jueves, 29 de noviembre de 2007

Nocturno (IX)

Cuando adelgazamos nuestra piel conseguimos ser los otros. Para ello, a veces, si se resiste, hay que despellejarla a tirones para que la carne viva se deje orear al viento. El proceso individual se trasforma, al fin, en colectivo. Nos hacemos los demás porque hemos conseguido abrir las más remotas puertas de nuestro interior y sentir el mundo que nos rodea. Nadie está entre los demás si no parte de los secretos más profundos.

Asaeteado por las ramas y los troncos, el paseante comienza a notar presencias junto a él. Murmullos de conversaciones, retazos de sonrisas, sollozos inacabados. Gritos, susurros, oye gestos y caricias y golpes. Poco a poco, el espacio nocturno se puebla de ellas hasta hacerlo denso y cálido. Su cuerpo se ha calmado y participa de un rumor que podría ser el de las hojas o el del viento. Los otros seres que pueblan ahora la noche junto a él se mueven mientras hablan y se abrazan, se asesinan, se ignoran y se aman. Ante sus ojos se abren tiempos distintos y lugares contradictorios. Todo está en presente.

2 comentarios:

jg riobò dijo...

Parece una puerta en efecto, el árbol deja ver lo que hay debajo de la piel, parecen espinas.
El murmullo de las hojas al moverse con el viento semeja el rumor del mar y dicen que el sonido de fondo del universo también tiene un parecido.
En efecto, hay que sentir el mundo que nos rodea, ser conscientes, y ahora, hoy.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

JAVIER: es una suerte tener lectores así. Gracias.