viernes, 19 de octubre de 2007

No estar y comer.


Gran parte de mis últimos veinte años ha consistido en no saber dónde está mi casa. He tenido épocas en las que lo más estable era mi dirección de correo electrónico. Por eso sé lo importante que es encontrar un lugar en el que, cuando recoges la llave para ir a dormir, te saluden con una sonrisa y con tu nombre. O topar con ese humilde restaurante con un menú diario de precio razonable, variado y de calidad suficiente porque lo que se suele llamar comida casera consiste en la arriesgada técnica de abrir envases de congelados. Me basta un plato con una ensalada, un filete y unas patatas fritas para saber si repetiré o no en un lugar.
Cuando estoy solo más de lo necesario, cargo con lo esencial, un cuaderno de notas y la cámara de fotos, y me voy a la estación de autobuses y sacó un billete en un coche de línea que me lleve a algún lugar en el que pueda tener la oportunidad de buscarme.
En un viaje reciente a un pueblo castellano me senté a comer en un bar que no conocía más que por su fachada (quizá por algún café rápido en anteriores viajes), porque todos aquellos en los que había comido otras veces estaban llenos. Llegaba tarde porque me había entretenido, a última hora de la mañana, tomando fotografías de una chopera. Casi había descartado la posibilidad de comer caliente, pero allí se me acogió con una encantadora amabilidad. El menú del día estaba escrito en un folio, a rotulador azul, rojo y negro, como si escribiéramos una nota a la familia. De entre las posibilidades, escogí dos platos muy sencillos, pero que vinieron preparados con una dignidad sorprendente y casera, en unos platos de los de toda la vida. Un arroz a la cubana con tomate natural, en su punto, acompañado de un huevo frito perfecto, como hacía tiempo que no veía, y unos trozos de plátano y kiwi en su estado exacto de maduración. El segundo fue lacón asado con piña y una salsa en la que no pude resistirme y unté un trozo de pan. Y una cuajada con miel y un café solo que me dejó un buen gusto en el paladar durante tiempo. No había lujos pero no faltaba nada. Cortés, el dueño, un hombre mayor, se me acercó al final -yo era el único forastero- y me preguntó si todo había estado a mi gusto. Le pedí la cuenta y pagué en la barra los siete euros que me dijo disculpándose porque el menú del domingo era más caro que en el resto de la semana. Me invitó a una copa, que rechacé porque quería seguir tomando fotografías y notas.
Salí de allí como quien abandona la casa familiar y teme no volver nunca. En el laberinto que es mi vida no sé si sabré encontrar de nuevo el camino hasta aquella mesa.

10 comentarios:

jg riobò dijo...

Hace mucho, me lo has recordado, que no vago sólo por esos pueblos.
No descarto enseñar tan enriquecedora actividad a mi hija un día de éstos.
Magnífica y entrañable entrada.

Manuel de la Rosa -tuccitano- dijo...

En la ciudad donde resido existen algunos de estos "garitos" que aquí denominamos ventas...que por un módico precio, un trato genial te das un "homenaje" de muy señor mio...es cuando de verdad ves que quedan restos de educación...ve luego a los restaurantes de tres tenedores que los hay a montones en -"Bajo de Guía"...ni trato, ni comida casera...eso si el golpe de tarjeta es mayúsculo. Un abrazo y buen fin de semana

Caelio dijo...

Otro retrato de interior memorable.

Me siento cercano a ese sentimiento. Lo he conocido en tascas de nuestra perdida meseta, en zonas aisladas, en pueblos perdidos.

La diferencia es que yo sí marqué el sitio y volví. La sensación es la misma que la del primer día.

mmmm ¡huevos fritos de gallina con patatas!

Puntualizar que hay huevos de gallina y huevos del carreful

trupitomanias dijo...

esos sitios hay que apuntarlos para repetir....
aun recuerdo la "tasca" en un pueblecito de la galicia profunda y de siempre..
un buen plato de carne guisada.. unos pimientos del piquillo del huerta de al lado de la casa... regado con vino de la tierra.. con unas patatas y unos tomates de la casa.. eramos tres y la buena señora aun se disculpaba por que no la quedaba mas..y a un precio que piensas ¿¿¿pero la quedara algo ala buena mujer???
poco sitios quedan de esos .. pero aun quedan ;)
sigamos buscando y lo mas importante volviendo.. para que perduren.. en nuestra memoria y ebn nuestros estómagos..

Anónimo dijo...

Vuelvo a leer tu blog
me hace compañía
es curioso cómo es posible sentirse en sintonía leyendo un comentario en un blog, es como esa sensación que te produce el leer un libro y el quedarse en un párrafo y estar deseando ver al escritor y contarle y compartir con él
(ella) el poso que han dejado sus letras.
Qué maravilloso es escribir, leer... eso, junto con la música, es mi eterna compañía.
Que me quede coja, que me quede muda (alguno hasta lo agradecería), pero que no me quede ni ciega(bueno con el Braille ese tal vez...va, pero no sé si sería lo mismo, porque el color del otoño ese que está ahí fuera creo que no se puede leer con Braille (que no sé si se escribe así)...) y que no me quede sorda (al menos para la música, que sea como los pensamientos que estén ahí, dentro de mi, que la sordera sea de lo que no interesa).
Pedro, insisto, gracias, si quieres cuelga esta "pequeña Gilipollez" de un sábado de los que hay que hacer la compra, organizar la semana...pero que lo que más me apetecería sería perderme...o salir del laberinto??
Buen fin de semana.-

nachocarreras dijo...

Magnífica entrada.
Muchos hemos pasado por situaciones parecidas por los pueblos de nuestra querida tierra pero también en las ciudades. Aún recuerdo un garito en Burgos cerca de la Casa del Cordón (hace muchos años que no existe) donde comías con los dueños sentados en la mesa a tu lado y a medida que acababas te servían a ti y se servían ellos. Era increíble.
También he de decirte que no estoy de acuerdo con tu última frase pues si quieres, estoy seguro, encontrarás el camino, otra cosa es que si tus circunstancias cambian no lo busques o no quieras encontrarlo. La vida y las personas somos así, demasiado complejas.
Saludos.

Anónimo dijo...

Por motivos laborales debo comer y dormir en lugares ajenos, con mayor frecuencia de la deseable.

Es poco habitual llegar a sentirse adecuadamente hospedado, palabra que quiero suponer asociada a hospitalidad, por lo que esos sitios son merecedores de ser señalados y recomendados, por lo que propongo que compartas el secreto.

Nacho: ¿ Se llamaba ese sitio Casa Adrian ?

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Hola a todos y gracias por vuestros comentarios.

JAVIER: coger el "coche de línea" y bajar en un pueblo, cualquiera, y dejarse ir por las calles, por los alrededores, toparse con una iglesia románica, con un rollo, con un caído palacio, un castillo en ruinas o sólo con la vida cotidiana acumulada durante siglos, la naturaleza tozuda frente a la labor humana... y qué feliz idea pasarle el testigo a nuestros hijos.

MANUEL-TUCCITANO: y si, además, en esos restaurantes han descubierto la foto -solo la foto- de la "nueva cocina", qué espanto.
CAELIO: ¡Huevos fritos de auténticas gallinas, con sus patatas! Quizá un poco de chorizo frito o de morcilla... A veces mataría por un plato así.

TRUPITOMANIAS: y en estos sitios, como señalas, la amabilidad de la gente, qué razón tienes.

PILAR: Gracias por tus palabras, sigue mirando, sigue escribiendo. A veces, el laberinto es el mejor lugar en donde se puede estar. Demasiadas certezas están cerca de la equivocación.

NACHO: A veces se hace muy difícil el regreso. Quizá por el miedo de que, como le sucedía al indiano de La tierra de Alvargonzález, esté el fuego del hogar apagado y las trasformaciones sean tantas que nos rasguen el recuerdo. Pero tienes razón, sé de lo que hablas.

BLOGÓFAGO: Lo que cuento ocurrió hace demasiados años, ¿o fue hace unos días, en Rioseco, en un bar de la calle Román Martín? No sé, se me confunden ya los lugares y los años: idénticas sensaciones. Como en un restaurante de Brañosera, en la montaña palentina por donde anda hoy nuestro Caelio, en el que hasta el enorme gato de la casa venía a sentarse en tu regazo.¿O fue un bar de Íscar o uno de Málaga, en el Palo, o quizá aquel pequeño restaurante de Lisboa, tan lejos de las rutas turísticas?

Antonio dijo...

He estado unos días sin leer el blog, lo cual hace que me haya perdido ya varias entradas. Ésta me ha encantado, me ha transmitido esa sensación agradable que te dejan los momentos en los que no pasa nada especial pero notas que hay algo de sublime y de irrepetible en ellos. También me ha recordado a mi reciente viaje a Teruel, en que tuve una experiencia parecida en otro bar insignificante de un pueblo insignificante cuya visita no me cansaré de recomendar ahora a todos mis amigos y conocidos. ¿Dónde está este rincón de mundo del que hablas tú? ¡Saludos!

Pedro Ojeda Escudero dijo...

ANTONIO: Cuando comenzó Internet, cuando se iniciaron los blogs, nadia podía certificar la permanencia de todo esto. Por suerte y por ahora, hay más facilidades para acceder a las entradas anteriores de los blogs que uno sigue que para leer artículos atrasados de los periódicos en papel.
Aquí, por ahora, sigue toda La Acequia. Y es muy agradable que leas las entradas anteriores. Gracias. A veces yo mismo me sorprendo cuando alguien desde Chile, Japón, Noruega o cualquier ciudad española entra en un post de hace meses.
y en cuanto a tu pregunta final, está respondida, un poco en clave, en mi contestación anterior a Blogófago.
Saludos.