saña. El dolor le hace llegar aun más allá en esta noche primera en la que halla una nueva sensación del transcurrir de los ciclos temporales.

Las cosas se le hacen presentes y le rozan, le acuchillan, le reclaman completo. Desbordada su racionalidad, asiste, en quieto éxtasis a pesar del dolor, a la trasformación del paisaje para llegar más allá de sí mismo, al borde exacto de la existencia. Se siente fragmentada muestra de todo lo que le rodea, tan lejos ya del espacio y del tiempo sabidos. Con una lucidez que no conocía, asiste a un ritual cierto, no visto antes porque no había mirado.

2 comentarios:

jg riobò dijo...

¿La lucidez al tener mirada duele?.
¿Tomar conciencia del existir y de la existencia de las cosas duele?.
Más bien entras en un estado de placidez.
Sólo duele el haber estar perdido y darte cuenta.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Buen apunte, JAVIER. Lo que he querido manifestar es que duele el tránsito a la mirada, el camino, al tomar conciencia de haber estado perdido y por el mismo proceso. La placidez viene después: "quieto éxtasis".